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miércoles, 19 de abril de 2023

La disputa contra la pobreza extrema en los comienzos del franciscanismo

 

La ética franciscana de la extrema pobreza, pese a ser un desprendimiento inevitable de las propias palabras de Jesús, fue considerada errónea por ciertos círculos eclesiásticos del siglo XIII que se sustentaban en la autoridad de Aristóteles:

 

Los obstáculos más grandes opuestos a la defensa del estilo de vida ordenado según la pobreza radical, procedían de la concepción aristotélica de la ética, que condicionaba muchas de las expresiones filosóficas y teológicas de la época. Fue éste el terreno fecundo que permitió profundizar de forma significativa aspectos ético-sociales de gran calado. De hecho, la pobreza radical era vista, por la mayoría, como una violación de los derechos fundamentales de la naturaleza humana y como una interpretación equivocada de la pobreza de los Apóstoles. ¿Cómo es posible servirse de las cosas sin ejercer dominium sobre ellas, y, por tanto, sin ser propietarios de ellas?

 

A la defensa de Francisco y de su ética debieron salir el franciscano Buenaventura, Duns Escoto y Guillermo de Ockham, porque ciertos doctores de la Iglesia, con Tomás de Aquino a la cabeza, movían cielo y tierra (en especial tierra) para convencer al Papa de que la pobreza extrema que el santo recomendaba resultaba herética para el catolicismo. Según San Buenaventura,

 

la renuncia a la posesión de los bienes en privado y en común, y, por tanto, la pobreza radical, no va contra la naturaleza humana tal como fue pensada y querida por Dios, sino contra la naturaleza actual que se ha vuelto egoísta y sometida a la concupiscencia. El que piensa de otra forma confunde la naturaleza instituida con la naturaleza destituida. Porque el hombre ha sido creado desnudo, hecho para compartir los bienes, no para apoderarse de ellos.

 

Para Duns Escoto,

 

El hombre no es propietario por naturaleza [...], convencido de que la distinción entre los dominia no forma parte del status innocentiae, cuando todo era común y el uso de los bienes respondía sólo a la lógica de la necesidad de cada uno. El actual desenfreno del instinto concupiscente forma parte de nuestra historia, no de nuestra naturaleza, con aquellos rasgos de violencia y de dominio abusivo que han marcado el ritmo de su transcurso. Se ha tratado de una mutación antropológica, de la que se hace reflejo y expresión la historia. Así desde el estado de comunión de bienes se ha pasado al estado de distinción de los dominia para propiciar una convivencia pacífica. Ni el derecho natural o ius naturae ni el divino o ius divinum se pueden tomar legítimamente como argumento a favor de la propiedad, como si ésta expresara la índole originaria de la naturaleza humana.

 

No somos naturalmente, sino indignamente propietarios: el derecho de propiedad nace con la caída del hombre en el pecado. La naturaleza primitiva del hombre, previo a la caída, no admite propiedad alguna y utiliza las cosas en común y sin disputas. A estos argumentos de San Buenaventura y Duns Escoto se les suman otros tantos de Guillermo de Ockham, para quien la pobreza radical franciscana

 

no viola ningún derecho natural, como pretendían cuantos, inspirándose en la concepción pagana, partían del presupuesto de la naturaleza inmutable y substancialmente inviolada. El privilegiar la naturaleza, presente aun de forma mitigada en muchas expresiones filosófico-teológicas del tiempo, es criticado de común acuerdo, con el epílogo de que el actual derecho a la propiedad privada está vinculado al status naturae lapsae, con una orientación histórica que es expresión de la necesidad de contener aquel instinto de someter, al que se refiere el cristiano en el mundo y del que el franciscano pretende librarse poniéndose más allá de la normativa propietaria. Está claro que el dominio de uno sobre el otro entra dentro de la misma lógica poslapsaria y es consecuencia de la índole operativa de los individuos, y, por tanto, no forma parte de la arquitectura divina del mundo, ni puede decirse dimensión constitutiva de la naturaleza humana.

 

Pero ni Buenaventura, ni Escoto, ni Ockham pretenden eliminar el derecho de propiedad o considerar herejes a quienes lo sustentan, simplemente piden que se les permita, a ciertos católicos particularmente interesados en la doctrina evangélica, renunciar a ese derecho:

 

Estamos en el status iste, consecuencia de la situación precaria en la que nos encontramos. Tanto Alejandro de Hales como Buenaventura piensan en la división de los dominia como en un acontecimiento propio del estado de caída, expresión de un derecho que antes prescribía la comunión de los bienes y de los pueblos, y después, tras el pecado original, ha legitimado la posesión de las cosas y la autoridad de uno sobre el otro. El derecho asume dos formas diferentes, antes y después de la caída. [...]. El dominium es fruto de la lógica de la naturaleza corrompida. Duns Escoto se mueve en la misma dirección, que vuelve más rigurosa sin modificarla. Considerando de derecho natural sólo aquellas leyes que son evidentes de por sí o evidentes ex terminis, se acerca a la terminología tradicional, y más que hablar de derecho natural en lo que toca a la división de los dominia consecuencia del pecado, prefiere hablar de solución razonable, no la única posible, ciertamente no de derecho natural.

 

Ockham llega incluso a considerar que las leyes e instituciones que protegen la propiedad —leyes e instituciones cuya consecuencia, agrego yo, es la de que prolifere la riqueza extrema por un lado y la extrema indigencia por el otro— son de origen divino. Que la pobreza franciscana constituya una opción válida para el católico no significa que aquellas leyes que avalan el derecho de propiedad

 

deban ser rechazadas o miradas con sospecha y a distancia, lo mismo que no vemos con desconfianza la medicina, sino que la consideramos remedio saludable para recuperar el bienestar perdido. Es obvio que no se trata sólo de mirar al esfuerzo institucional como si fuera el momento más significativo de una historia de crecimiento, sino también de no idolatrar sus expresiones, bloqueando su cambio. Ockham nota que el poder de apropiarse de las cosas, que va después de la pérdida del poder de disfrutarlas en común, y ha sido regulado en sus articulaciones por el derecho positivo, no se explica sin la inspiración de Dios, ni tampoco sin suponer actuando una especie de derecho divino, acordado a todo el género humano (Orlando Todisco, capítulo VII del Manual de filosofía franciscana (José Antonio Merino coord.), pp. 253 a 258). [Madrid: biblioteca de autores cristianos, 2004]

 

Gracias a gente como Buenaventura, Escoto y Ockham, el franciscanismo se instaló dentro de la ortodoxia católica y no pasó a formar parte de la lista de las herejías que la Iglesia persiguió a sangre y fuego. Sin embargo, estos autores, teniendo perfectamente claro que la Iglesia de ningún modo accedería a desprenderse de sus bienes terrenales, entraron en una componenda: lo ideal es la pobreza extrema que predica el evangelio, pero como el hombre es un ser caído y pecador, es indispensable regular la concupiscencia humana mediante leyes que protejan el derecho a la propiedad para que no impere la ley de la selva. Los franciscanos quedaron así a salvo de la disyuntiva entre la persecución o la retractación, y la Iglesia quedó a salvo de ser considerada una institución que choca de frente con las enseñanzas evangélicas. Por decirlo de una manera, estos tres teólogos quedaron bien con Dios y con el diablo, y yo creo saber quién representa a Dios y quién representa al diablo en esta historia.


sábado, 26 de febrero de 2022

Para una correcta asimilación de la vitamina D

 

Siempre se dice que lo mejor que se puede hacer para elevar nuestros niveles de vitamina D es tomar sol, lo que es una inconcusa verdad, pero se omite un siguiente paso fundamental: después de tomar sol, no bañarse:

 

El Dr. Joseph Mercola ilustra técnicamente la cuestión de la síntesis de esta vitamina. “Es importante entender que la vitamina D3 es una hormona esteroide soluble en aceite. Se forma cuando su piel es expuesta a la radiación ultravioleta B (UVB) proveniente del sol [...]. Cuando los rayos UVB tocan la superficie de su piel, esta convierte un derivado de colesterol en vitamina D3. Sin embargo, la vitamina D3 que se forma sobre la superficie de su piel no penetra inmediatamente por su torrente sanguíneo. De hecho, necesita ser absorbida de la superficie de su piel hacia su torrente sanguíneo. Entonces, la pregunta clave es: ¿Cuánto tiempo le toma a la vitamina D3 penetrar su piel y llegar hasta su torrente sanguíneo? Si está pensando en una o dos horas, está muy equivocado. Porque nueva evidencia demuestra que toma más de 48 horas absorber la mayor parte de la vitamina D que fue producida por la exposición solar. Por lo tanto, si usted se baña con jabón, simplemente limpiará la mayor parte de la vitamina D3 que produjo su piel y disminuirá los beneficios de la exposición al sol. Así que para optimizar su nivel de vitamina D, usted necesita evitar bañarse con jabón por dos días completos después de la exposición al sol” (Néstor Palmetti, Cuerpo saludable, p. 381). 

 

Instintivamente, siempre me disgustó esa costumbre moderna de bañarse demasiado seguido, y ahora entiendo mejor por qué me disgustaba. Después de tomar sol, nada de zambullirse en la piscina o tomar una ducha; a lo sumo lavarse la ingle, las axilas y los pies, que son las áreas que producen los olores más desagradables, pero el resto de la epidermis tiene que quedar, por dos días, virgen de enjabonadas si es que queremos en lo futuro evitar la chochez (algunos estudios asocian el Alzheimer con la deficiencia de esta vitamina).

miércoles, 14 de julio de 2021

La definición de lo bueno

 

Puede ocurrir que se demuestre que el bien moral es un caso especial de una especie más general de bien. […] La norma moral suprema sería justificada con el auxilio de una norma extra-moral; el principio moral podría ser referido a un principio vital más alto.

Moritz Schlick, Fragen der Ethik

 

¿Qué queremos significar cuando decimos que algo es “bueno”? Manuel García Morente se hizo esa misma pregunta, pero no encontró respuesta:

 

Los conceptos de bueno y malo, que al parecer expresan con suficiente claridad lo que quieren decir, son en realidad confusos, equívocos y de múltiples significaciones. Decimos, por ejemplo, este hombre es bueno, esta manzana es buena, este arado es bueno, este libro es bueno, esta institución jurídica es buena. En cada uno de estos ejemplos la palabra bueno tiene un sentido diferente. La bondad del hombre es algo completamente distinto de la bondad del arado, y esta, a su vez, es distinta de la bondad de una institución. La bondad del hombre puede consistir en lealtad, en magnanimidad, en generosidad. La bondad del arado consiste en su solidez y eficacia. La bondad de la institución jurídica consiste en su justicia. Vemos, pues, que la palabra bueno alude a algo que es común a todos los actos o cosas generosos, magnánimos, sólidos, eficaces, justos. La palabra bueno señala, pues, a un género del que son especies la generosidad, la solidez, la eficacia, la valentía, la justicia. Ahora bien: ¿qué es ese algo común a todas estas cualidades? (Ensayos sobre el progreso, pp. 49-50).

 

Según John Rawls, “decir de algo que es bueno significa que tiene las propiedades que es racional desear en las cosas de su género” (Teoría de la justicia, VII, 62 [p. 448]). Las propiedades que es racional desear. Lo bueno sería entonces para Rawls lo racional, y ¿qué es lo racional? ¡Pues lo bueno, qué otra cosa! Estamos en un círculo vicioso y no hemos definido nada. Ante este intento fallido, podríamos darle la derecha –como se la he dado anteriormente-- a George Edward Moore y, presas de un resignado pesimismo epistemológico, afirmar que lo bueno es indefinible en un sentido comprehensivo[1] y que quizá lo único que podemos hacer para interpretar su significado es observar el comportamiento de la gente que consideramos buena y sacar a partir de esos datos algunas conclusiones que nos acerquen a nuestro objetivo por una vía extralingüística. ¿Nos resignaremos? ¡No! Porque yo no busco la definición o el significado de lo que es un hombre bueno, sino de lo bueno en general, del adjetivo “bueno” aplicado a todo tipo de objetos, animados o inanimados, y las definiciones “extensivas” que podríamos extraer de la observación de la buena conducta no nos hablarán de coches buenos, de argumentos buenos o de buenos futbolistas (de lo bueno extramoral). Necesito una definición que abarque la totalidad de lo bueno y que sea comprehensiva, que pueda uno encontrarla majestuosa sobre las hojas del mejor diccionario. Y creo que, gracias al doctor Maliandi –pero muy a pesar suyo, me imagino--, acabo de descubrirla: Bueno es todo aquello que desconflictúa, que tiene la virtud de resolver (no de disolver) conflictos por su intermediación; bueno es todo aquello que, al intervenir en una situación dada, tiende a armonizarla. La única sustancial diferencia que alcanzo a vislumbrar entre lo bueno inanimado y lo bueno animado radicaría en que los objetos buenos tienden a resolver conflictos más o menos superficiales, circunscritos e inmediatos, mientras que cuando la bondad recae en un organismo vivo y sobre todo en la gente, esta bondad tiende a resolver conflictos más profundos y abarcativos, y cuya resolución tal vez comience a esbozarse mucho tiempo después de acaecida esa respuesta al valor propiamente denominada “buena acción”. Así, cuanto más bondadoso sea el accionar, más cantidad de conflictos –y de mayor envergadura sociológica-- resolverá, pero en el largo plazo. El “efecto santidad” va muchas veces soterrado, y muchas veces queda el santo con la duda respecto de si lo que hizo o dejó de hacer contribuyó en algo al mejoramiento de los hombres. “Yo no vine a traer paz sino espada”, dijo Jesús: espada temporal, conflicto (espiritual) temporal, pero paz atemporal, paz que disfrutaremos algún día merced al espadeo que los cristianos (no los que figuran como tales sino los auténticos) vienen ensayando desde hace dos milenios por consejo de aquel gran espadachín de la armonía[2].



[1]  Mucho antes que Moore, el escepticismo ético comenzó con Platón y se hizo fuerte en Plotino: “Confiándonos en la impresión del alma, ¿definiremos al Bien por lo deseable? ¿No investigaremos acaso por qué el alma desea? Al par que aportamos demostraciones sobre la quididad de cada ser, ¿abandonaremos al deseo la determinación del Bien? Así resultarían muchos absurdos. Por lo pronto, el Bien no sería más que un atributo. Por otra parte, hay muchos seres que desean y que desean cosas diferentes. ¿Cómo decidir sólo por medio del deseo si una es mejor que otra? Tal vez ni siquiera conoceremos lo mejor, puesto que desconocemos el Bien” (Enéadas, VI, 7, 19).

[2] No me arrogo, en esto de identificar el bien con la armonía, originalidad ninguna, puesto que ya los primeros filósofos postulaban esta identificación. Para los griegos, “el bien moral consiste en el armónico despliegue de las potencias vitales de las personalidades individuales, el cual pide, a su vez, que reine también la armonía entre los desarrollos de las distintas personalidades” (Harald Høffding, Kierkegaard, p. 177). También en la ética india temprana “el bien supremo se identifica con la armonía total del orden cósmico o natural, caracterizado como rita: esta es la finalidad creadora que circunscribe la conducta humana. Así, el orden social y moral se concibe como un correlato del orden natural. Este es el curso ordenado de las cosas, la verdad del ser o realidad (sat) y por lo tanto la «Ley» (Rigveda 1.123; 5.8)” (Purushottama Bilimoria, “La ética india”, ensayo incluido en Compendio de ética, de Peter Singer (coord.)).

jueves, 30 de abril de 2020

El mentiroso Heidegger


La Comisión de depuración que habría de destituir a Heidegger, en 1945, de sus funciones como profesor universitario, comenzó creyendo que el acusado no era, como lo habían catalogado las tropas francesas de ocupación, un “nazi típico”, sino una víctima poco menos que inocente de unos deplorables mecanismos burocráticos que lo obligaron a militar en aquella agrupación. El primer informe redactado por este Comité rezaba lo siguiente:

El filósofo y catedrático Martin Heidegger vivía antes de los profundos cambios de 1933 en un mundo espiritual completamente apolítico, aunque mantenía amistosos contactos (también a través de sus hijos) con el movimiento de juventud de la época y con ciertos portavoces literarios de la juventud alemana, como Ernst Jünger, que anunciaban el final de la era capitalista-burguesa y el advenimiento de un nuevo socialismo alemán. El filósofo esperaba de la revolución nacionalsocialista una renovación espiritual de la vida alemana sobre una base popular y al mismo tiempo, como muchos otros intelectuales alemanes, una conciliación de los antagonismos sociales y la redención de la cultura occidental frente al peligro del comunismo. No tenía una representación muy clara de los sucesos políticos del ámbito parlamentario que precedieron a la subida al poder del nacionalsocialismo, pero creía en la misión histórica de Hitler consistente en llevar a cabo ese giro histórico que el mismo intuía (citado por Hugo Ott en Martin Heidegger: en camino hacia su biografía, p. 149).

Esta imagen de una persona políticamente ingenua, un antidemócrata inofensivo que solo vive en la esfera intelectual y simpatiza, de un modo aséptico, con las cabezas pensantes de la revolución conservadora, que no sabía lo que hacía, que se dejó envolver sin querer en las peores maquinaciones, fue propiciada por él mismo, en la esperanza de que no lo importunaran y le permitieran continuar ejerciendo la docencia. Oehlkers, uno de los más influyentes titulares de la Comisión de depuración, entendía que Heidegger había sido una víctima del sistema… y de su esposa:

Oehlkers describe [...] a un Heidegger que se encuentra comprometido oscuramente por el activismo nazi de la señora Heidegger; según él, la señora Heidegger casi llegó a hacerse odiosa en su región (Friburgo-Zähringen) y en el otoño de 1944 “maltrató brutalmente a las mujeres de Zähringen cuando hubo que cavar las trincheras” y no dudo en “enviar a cavar a las enfermas y embarazadas” (Ott, op. cit., p. 150).

Parece que Heidegger se había casado con una especie de sargento inescrupuloso, lo que fue utilizado en su defensa: casi que se había vuelto nazi por imposición de su pareja[1]. Tuvo que venir su examigo Karl Jaspers a modificar este punto de vista y trazar un cuadro mucho más verídico, lo que torció el rumbo de la investigación y comprometió definitivamente la posición de Heidegger. La realidad, lo no contado a la Comisión, ni por por Heidegger ni por su esposa, era que el exrector de la Universidad de Friburgo

anudó voluntariamente contactos con círculos estudiantiles, para ser más exactos con los cuadros nazis de los grupos estudiantiles de Friburgo y Berlín; en otras palabras, Martín Heidegger estaba al corriente de lo que se le venía encima cuando la gran marea de negras aguas anegó Alemania. En realidad, esta convulsión era imprescindible en el marco de su pensamiento de la historicidad. Pues bien, esto fue precisamente lo que más enérgicamente negó Heidegger desde sus primeras declaraciones ante el comité de depuración en julio de 1945 (op. cit., p. 150).

 Heidegger mintió sobre su pasado nazi para salvar su pellejo, su casa y su biblioteca. ¿Se habrá sentido mal por ocultar sucesos que lo enorgullecían? No lo creo: para un “filósofo” que considera a la ética como una disciplina carente de interés, que está más allá del bien y del mal y que relativiza todos los valores, la mentira no tiene por qué ser considerada innoble.


[1] “Los apólogos de Heidegger (incluida Hanna Arendt) se esforzaron por presentarlo como víctima de la siniestra obsesión de Elfride, y acusaron a esta de ser la fuerza oscura que lo urgió a unirse a los nazis, la responsable de que arruinara su vida y la causa de todas sus desgracias («su estrechez de miras y su estupidez —dijo Arendt refiriéndose a Elfride— apestan a asqueroso resentimiento y permiten entender todo lo malo que le ocurre a él»). Fue una manera fácil de absolver a Heidegger de toda responsabilidad por sus decisiones, pero eso no se correspondía con la verdad. Fuera lo que fuese, Heidegger no fue nunca un instrumento en las manos de su esposa ni de nadie" (Elzbieta Ettinger, Hanna Arendt y Martin Heidegger, pp. 85, 86 y 117).

miércoles, 29 de abril de 2020

¿Quién fue el ideólogo del nazismo?


Solo cuando la subjetividad incondicionada de la voluntad de poder se ha convertido en la verdad del ente en su totalidad, es posible, es decir, metafísicamente necesaria, la institución de un adiestramiento racial, es decir, no la mera formación de razas que crecen por sí mismas sino la noción de raza que se sabe como tal.
Martin Heidegger, Nietzsche

Ser y tiempo —dice Heidegger, según Löwith— es la doctrina metafísica del nacionalsocialismo, de un nacionalsocialismo puro, aborrecedor de la técnica, del que quería Heidegger ser la cabeza teórica y se lo impidieron. Otros “filósofos” aparecerán como los escogidos por Hitler[1], pero el que estaba en el secreto de lo que significaba verdaderamente el nazismo era él y solo él, por más que el otro grupo, más astuto y confabulador, le ganara la pulseada[2].

Heidegger había reconocido su fracaso en lo tocante a la política; le había hablado del “fracaso del rectorado” a Jaspers: él tenía que entenderlo, él sabía con qué finalidad había bajado a la arena política en 1933. Pero su número no había sido premiado en la rifa, el espectáculo se había terminado y el público había guardado sus aplausos para otro. Y sin embargo —a Heidegger no le cabía ninguna duda de esto—, solo a él le había sido otorgada la visión casi mística de la esencia del nacionalsocialismo, de “la interna verdad y grandeza” del movimiento, y nunca pudo deshacerse de esta iluminación, nunca jamás en toda su vida (Hugo Ott, Martin Heidegger: en camino hacia su biografía, p. 148).

El gran ideólogo del nazismo era Heidegger. Ni siquiera Hitler entendía mejor que él por qué la historia la escribirían, de ahí en adelante, los alemanes. Y cuando el nazismo cayó, nada se modificó en su cabeza: siguió considerando a los alemanes en general como la vanguardia de Occidente y a los nazis en particular como los redentores del espíritu y del pensamiento amenazados, ya definitivamente, por la tecnificación sin vida del comunismo y del capitalismo. No fue, para el Heidegger de posguerra, un error el haber sido nazi, sencillamente porque el Heidegger de posguerra seguía siendo nazi, por más que la cruz gamada ya no luciera en su solapa.

9:00 p.m.

Otro autor que sostiene que la filosofía que Heidegger quiso imponer en la Alemania nazi incluía elementos racistas y biologicistas —si bien no tan explícitos como los elementos biologicistas de Krieck—, es Julio Quesada. Véase por ejemplo “La tarea de una destrucción de la historia de la ontología y la biopolítica nazi”, ensayo incluido en Heidegger: La voz del nazismo y el final de la filosofía.



[1]En esos años [1933-1924] en que la línea política general del nazismo era motivo de violentas luchas entre distintas fracciones, Martin Heidegger optó por la línea representada por Ernst  Röhm y sus SA, y buscó fundar esta variante del nacionalsocialismo sobre su propia filosofía, oponiéndose abiertamente a la corriente biologizante y racista de Alfred Rosenberg y Ernst Krieck. En el plano personal, esta oposición se traducía en una áspera lucha por la dirección ideológica del movimiento nazi” (Víctor Farías, Heidegger y el nazismo, introducción).
[2] Se dice que una de las diferencias entre la filosofía nazi de Heidegger y la de Rosenberg y Krieck era el tema de la tecnificación biológica, la cría y selección de razas y todo eso, a la que Heidegger supuestamente se oponía. Una cita extraída de sus Cuadernos negros (1939-1941), reflexión XIV, apunta para ese lado: “La pregunta por el papel del judaísmo no es racista, sino una pregunta metafísica acerca del tipo de la humanidad”. Emmanuel Faye intenta demostrarnos que esto no era así: “Como rector, participó activamente en la instauración en la Universidad de Friburgo de una enseñanza oficial y permanente de la doctrina racial (Rassenkunde) a través de la creación de la cátedra correspondiente de professor ordinarius. El 13 de abril de 1934, pocos días antes de que su dimisión del rectorado se hiciese efectiva, y por tanto en un momento en el que no estaba obligado a ningún activismo, Heidegger escribe al Ministerio de Karlsruhe […] para exigir la creación de una «cátedra de profesor ordinario de doctrina racial y de biología hereditaria» [...]. Dado que el profesor anteriormente encargado del curso de «higiene racial», Alfred Nissle, había sido apartado en 1933, Heidegger había pedido personalmente un sustituto y había encontrado a Pakheiser, consejero en medicina de Karlsruhe y jefe de distrito de la asociación de los médicos nacionalsocialistas, quien [...] había aceptado venir a la Universidad de Friburgo a enseñar «la visión nacional-socialista del mundo y el pensamiento sobre la raza». Tras la carta de Heidegger, Heinz Riedel, miembro de la NSDAP, antiguo director de la Oficina de la Raza de las SS de Friburgo, fue nombrado profesor ordinario. Por lo tanto, vemos cómo Heidegger contribuyó de manera muy concreta a la introducción de la enseñanza de la doctrina racial del nazismo en la Universidad de Friburgo" (Heidegger. La introducción del nazismo en la filosofía, pp. 192-3). Conviene señalar también su amistad con Eugen Fischer, el primer y principal teórico del eugenismo, de la higiene racial y del genocidio de los pueblos considerados "inferiores", y todo ello bastante antes de que los nazis tomaran el poder. Esta amistad perduró incluso hasta después de finalizada la guerra.
Heidegger siempre enfatizó que desconocía por completo lo que estaba sucediendo en los campos de concentración, pero yo me pregunto: ¿no es razonable pensar que habiendo "disfrutado" de estas amistades, tenía que saber lo que sucedía en Auschwitz?

martes, 28 de abril de 2020

Los sucesores de Heidegger


Si ya no existe un centro y se reconoce que existen tantas formas de entender, interpretar, concebir y escribir la(s) historia(s) como pueblos, grupos, tendencias, comunidades o naciones haya, [...] entonces se puede decir que es válido y correcto interpretar que la muerte de millones de judíos, gitanos, comunistas, etc. en los hornos de la muerte alemanes del Tercer Reich fueron fruto de una casualidad mal calculada […]. Por encima de interpretaciones o sobreinterpretaciones está la existencia humana, y esta, a mi modesto modo de ver, no es relativa: un asesinato es un crimen de lesa humanidad, lo cometa Hitler, Stalin, Obama o el Papa de Roma.
Jesús Turiso, El ser genuflexo como condición posmoderna

Alguien que comprendió cabalmente lo que implica levantar la sospecha de que la filosofía de Heidegger es nazi, comenta con tono de preocupación:

Al poner el dedo en la llaga de la innegable fundamentación en el pensamiento de Heidegger del posmodernismo, y del “desconstruccionismo” como su más deslumbrante modelo, resultó irresistible atacar a la base fundamentadora, es decir, a Heidegger, como intrínsecamente nazi con el propósito de desacreditar, no tan solo al pensamiento heideggeriano en su conjunto, sino también a toda la dependiente filosofía francesa de vanguardia contemporánea como políticamente peligrosa. De esta manera, la demonización de Heidegger prometía convertirse en un genial golpe propagandístico con profundas implicaciones ideológicas en la lucha por el control y dominio de los centros mundiales de producción cultural. Desprestigiar a Heidegger significaba mucho más que un mero ajuste de cuentas con la historia de las ideas, significaba también, y de manera mucho más importante, socavar los cimientos más sólidos de la vanguardista filosofía francesa contemporánea (Francisco Gil Villegas, "Heidegger y el nazismo de Farías, o la agenda oculta por desacreditar un pensamiento superior", artículo fechado en el 2001, en línea).

Yo no sé si Farías se sentía más molesto con la filosofía de Heidegger o con la de sus seguidores, pero en lo que a mí respecta, tanto la una como las otras me aparecen como gigantescos (en el caso de Heidegger) o pequeños (en el resto) castillos en el aire, que pueden estar bien o mal fundamentados pero que al estar en el aire, indefectiblemente quedan a merced del empuje de los vientos de la verdad, que terminarán sacándolos del centro de la escena y arrumbándolos en el más oscuro rincón de los futuros libros de historia de la filosofía. Cuando uno ve personajes indeseables por las aceras, y se pregunta quién es el padre, y le responden que el padre es más indeseable todavía, uno tiende a emprender la batalla contra el padre más que contra los hijos, porque seguramente los hijos no serían lo que son si no fuera por el padre que así los educó. Tal vez los posmodernos, quién sabe, de no haber existido Heidegger habrían sido pensadores bastante interesantes. Heidegger es el padre de la criatura, y la criatura se llama filosofía latina del siglo XX. Quien quiera darle batalla a esta filosofía y correrla de escena no tendrá que batallar uno a uno contra todos los referentes de la misma: solo con noquear a Heidegger, el resto caerá detrás como piezas de dominó. Así de sencilla es la cosa y hay que aprovecharlo: el atacante no tiene la culpa de que todas aquellas corrientes de pensamiento provengan de una única y podrida raíz.

8:49 P.M.
En la misma línea que Gil Villegas, escribe Alain Badiou (o Barbara Cassin, o alguna otra persona, es un libro confuso):

Toda la creación filosófica francesa de las décadas de 1930 a 1970, una creación de la cual puede decirse, sin exagerar, que fue mundialmente reconocida y a veces dominante, mantuvo una relación esencial, aunque fuera crítica, con la empresa de Heidegger. Basta con mencionar a Sartre, Merleau-Ponty, Lautman, Derrida, Foucault, Lacan, Nancy, Lacoue-Labarthe [...] para entender de qué se trata. Acometer con la más extrema violencia contra Heidegger también es —es sobre todo— arreglar cuentas con esta gloriosa secuencia filosófica, que fue el momento de una relación fuerte entre el trabajo conceptual y la política revolucionaria bajo todas sus formas. Hay un mediocre aspecto revanchista —aliado, como suele suceder, a una pulsión reaccionaría— en el deleite que encuentran algunos en descubrir las bajezas del pensador (Heidegger. El nazismo, las mujeres, la filosofía, pp. 18-9).

Coincido con lo que aquí se afirma desde el comienzo de la cita y hasta que aparece la palabra “gloriosa”; ahí salgo corriendo despavorido. Después se afirma que todos aquellos pensadores adictos a Heidegger realizaron un “trabajo conceptual” que contribuyó a la “política revolucionaria”. Si contribuyó, no se notó: Francia es uno de los países más capitalistas de occidente. Y es que esta gente, bajo las apariencias de un izquierdismo radical, con sus imprecisiones lingüísticas y sus engañifas historicistas le hicieron y le siguen haciendo el caldo gordo al sistema que, por fuera, pretenden atacar, como bien lo denunciaron hace ya tiempo Alan Sokal y Jean Bricmont en sus Imposturas intelectuales[1]. La izquierda necesita gente que hable claro, no emborronadores pirueteros[2]. Y por supuesto que hay deleite cuando se demuestra lo que uno viene presintiendo desde hace tiempo: el desabrimiento de un barco que hace agua por todos los rincones y cuyos marineros (barco alemán, marineros franceses) intentan tapar los agujeros con goma de mascar. Pero no es un deleite egoísta lo que uno siente, sino el goce de quien sospecha un mejor futuro para el pensamiento académico de aquí en adelante a partir del mutis por el foro de todos estos personajes. Por último, que quede claro que yo no pido (como parece que pidió Emmanuel Faye ante un periodista) que retiren los libros de Heidegger de las bibliotecas de filosofía. ¡No, quemar los libros de Heidegger jamás! Primero, porque sería una actitud nazi, y estaríamos cayendo en lo mismo que Heidegger aprobaba, y segundo y principal, porque si desaparecen los libros de Heidegger ¿cómo vamos a demostrarles a los aspirantes a filósofos del futuro lo bajo que cayó el siglo XX en esta materia?


[1] (Nota posterior.) Véase, sobre este libro, la entrada del 1/5/20.
[2] El mensaje fino de los posmodernos, por las características del lenguaje que utiliza, lo asimilan solamente los alumnos y los profesores especializados, pero la idea central que protege, la de la relatividad de los valores y la necesidad, debido a esta relatividad, de disfrutar de un hedonismo sin culpa del aquí y el ahora, esta idea sí que ha calado hondo en el pueblo y ya es parte de la idiosincrasia de las mayorías. De ahí que la filosofía posmoderna no sea tan inofensiva como podría serlo cualquier otra que limite la difusión de sus contenidos a un grupo selecto de intérpretes.

lunes, 27 de abril de 2020

Heidegger y los protocolos de los sabios de Sion


El enjudiamiento de nuestra cultura y de nuestras universidades es sin duda espantoso, y creo que la raza alemana debería procurarse aún otro tanto de fuerza interior para llegar a la cima. ¡De lo contrario, el Capital!
Martin Heidegger, “¡Alma mía!” Cartas de Martin Heidegger a su mujer Elfride (1915-1970)

Los protocolos de los sabios de Sion, el opúsculo antisemita de origen ruso que data de principios del siglo XX, habla de una supuesta conspiración mundial de los judíos para apoderarse del mundo. Muchos creyeron que el documento era verdadero, lo mismo que la conspiración, entre ellos Heidegger.
En mayo de 1933, el recién asumido rector de la Universidad de Friburgo estuvo en Heidelberg, donde, ante los estudiantes, no dudó en pronunciar una encendida arenga a favor del proyecto de los nazis para la universidad. Con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos, Karl Jaspers escuchaba desde la primera fila. Más tarde, en casa de Jaspers, este intentó cuestionar la posición de su amigo, argumentando que Heidegger no podía estar de acuerdo con los nazis respecto de sus actitudes para con los judíos. “Hablé con él —cuenta Jaspers— acerca de la cuestión judía, acerca del malvado sinsentido de los sabios de Sion, a lo cual él dijo: «Hay, sin embargo, una peligrosa alianza internacional judía»” (Karl Jaspers, Autobiografía filosófica, p. 86). A Karl Löwith le confirma que su filosofía guarda una estrecha relación con el nacionalsocialismo, mientras que a Karl Jaspers le asegura que existe una conspiración mundial judía: quien pretenda seguir absorbiendo a Heidegger y nutriéndose con su lectura, aténgase a las consecuencias[1].


[1] Luego de aquel desagradable reencuentro de 1933, Heidegger y Jaspers continuaron “intercambiando libros y notas hasta 1937, cuando Jaspers fue separado de su cargo y se vio limitado a la terrorífica realidad de sobrevivir, hasta el fin de la guerra, en su calidad de antinazi casado con una mujer judía e impedidos ambos de abandonar el país. Tanto Jaspers como su mujer llevaban siempre consigo cápsulas de veneno, por si acaso” (Mark Lilla, Pensadores Temerarios, p. 25).


sábado, 25 de abril de 2020

La relación entre Ser y tiempo y el nazismo


Que «Ser y tiempo» sea --o no sea-- soporte conceptual del discurso nacional-socialista, es algo de muy distinta dimensión al trivial dato de afiliación personal de Martin Heidegger.
Gabriel Albiac, “«Heidegger y los judíos», un nazismo metafísico”

Karl Löwith, uno de los discípulos favoritos de Heidegger, con el que además trabó una sincera amistad, tuvo que emigrar de Alemania en 1936 debido a su condición de judío. Estuvo unos meses en Roma, en donde tuvo la oportunidad de rencontrarse con su exmaestro y preguntarle acerca de su compromiso con el nazismo. El más notable biógrafo de Heidegger relata cómo fue aquella reunión entre estos dos camaradas, uno judío y el otro nazi:

Heidegger y él eran buenos conocidos, habían sido amigos durante mucho tiempo, desde 1919, antes de que tuvieran ocasión de tratarse como alumno y profesor. Tenían muchos puntos de contacto: las vacaciones conjuntas en la casa de Szilasi junto al lago de Starnberg, por ejemplo. Además, Löwith había quedado muchas veces al cuidado de los hijos pequeños de Heidegger. Pero ahora, sus diferencias políticas salían a la luz en toda su intensidad: la señora Heidegger saludó al judío Löwith «con una reserva tan cortés como fría». Y lo más llamativo es que Heidegger no se quitó ni un segundo la cruz gamada: «por lo que se ve, no se le vino a las mientes que la cruz gamada no venía a cuento cuando se trataba de pasar el día domingo». Durante la conversación, Löwith dejó bien claro la posición de cada cual: para él, la toma de partido de Heidegger en favor del nacionalsocialismo ya subyacía en la esencia de su filosofía. [...] Karl Löwith escribió estas frases en 1940, cuando el recuerdo aún estaba fresco y se había agudizado a través de experiencias dolorosas y su corazón estaba embargado de dolor por el fatal compromiso contraído por su profesor. Su preciso diagnóstico era pues que la filosofía de Heidegger guardaba una estrecha vinculación con el nacionalsocialismo (Hugo Ott, Martin Heidegger: en camino hacia su biografía, pp. 146-7).

Agrega Löwith un detalle no menor: “Heidegger me dio la razón y me indicó que su concepto de la «historicidad» era la base de su «compromiso» político”[1]. Si le creemos a Löwith (por mi parte, no tengo por qué dudar de su palabra), ya tenemos una pista acerca de la filosofía intrínseca que discurre, soterrada, por debajo de la prosa indescifrable de Ser y tiempo[2].


[1] Dicho concepto aparece desarrollado entre el § 74 y el § 76 de Ser y tiempo.
[2] George Steiner parece apoyar a Löwith: "La evidencia es, creo, incontrovertible: había una relación real entre el lenguaje y la visión de Sein und Zeit, en particular de sus últimas secciones, y los del nazismo. Quienes nieguen esto o son ciegos o son embusteros" (Heidegger, p. 89). Sin embargo, afirma Steiner (p. 86) que a pesar de la voluminosa biografía sobre la injerencia de Heidegger en el nazismo, aún hay que probar “qué relación existe, si existe alguna, entre la ontología esencial de Sein und Zeit y esta injerencia”.

viernes, 24 de abril de 2020

Heidegger y el nazismo


Nuestro objetivo de investigación crítica consiste en demostrar que lo que parecía mentira es verdad: el holocausto tiene su propia filosofía de la existencia y se encuentra en la obra maestra del, dicen, mayor pensador del siglo XX.
Julio Quesada, “Adiós a Heidegger”

La tarea de emparentar a Nietzsche con la filosofía de Calicles y de Trasímaco y de coronarlo como el preanunciador del nazismo por antonomasia, no fue tan compleja: ahí están los textos que hablan por sí mismos. Nietzsche es demasiado claro, demasiado honesto cuando habla, muy poco escondedor de sus pensamientos como para que la confusión se presente. Pero con Heidegger sucede muy distinta cosa. Me gustaría, en esta mi tarea de cotejarlo con el nazismo y de investigar si su filosofía ya no lo preanuncia, como la de Nietzsche, sino que es el nazismo en su más pura expresión, me gustaría valerme de los textos de Heidegger tal como me valí de los de Nietzsche. Pero Heidegger mismo me lo impide cuando avisa que su prosa es intraducible y que no se puede pensar en otro idioma que no sea el alemán. No me queda otra, pues, que penetrar en el pensamiento de Heidegger a través de los exégetas, mal que me pese, porque no conozco el idioma alemán, e incluso ni conociéndolo creo que podría adentrarme en sus libros, que se asemejan a verdaderas trampas para tontos en las que posiblemente habría yo caído. A pesar de bandearse hacia el ateísmo, conservó Heidegger de su educación como seminarista católico la manera de escribir, y tal vez de discurrir, de los intelectuales medievales. Leer a Heidegger es como leer a un Tomás de Aquino enloquecido, porque matiza la jerga escolástica dándose aires de poeta, oscureciéndola más de lo que ya oscura era, tornándola impenetrable a la razón y agregándole neologismos que fungen como clave esotérica para los iniciados. Pero los iniciados, ¿lo comprenden? Si lo comprendieran, no lo defenderían, porque un nazi no tiene defensa, como no sea la de un abogado profesional que a ello se ponga. No, no lo comprenden. O empezaron por no comprenderlo y después, gracias a los ojos vigilantes de Apel, de Habermas y de tantos otros, terminaron entrando en razón, pero ya era muy tarde, ya sus cabezas estaban formateadas por Heidegger y renegar de su pensamiento habría sido como admitir que se estuvo viviendo dentro de una casa de fantasía. Esa actitud de humilde reconocimiento del error intelectual no es común, es casi imposible, dentro de la filosofía occidental y en particular de la filosofía académica. Las excepciones son honrosas (Franco Volpi), pero se cuentan con los dedos de una mano.
Habermas nos advirtió que la ideología personal de Heidegger se venía tornando fascista, o que se había vuelto fascista en paralelo al fascismo político que se venía gestando en Alemania, pero dijo también que en la época de su obra cumbre, Ser y tiempo, que es anterior a la aparición de Hitler en la escena política de alto impacto, estaba más o menos libre de tal sospecha. A eso se atuvieron muchos de los existencialistas franceses, que basaron su admiración por Heidegger en este libro, al parecer emancipado de algunas contaminaciones ideológicas posteriores. Yo no comparto este punto de vista: no me parece que exista un “salto” entre la década de los veinte y la de los treinta sino una elocuente continuidad de sus ideas sociopolíticas. Y como los alemanes, hasta muy entrada la década de los ochenta, no supieron otorgarle a su revisionismo un adecuado ropaje que sirviera para escindirlo del mero debate académico e instalarlo en un ámbito más abarcativo[1], tendrá que llegar un tercermundista, un chileno, para gritarle al mundo que todos los Heideggers conocidos, incluido el anterior a 1933, estaban contaminados por el virus del totalitarismo. Se trata de Víctor Farías, que publicó su investigación en 1987, causando otra vez, como lo causara Habermas en 1953, un gran revuelo (la publicó en Francia, la cuna del furor heideggeriano), pero no el suficiente como para que los existencialistas entraran en razón. (De todos modos, la expresión “entrar en razón”, para estos apologistas de la irracionalidad, podría considerarse un anatema.)
“La intención de mi trabajo —declara Farías desde el prólogo a la edición española— es una y compleja: poner de manifiesto el germen de inhumanidad discriminadora sin el cual la filosofía de Martin Heidegger no es pensable como tal”. Según Farías, no se puede comprender cabalmente a Heidegger si no se asume que su adhesión al fascismo ha sido integral y contundente:

La totalidad de los trabajos que pretenden morigerar el grado de compromiso de Martin Heidegger con el nacionalsocialismo, o que quieren ver en él un sentido más profundo y «metafísico», se caracterizan, entre otras cosas, por la ignorancia sistemática de los textos en los que Heidegger nos informa de su fe nazi ligada a la persona de Adolf Hitler. El hechizo al que sucumbieron millones de alemanes se apoderó también de Heidegger (Heidegger y el nazismo, p. 134).

Comprometido estaba Heidegger con el pensamiento totalitario y segregacionista desde antes de la aparición de Hitler en escena (su admiración, que se remonta a su época de estudiante de teología, por el monje austríaco Abraham a Sancta Clara, un jovial y pintoresco antisemita del siglo XVII, certifica esta tendencia[2])[3], pero el nacionalsocialismo le vino como anillo al dedo. Uno de sus alumnos más destacados, Karl Jaspers, en pareja con una judía, detecta la admiración que profesa Heidegger por Hitler y se lo reprocha:

En una conversación de julio de 1933, Jaspers le pregunta a Heidegger: “¿Cómo pudo usted pensar que un hombre tan inculto como Hitler podría gobernar Alemania?”. Heidegger respondió: “La cultura no tiene importancia. ¡Observe qué maravillosas son sus manos!” (autobiografía de Jaspers, citada por Farías, op. cit., p. 134).

La cultura no tiene importancia: he ahí el leitmotiv del nazismo, que es también el de Heidegger. La cultura no importa, importa la fuerza, la valentía, la voluntad de poder… y las manos[4]. “El propio Führer y solo él es la realidad alemana de hoy pero también del porvenir y su ley”, escribe Heidegger en un artículo de revista que data de noviembre de 1933 (citado por Farías en ibíd.., p. 134). Importa destacar el hecho de la admiración que sentía Heidegger por Hitler, porque se habla de que a Heidegger, si quería mantenerse en la Universidad de Friburgo, no le quedaba otra que “tolerar” al jefe de los nazis y seguirle el juego; pero no: estaba tan compenetrado con el movimiento que incluso instituyó como obligatorio, durante su rectorado, el saludo nazi, que de ningún modo era recomendado por las autoridades políticas dentro de las universidades. Y cuando dejó de ser rector, y el rector posterior lo quitó, quiso restituirlo:

En una carta del 24 de julio de 1952, Jaspers le recordó a Heidegger los acontecimientos de aquellos años: «Cuando la señorita Drescher (candidata junto con Jaspers al doctorado), en 1937-38 asistía a sus clases, informó de su vano intento de mantener el saludo hitleriano, que el entonces rector ya no consideraba necesario». Esta información de Jaspers ha sido ratificada por otros alumnos de Heidegger que entonces asistían a sus clases (ibíd., p. 268)[5].

Los cañones de Heidegger apuntan hacia las dos grandes corrientes filosóficas que se habían hecho fuertes en el pensamiento occidental: el positivismo y el marxismo, el primero encarnado en los Estados Unidos, el segundo en la Unión Soviética. Por eso, cuando los norteamericanos ingresaron en la guerra sintió que su profecía podía llegar a cumplirse: todos los invitados ya estaban en la mesa. En uno de sus cursos universitarios de 1942, dijo lo siguiente:

Hoy sabemos que el mundo anglosajón del americanismo está decidido a destruir Europa, esto es, la patria, el inicio de occidente. Pero lo inicial es indestructible. La incorporación de América a esta guerra planetaria no constituye un ingreso a la historia, sino que es el último acto americano de la americana carencia de historia y autoaniquilación (citado en ibíd, p. 290).

Los americanos, enfrentándose a “lo inicial”, estaban firmando su propia sentencia de muerte. Solo los alemanes podrán encargarse, al mismo tiempo, de desarmar los dos colosos, siempre y cuando no se alejen de sus raíces:

El planeta está en llamas. La esencia del hombre se está deshaciendo. Sólo de los alemanes puede esperarse que tengan sentido histórico universal, siempre que encuentren y sepan preservar «lo alemán» (citado en ibíd, p. 290).

Estos cursos dictados en plena guerra demuestran que el compromiso ideológico de Heidegger con el nacionalsocialismo se extendió mucho más allá de lo que duró su rectorado. “Durante mi estancia en Friburgo (1938-1943) todo el mundo consideraba a Martín Heidegger un nazi; para mí era Hitler en la cátedra”, le comentó a Farías el profesor Heinz Bollinger (p. 223). Era Hitler en la cátedra; y en la cátedra, supuestamente “ontológica”, solo se hablaba, directa o indirectamente, de Hitler.
Los alemanes, pese a las profecías de Heidegger, perdieron la guerra. Sin embargo, esta derrota militar no se tradujo, para el profesor de Friburgo, en una derrota ideológica:

Aquí todo el mundo no piensa en otra cosa que en el hundimiento (Untergang). Pero la verdad es que nosotros, los alemanes, no podemos hundirnos porque aún no hemos surgido. Debemos seguir marchando a través de la noche (citado en ibíd, p. 294).

Jamás se arrepintió de su militancia nazi, porque de haberse arrepentido habría clausurado su propia ontología; así de emparentadas estaban su vida y su filosofía.
A varios de sus exalumnos y amigos, muchos de los cuales eran de ascendencia judía, les aclaró, finalizada la contienda, que solo fue partidario del nazismo durante su rectorado, pero que luego se distanció ideológicamente del movimiento[6]. Herbert Marcuse, una de las principales figuras del pensamiento surgidas bajo su ala, no le cree:

Usted me decía que desde 1934 se había distanciado completamente del régimen nazi, que en sus clases había hecho observaciones extraordinariamente críticas y que había sido vigilado por la Gestapo. No quiero poner en duda sus palabras. Pero sigue siendo un hecho que usted en 1933-34 se identificó de tal manera con el régimen que aún hoy es considerado por muchos como uno de los pilares espirituales más incondicionales del mismo. Prueba de ello son sus discursos, escritos y acciones de aquella época[7]. Usted nunca se ha retractado de ellos públicamente, ni siquiera después de 1945. Nunca ha manifestado públicamente que hubiera llegado a unas conclusiones diferentes de las declaradas y llevadas a la práctica en 1933-34. Después de 1934 usted permaneció en Alemania, a pesar de que en cualquier lugar del extranjero habría encontrado un lugar de trabajo. Usted jamás ha denunciado públicamente ni uno solo de los hechos ni la ideología del régimen nazi. Por todas esas circunstancias, todavía hoy se lo identifica con el régimen nazi. Muchos de nosotros hemos estado esperando, y durante mucho tiempo, una palabra suya, una palabra que lo liberase clara y definitivamente de esa identificación, una palabra que expresara su postura auténtica y actual frente a todo lo sucedido. Usted no ha pronunciado esa palabra [...]. Usted solo puede luchar contra la identificación de su persona y de su obra con el nazismo (y con ello contra la extinción de su filosofía) si hace una confesión pública de su cambio y conversión (y solo en este caso podremos luchar nosotros contra esa identificación (carta de Marcuse del 28 de agosto de 1947, citada en ibíd, pp. 296-7).

La confesión pública nunca se hizo. Pero esto no es lo extraño, lo extraño es que a pesar de la no retractación, no sucedió con su filosofía lo que temía Marcuse, no se extinguió. ¿Será entonces que los pensadores actuales que lo siguen aplaudiendo, los existencialistas y los posmodernos, son adictos a la ideología nazi o al fascismo en general? A primera vista no, y esa es la locura. Y entonces empieza la sospecha de si estos existencialistas y posmodernos, que en el fuero externo de su propia conciencia parecen adoptar posiciones más bien izquierdistas, no son en realidad fascistas encubiertos, encubiertos incluso para ellos mismos[8]. La duda es razonable: aplaudir a un fascista y no ser fascista es algo complicado[9].
Heidegger le contestó a Marcuse afirmando que lo que esperaba del nacionalsocialismo era una “una renovación espiritual de la vida entera, una reconciliación de los contrastes sociales y la salvación de occidente de los peligros del comunismo”, y que cuando esa renovación espiritual no se concretó, o se apuntó para otro lado, dejó de creer en esa opción de gobierno[10]. Pero el que no le cree es Marcuse, quien no se explica

que usted, que ha sido capaz como ningún otro de comprender el pensamiento occidental, pudiese ver en el nazismo una "renovación espiritual de la vida entera" y una "salvación del ser occidental frente a los peligros del comunismo" (que, en mi opinión, constituye un componente esencial de esa realidad). Esto no es un problema político, sino casi un problema de cognición, diría yo, un problema intelectual, de conocimiento de la verdad. Usted, el filósofo, ¿ha confundido la liquidación del ser occidental con su renovación? ¿No era evidente esa liquidación en cada una de las palabras del Führer, en cada uno de los gestos de las SA, ya mucho antes de 1933?

Lo que más indignó a Marcuse fue la comparación que hizo Heidegger, en su carta de respuesta, entre los campos de exterminio nazi y la emigración forzada que impusieron los Aliados en la Alemania del Este:

Solo quiero comentar un párrafo de su carta, no sea que mi silencio pueda ser interpretado como aquiescencia; usted escribe que todo lo que digo sobre el exterminio de los judíos vale exactamente igual para los aliados si en vez de judíos ponemos a los alemanes del Este. ¿No se coloca usted con esta frase fuera de la dimensión lógica; es posible explicar, saldar y "aprehender" un crimen, alegando que también otros han perpetrado acciones parecidas? Más aún, ¿cómo es posible poner la tortura, la mutilación, la aniquilación de millones de seres humanos en el mismo plano que el traslado forzoso de grupos étnicos, en cuyo transcurso no se cometieron ninguna de esas atrocidades (dejando aparte quizás algunos casos excepcionales)?

Esta nueva carta de Marcuse quedó sin respuesta. Puesto contra las cuerdas, ya no supo Heidegger cómo contragolpear.
Este libro de Farías, fundamentalmente por su pormenorizado trabajo investigativo, marcó un antes y un después respecto del problema Heidegger. Ya son muchos los que afirman que Heidegger fue un fascista convencido siempre, antes de su rectorado de Friburgo, durante su rectorado y después de finalizada la guerra. Queda por saber ahora, que ya sabemos (o creemos saber) que Heidegger fue un nazi de pies a cabeza, si la filosofía de Heidegger es nazi de pies a cabeza, si no hay aspectos importantes de su obra que puedan ser rescatados, que estén descontaminados o que sean susceptibles de descontaminarse. Pero para eso necesitaremos (¡quién lo diría!) a un francés.
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[1] "El tema «Heidegger y el nacionalsocialismo» ha sido tratado con mucha frecuencia [en Alemania] desde Georg Lukács y Karl Lówith hasta Hugo Ott, pasando por Paul Hühnerfeld, Christian von Krockow, Theodor W. Adorno y Alexander Schwan, mientras que en Francia Heidegger fue desnazificado a todo correr e incluso promovido a miembro de la resistencia. Pero hay que reconocer que en nuestro país los efectos de tal crítica han sido escasos. Ni la exposición crítica que hizo W. Franzen de la evolución política de Heidegger ni las recientes averiguaciones de Hugo Ott y Otto Pöggeler sobre el compromiso político de Heidegger han trascendido los círculos especializados" (Jürgen Habermas, Identidades nacionales y postnacionales, p. 63).
[2] A propósito de la inauguración de un monumento dedicado a este monje en Kreenheinstetten, el 15 de agosto de 1910, Martin Heidegger escribe uno de sus primeros artículos, del cual extraigo las siguientes oraciones: "Personajes como Abraham a Sancta Clara deben seguir vivos entre nosotros, actuando silenciosamente en el alma del pueblo. Quiera Dios que sus espíritus circulen siempre entre nosotros, que su espíritu [...] se convierta en un fermento poderoso para la conservación de la salud y, cuando la necesidad lo imponga, para el restablecimiento de la salud del pueblo" (citado por Farías, op. cit, p. 49). El término “salud del pueblo” es recurrente en Heidegger. En 1933, ya como rector de la Universidad de Friburgo, pronunció un discurso en el Instituto de Anatomía Patológica de aquella universidad, que dio en llamar, justamente, “La salud del pueblo”, en donde afirmó que “para lo que es sano y enfermo, cada pueblo de cada época se da su propia ley en función de la grandeza y amplitud interior de su propio estar (Dasein)”. En la propia cara de los médicos que lo escuchan avala la idea de que en el nazismo, la cuestión de quién está sano y quién está enfermo ya no está determinada por los profesionales de la salud sino por la pertenencia a un pueblo u otro. El hecho de que este curioso argumento sanitario aparezca ya esbozado en 1910 nos da la pauta de que el pensamiento nacionalista y totalitario de Heidegger se venía gestando desde mucho antes de la aparición de Hitler en escena.
Cabe mencionar que en aquel artículo de 1910 aprovechó también para elogiar "al inolvidable Karl Lüger", exalcalde de Viena, otro reconocido antisemita que luego sería calificado por Adolf Hitler como "el más grande de los burgomaestres alemanes de todos los tiempos" (Mi Lucha, p. 108).
[3] Según Karl Jaspers, "en los años veinte Heidegger no era antisemita" (cf. Martin Heidegger/Karl Jaspers: Correspondencia (1920-1963), p. 229). Si hubiera leído la carta que Martin le envió a Elfride el 18 de octubre de 1916, posiblemente habría modificado su opinión. Luis Moreno Claros no niega el antisemitismo del Heidegger seminarista, pero lo matiza considerando que se vio arrastrado a él por el ambiente escolástico de su educación (cf. su Martin Heidegger, p. 23). Rüdiger Safranski directamente niega la posibilidad: “¿Fue Heidegger antisemita? No lo fue en el sentido del delirante sistema ideológico de los nacionalsocialistas. Pues llama la atención que ni en las lecciones y los escritos filosóficos, ni en los discursos y panfletos políticos aparezcan observaciones antisemitas o racistas” (Un maestro de Alemania, p. 299). Cabe aclarar que si una persona experimenta un vivo resentimiento hacia los judíos, es antisemita por más que no exprese ese sentimiento públicamente. Podría decirse, si se quiere y hasta cierto punto, que Heidegger no fue una antisemita militante, pero de eso no se deduce que no haya sido antisemita.
[4] "Cuando escucho la palabra «cultura» —había dicho Göring—, quito el seguro de mi revólver".
[5] ¡Qué diferencia con la actitud adoptada por Nicolai Hartmann! Cuando a Hartmann lo saludaban, en la Universidad de Berlín, con el consabido Heil Hitler! ("salve a Hitler"), este respondía, provocativamente, Rette ihn! ("¡sálvelo usted!"). La anécdota me la refirió Ricardo Maliandi.
[6] En realidad, su dimisión al rectorado de la Universidad de Friburgo se debió a que algunos intelectuales del nazismo no lo soportaban:  "Esta renuncia fue consecuencia de una gran frustración personal, luego de haber sido postergado en su ambición de ser el líder y vocero de la reformada universidad y de la naciente cultura de la Nueva Alemania, por obra de las inevitables mediocridades intelectuales del nazismo (como Erich Jaensch y Ernst Krieck) que removieron cielo y tierra e intrigaron ante Alfred Rosenberg, Ministro de Cultura, a fin de cerrar el paso a Heidegger dentro del sistema e impedirle ser lo que se proponía: «el filósofo del Nacional Socialismo»" (Mario Vargas Llosa, “Führer Heidegger", artículo incluido en su libro Desafíos a la libertad). Digamos también que gran parte del apoyo político de Heidegger provenía de las SA, y al ser asesinado Röhm y toda la cúpula del "ala popular" del nazismo en la Noche de los cuchillos largos, Heidegger se sintió desprotegido y decidió apartarse. (En realidad, presentó su renuncia días antes de la fatídica noche: ya se la veía venir.)
[7] En su Heráclito, que data de 1943, escribe: "El planeta está en llamas. La esencia del hombre está desarticulada. Solo desde los alemanes puede llegar una reflexión histórico-mundial —si, esto es, encuentran y perseveran su germanidad [das Deutsche]". Vemos así que nueve años después de haber abandonado el rectorado, y ya bien entrada la guerra, todavía supone que Alemania representa el "poder salvador" de la humanidad, en lugar de su azote.
[8] Hay quien afirma que los pensadores posmodernos, debido a su particular lenguaje —imitación de Heidegger—, no apto para la discusión sino para la imposición de conceptos, se alinean de manera irrestricta con el capitalismo de última generación que los cobija y que campea desde el final de la Segunda Guerra. “La misma resonancia vacía que Adorno advierte en las habladurías de los auténticos puede rastrearse en la jerga neoliberal”. De este modo, el ser ahí heideggeriano muta como por arte de magia en un “ser en el mercado” (cf. Jorge Miceli, "Subjetividad política y lenguaje: De la crítica adorniana a la idea de jerga a la crítica del neoliberalismo", en línea).
[9] ¿Realizarán los posmodernos el juramento antimodernista, tal como lo realizaban los profesores católicos en la primera mitad del siglo XX? Curiosa hermandad sería esta del posmodernismo y el catolicismo para enfrentar al enemigo común.
[10] Heidegger exigía que su adhesión al nacionalsocialismo sea ubicada en el marco de sus reflexiones sobre la esencia de la técnica extendida a escala planetaria. Mostrará que el nacionalsocialismo, desde el comienzo, se planteó un enfoque correcto del problema que representaba la mundial tecnificación, pero que después de ese buen comienzo el movimiento quedó frustrado por la incapacidad filosófica de los dirigentes y devino tan dependiente de la tecnología como la Unión Soviética y los Estados Unidos. Pero ¿cómo pretendía Heidegger expandirse y anexar territorios –objetivo que todo nazi conocía y buscaba, puesto que Mi lucha lo especifica claramente– sin valerse de la “maquinación” (Machenschaft) y de las modernas tecnologías? ¿Habría preferido sitiar a los rusos a puros piedrazos?