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martes, 7 de junio de 2011

El hecho religioso


…Lo que yo quería que me dijeras no es uno o dos de los numerosos actos que son píos, sino la “forma” real de que hablábamos, y que los hacía a todos ellos píos. ¿No es verdad que tú decías que los actos impíos eran impíos y los píos píos por la razón de una sola y única “forma”? Muéstrame entonces cuál es esa forma, de tal manera que pueda referirme a ella y usarla como norma.
Platón, Eutifrón, 6d

¿Cuál es el denominador común de todo conato religioso? Distintas investigaciones, comenta Vicente Fatone, “han coincidido en sostener que la plegaria es esencial al hecho religioso; es decir, que distingue al hecho religioso del moral, del estético, del lógico; que su ausencia determina inmediatamente la ausencia del hecho religioso” (Obras completas, tomo I, p. 273).  Pero a mí no me parece correcta esta apreciación[1]. Entiendo que hay y hubo personas completamente religiosas y devotas que no han solicitado nunca los favores de Dios, que nunca le han pedido nada, a pesar de creer fervientemente en Él. Yo digo que lo que distingue al hecho religioso de cualquier otro hecho es el sentimiento de sometimiento, el saberse sometido a algo o a alguien infinitamente más poderoso e importante que nosotros, de suerte que si, por ejemplo, alguien se siente infinitamente inferior a su capataz, inmediatamente puede decirse que ese alguien profesa un sentimiento religioso dirigido hacia ese superior, sentimiento bastardo claro está, pero no por eso menos religioso que el sentimiento de indefensión de un asceta flagelante. E inversamente, quien tiene para con Dios una camaradería excesiva, como si se tratara de un sujeto de similares características espirituales a las nuestras (como una especie de hermano o amigo), ese sujeto nunca protagonizará un hecho religioso por muchas plegarias que produzca. La religión es sometimiento, y es por eso que el hecho religioso sólo puede ser protagonizado por el individuo humilde, siendo estas experiencias completamente refractarias al individuo soberbio que tiene como meta principal de su vida el desligarse de todo yugo y alcanzar la suprema independencia. Odia sentirse como títere, mientras que el individuo religioso acepta esa su condición natural con alegría y esperanza, esperanza no de zafarse de las cuerdas, sino de poder pispear alguna vez por sobre su cabeza y entrever las hábiles manos del Manejador o, mejor todavía, su enigmática, terrible y dulce mirada[2].


[1] (Nota añadida el 16/7/11.) Tampoco comparto la apreciación de José Gómez Caffarena, para quien “la actitud religiosa es adoración y búsqueda de salvación” (“El cristianismo y la filosofía moral cristiana”, ensayo incluido en el tomo I de Historia de la ética, compilación por Victoria Camps, p.283). Yo entiendo que la religión, o el hecho religioso, es antitético a cualquier egoísmo, y en toda búsqueda de salvación, tanto sea de salvación individual como colectiva, lo que impera es un liso y llano egoísmo metafísico.
[2] (Nota añadida el 12/6/12.) A un año y pico de haber escrito el presente ensayo, encuentro en Friedrich Scheleiermacher a un antecesor de la postura que aquí reivindico. En Compendio de la fe cristiana según los principios de la Iglesia evangélica, obra escrita entre 1821 y 1822, define Scheleiermacher la religión como el sentimiento de dependencia absoluta, dependencia del ser (entidad finita) respecto de Dios como entidad infinita. El pecado nacería de la incapacidad para distinguir esa dependencia absoluta (respecto de Dios) de la dependencia relativa (con el mundo temporal).

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