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sábado, 14 de enero de 2012

Extracto de un diálogo entre un vivo anarquistoide y un muerto propietario


CORNEJÍN. --Yo en ningún momento quise refutar ningún derecho. Para mí, los derechos no existen, son invenciones, o más bien convenciones legales, y por lo tanto dejo a los leguleyos la tarea de sancionarlos o refutarlos. Yo no me ocupo de derechos sino de virtudes y vicios; y en este contexto, afirmo que la posesión de riquezas y propiedades, en un mundo en el que cientos de niños mueren por día víctimas del hambre, y en un mundo en el que las tres cuartas partes de la población no es propietaria de nada que no sean sus zapatos y su camisa; en un mundo así, digo, ser rico o medianamente rico es cosa más inmoral que un asesinato consumado, es el vicio por excelencia de los tiempos modernos, es la aberración más grande que pueda cometer una persona en contra de sus congéneres.
CAMPOAMOR. --Me causan risa tus invectivas, y es que no puedo entender por quién serían ayudados los pobres si no existiesen los ricos. Argumentando así, ciertamente te pareces a esa clase de pobres que se pasan la vida calumniando a las grandes señoras de la beneficencia que no viven más que para proporcionarles socorros.
CORNEJÍN. --Si señor: ¡qué grandes y devotas cristianas son esas señoras de la beneficencia!... Aunque ahora que me acuerdo, ¿no le dijo Jesús al rico, en Mateo 19, versículo 21, que si quería entrar en el reino de los cielos debía darles todo su dinero a los pobres, no solamente la diezmilésima parte, que es lo que dan estas piadosas y desprendidas señoras?
CAMPOAMOR. --¡Y dale con el comunismo!...
CORNEJÍN. --Usted llámelo como quiera, yo lo llamo igualdad.
CAMPOAMOR. --¡La igualdad! Yo también quiero la igualdad, pero la igualdad legal, nunca la social. La igualdad social sería un amasijo irrefundible, retrógrado, injustificable y bárbaro. ¿Cómo queréis amalgamar vuestras clases inferiores, de pasiones rudas, de moral exigua y de inteligencia obtusa, con las clases elevadas por la educación o la inteligencia, que comprenden la voluptuosidad de la virtud, que gozan con las fantasías de Milton, que admiran el carácter de Sócrates? Y vos mismo ¿tendríais la indignidad de dejaros tutear por vuestros lacayos, que al dirigiros la palabra os estropean el idioma, que se ríen de vuestra civilidades y que os calumnian por envidia?
CORNEJÍN. --Carezco de lacayos. Mal podría tener lacayos si no tengo propiedades.
CAMPOAMOR. --¿No tienes propiedades? ¿Y en dónde vives?
CORNEJÍN. --En el departamento de mis padres.
CAMPOAMOR. --¡Claro! Y seguramente cuando lo heredes lo abandonarás en beneficio de algún carenciado... ¡No te engañes, hijo! El instinto de propiedad no puede anonadarse, porque lo llevamos bien dentro nuestro, como todos los instintos. Esta inclinación es la hormiga de las pasiones. Con ella poseemos el arca santa donde perpetuamente se salvarán todas las sociedades de todos los diluvios comunistas. Todos los socialistas modernos que han fundado sus sistemas sobre la base de la propiedad común han partido de un imposible, porque los instintos fundamentales, el ego y el deseo de adquirir, rechazan la propiedad colectiva y tienden naturalmente a apropiarse de las cosas con exclusión de cualquier otro partícipe. El misántropo Rousseau, el más elocuente de los escritores y el más incoherente y más ilógico de lo filosofastros, en uno de sus sistemas fantástico-políticos condena la propiedad individual de esta manera acerba: "El que, rompiendo el primero y cercando un campo, tuvo la ocurrencia de decir esto es mío, fue el fundador de la sociedad. ¡Cuantos males hubiera ahorrado al mundo el que, arrancando las estacas y cegando la zanja, hubiese gritado: ¡Guardaos de dar oídos a este impostor; la tierra es de todos y los frutos no son de nadie!" (Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, primer párrafo de la segunda parte). El irónico Voltaire, contestando a estas palabras, las rebatió de este chistoso modo: "En vez de arrancar las estacas y segar la zanja, no tenía más sino imitarle, y pronto se hubiera formado un lugarcito bastante lindo..."
CORNEJÍN. --Los pensadores pueden ser rebatidos por otros pensadores, pero no por meros literatos. Y respecto de que los socialistas parten de un imposible, admito que existe esa imposibilidad en el presente, pero la niego para el futuro. Los instintos no son inmutables, pueden evolucionar o involucionar de maneras diversísimas como bien lo sabe quien compara los instintos de un gusano con los de un hombre y encuentra las abismales diferencias que hay entre estos cuadros instintivos (o entre sus modos de manifestarse), siendo un hecho casi indudable el que nuestros antepasados han sido alguna vez criaturas gusanescas. Pretender que el comunismo, que el verdadero comunismo, podría establecerse hoy día, es una puerilidad que denota falta de ciencia en el cerebro del que la concibe; pero afirmar que el verdadero comunismo es actualmente imposible no excluye la hipótesis que dice que el comunismo se impondrá en el futuro, ni mucho menos excluye la hipótesis que realmente interesa: la hipótesis moral, no sociológica, que sugiere que el verdadero comunismo, que es el comunismo en el que la gente utiliza sus propiedades como si no le pertenecieran exclusivamente (tal como sucede hoy en día en derredor del círculo familiar-afectivo del propietario), que ese comunismo es éticamente deseable, y éticamente indeseable todo sistema capitalista de apropiación exclusiva.
CAMPOAMOR. --¿Éticamente deseable el comunismo? ¡Esas son basuras, nada más que olorosas basuras! Oídlo bien, sacerdotes, niños, mujeres y creyentes, oídlo bien, para que los apedreéis por las calles, como sí los apedrearéis; hay una secta de políticos que os quiere gobernar, y que así como en el orden físico niegan el derecho de propiedad anulando la personalidad humana, en el orden moral niegan la existencia de Dios, dejando a la creación sin creador y a los efectos sin causa. Oídlo bien, porque la supresión de la propiedad es lo mismo que la del individuo.
CORNEJÍN. --¿Estar privado del derecho de propiedad privada y dejar de ser una persona es todo un mismo paquete? Eso significa que, según usted, las tres cuartas partes del mundo que hoy están privadas de todo derecho a la propiedad privada... ¡no son personas! Pero usted, como buen cristiano, ¿no haría todo lo humanamente posible para convertir a esas cuasi personas en personas hechas y derechas? Si es así, tendrá que abogar para que todo individuo disponga de por lo menos su propia casa en su propio terreno, lo que sólo será posible cuando las gentes como usted, que tienen tantas fincas como dedos en las extremidades, se dignen a repartir la torta con aquellos que de bizcochuelos nunca probaron ni las migas. ¿No ve cómo es toda cháchara esa su defensa de la propiedad privada? ¿No ve cómo es el derecho a la propiedad privada, como usted lo llama, o el sistema capitalista, como lo llamo yo, lo que precisamente anula el derecho de propiedad de la mayoría de los seres pensantes del planeta? ¿Por qué no deja de
lado la sistematización raciocinante, o por mejor decir la hipocresía, y confiesa por fin que le importa un comino la suerte de los millones de niños desnutridos que hay en el mundo, y que lo único que le interesa es ser millonario, por la afición que las riquezas le inspiran directamente y porque supone que todos sus otros deseos necesitan de la riqueza como medio indirecto de procurarse satisfacción?
CAMPOAMOR. --¿Qué es esto? ¿Estoy muy errado, o adivino un poquito de odio hacia los ricos en tus palabras? ¿Y sigo errado, o adivino, además de odio, un poquito de envidia también? ¿Envidias acaso a los ricos porque supones que no sufren o que sufren menos que los pobres? ¡Ah! Si pudieses medir con el pensamiento todos los dolores morales que sufren las clases acomodadas, probablemente te refugiarías gustoso contra esos dolores tras el broquel de tus harapos.
CORNEJÍN. --¿Que si odio a los ricos? Intento no hacerlo, pero me temo que tiene usted razón: los odio un poco a veces. ¿Que si los envidio? Sí, y no poco, pero sólo cuando los veo en compañía de sus jóvenes y voluptuosas mujeres y las supongo enamoradas o al menos interesadas sexualmente en ellos --suposiciones que enseguida se desvanecen, y con ellas la envidia, ni bien me detengo a meditar seriamente la cuestión. ¿Que si supongo que los ricos sufren menos que los pobres? ¡Acabado estoy como pensador diletante si supusiera eso! Tendría que modificar casi todo mi edificio ético, que está engarzado casi en su base por el hilo de la afirmación opuesta. Y no sólo afirmo, como dice usted, que los dolores morales suelen ser más fuertes en los ricos que en los pobres, sino que también me destapo con el postulado de que hasta el balance hedonista puramente sensitivo tiende a ser más contemplativo con los pobres que con los ricos, algo a lo que el auge de la medicina prepaga y el consiguiente deterioro de los hospitales públicos, junto con la prodigiosa multiplicación de los medicamentos, parecen desmentir, pero lo desmienten sólo en superficie. Hablando en general, yo digo que los ricos sufren más que los pobres (o sea, que el balance hedonista fisio-psicológico de los ricos tiende a ser inferior al de los pobres), y que sufrirían menos si fuesen menos adinerados; y digo también que los pobres, tendiendo como tienden a sufrir menos que los ricos, sufrirían un poco menos todavía si fuesen un poco más adinerados. Siendo éste mi modo de discurrir, tíldeme usted de cualquier cosa, menos de ilógico o de inconsecuente, cuando afirmo que sería deseable que los ricos donasen voluntariamente (nunca por medio de la coacción gubernamental) buena parte o la totalidad de sus haciendas.
CAMPOAMOR. --Me alegro de que coincidas conmigo en catalogar como inmoral toda beneficencia que se sustente a punta de pistola. El dar dinero por nada, el acto caritativo, es algo hermoso y digno de las más generosas almas cuando se realiza por pura y divina compasión hacia el desposeído, pero cuando el benefactor entrega el dinero motivado por causas externas a sí mismo, como en las expropiaciones comunistas, está uno ante una injusticia elevada a sistema. Esto es usurpar la propiedad de unos en provecho de otros; violar el derecho, conculcar la libertad y consumar un despojo. ¿No saben acaso que sin propiedad no habría ni sociedad, ni familia, ni libertad? Esto es lo que yo quiero que entiendas, porque sé que tus intenciones son rectas y piadosas; y es que todo el que se pone a divagar en contra de la propiedad privada termina, quiéralo o no, perjudicando a los hombres verdaderamente caritativos y beneficiando a los rapiñadores, a los irresponsables y a los ateos. Los fabricadores de sistemas sociales, comunistas mayores o menores, armados de la ley de solidaridad, radicalmente absurda, de que "todos tienen derecho a todo", en la cual confunden la virtud con el vicio, la inteligencia con el idiotismo y el trabajo con la holgazanería, hacen tabla rasa de la sociedad, así como los filósofos materialistas, sus dignos progenitores, la hacen del entendimiento; y, suponiendo que el cuerpo del hombre acaba de llegar de un bosque virgen y que nunca tendrá más necesidades físicas que las que ellos les inventen y que estos cuerpos no poseen más corazón ni más inteligencia que el que ellos le coloquen o le vayan inspirando, amoldan y transfiguran, amasan y cuecen a la pobre humanidad como se podría hacer con muñecos de barro en un horno de fundición. Estos hipócritas de la filantropía, que, en sus predicaciones en favor de los desheredados de la tierra, deslizan a torrentes la envidia y la desesperación, convirtiendo una sociedad de Abeles en una hermandad de Caínes, se han dividido el trabajo de ir carcomiendo las instituciones sociales como podría talar un jardín una colección de reptiles. ¡Los sofistas! "¡Todos tienen derecho todo!" Lo cual, bien traducido por un célebre economista, quiere decir: "Tú has producido; yo no he producido; somos solidarios; partamos. Tú tienes algo; yo no tengo nada; somos hermanos; partamos". Y más claro todavía: yo no tengo valor para coger un trabuco; pues declaremos a la ley un bandolero público, para que éste robe por mí, en nombre de la ley de solidaridad, liberándome de este modo de la ley de responsabilidad. Más o menos claramente, todos los socialistas dicen a los que sufren: tal vez sufrimos justamente en virtud de la ley de responsabilidad; pero callemos eso. Hay felices en el mundo y, prescindiendo de la ley de responsabilidad que nos castiga por nuestras faltas, apelemos a la ley de solidaridad, por la que todos tienen derecho todo, y así les robaremos parte de su felicidad. Con tan falaces argumentos se pervierten primero los espíritus para corromper después los corazones. Suspended, suspended el fuego de los infelices contra los felices de la tierra, hasta que sepamos de cierto si hay algún dichoso en este mundo; pues es muy posible que al fin de la batalla lleguemos a saber que los sitiados eran mucho menos felices que los sitiadores. Dejad en libertad el orden social con sus leyes providenciales y no turbéis las armonías del mundo humano con el ruido babilónico de esas ciudades del sol de Campanella, o, de lo contrario, los gobiernos cultos tendrán que pensar seriamente en crear hospitales de locos incurables, aunque esta locura sea hija de la más filantrópica generosidad. ¿Tan difícil os es dejar cumplir la voluntad de Dios?
CORNEJÍN. --¡Qué! Cuando una revolución socialista violenta triunfa ¿se contraría la voluntad de Dios?
CAMPOAMOR. --Está claro que a Dios no le gustan las revoluciones políticas, si no, Jesús habría estado a favor de los zelotes en vez de oponérseles.
Cornejín. -Hay un escritor argentino, el señor Dalmiro Sáenz, que piensa que Jesús fue zelote, y así lo pinta en su novela Cristo de pie.
CAMPOAMOR. --¿Y tú crees en esa patraña?
CORNEJÍN. --No creo; pero habiendo personas como Sáenz, que han investigado bastante la cuestión y aun así sostienen esta teoría, lo más científico que uno puede hacer es dejar esta puerta entreabierta para que se asome por ella la duda.
CAMPOAMOR. --Sí, eso es lo más científico que puede hacerse; ¡pero lo más religioso sería cerrarle la puerta en la cara a ese degenerado escritorzuelo! Y si con el portazo le agarramos las narices a él o a esa duda chismosa que siempre se entromete sin pedir permiso, ¡mejor todavía! Así aprenderán a no pisar tierra santa, a no ensuciar territorios que no son de su incumbencia. ¿No estará ese Sáenz en contra del derecho de propiedad privada?
CORNEJÍN. --Lo está, según lo ha manifestado en algunas ocasiones, aunque su postura es un tanto ilógica para mi gusto (afirma, más o menos, que como el derecho de propiedad privada es ilegítimo, el hurto de propiedades es lícito a sus ojos, como si los ladrones no pretendiesen con el saqueo acrecentar sus propias y bien defendidas posesiones).
CAMPOAMOR. --Ya ves entonces que todo ese cuento zelote no tiene nada de sustancia y es harto tendencioso, pues bien se sabe que allí donde hay sólo santos y filósofos, los anarquistas antipropietarios no ven más que revolucionarios políticos.
CORNEJÍN. --¿Usted coincide conmigo en que las revoluciones políticas nunca revolucionan nada más que las cuentas bancarias de quienes las fomentan? (y pido perdón a Gandhi, al Che Guevara y a uno que otro más que no se ha enriquecido, sino empobrecido con el triunfo de su revolución).
CAMPOAMOR. --Las verdaderas revoluciones las hacen sólo los filósofos. Los políticos no promueven más que los motines, así como ciertos pescadores revuelven los estanques para pescar mejor en ellos. Y toda revolución política moderna, explícita o implícitamente, levanta la bandera que Proudhon mostró al mundo con su célebre fórmula de que "la propiedad es un robo". Con la publicación de este inmenso absurdo, todas las clases ricas por el trabajo, por la virtud y por la inteligencia han retrocedido espantadas y se han cobijado bajo el baluarte protector de las monarquías. Hoy es natural aliado de los tronos todo el que, material, moral o intelectualmente, tiene algo que perder. Al lanzar Proudhon este proyectil de guerra por los aires, en vez de vencer a los amigos de las monarquías, los ha hecho agruparse para siempre y los ha unido por el terror con vínculos que no se romperán jamás.
CORNEJÍN. --Las monarquías ya no existen, Campoamor; pero no lo corregí durante su discurso primero porque no es correcto interrumpir a la gente cuando habla y segundo porque todo lo antedicho es perfectamente aplicable a este siglo XXI con sólo quitar la palabra "monarquías" y reemplazarla por "capitalismos". Ah,
y a la palabra "tronos", reemplácela por "mercados". Pero dígame: ¿qué opinión le merece no ya el derecho de propiedad privada, sino el derecho de herencia? ¿No se le hace palpablemente inmoral esta prerrogativa?
CAMPOAMOR. --Decía el jefe de los sansimonianos que "la fortuna por derecho de nacimiento es un privilegio injusto". He leído pocas opiniones más antisociales que ésta. Después de la religión, nada nos hace morir más felices que la esperanza de que nuestras propiedades pasarán a las personas que han sido nuestra delicia en la vida y que serán nuestros representantes en la muerte.
CORNEJÍN. --Yo no estoy discutiendo si el desdén por el derecho de herencia es o no antisocial, yo nada más pregunto si es éticamente deseable o indeseable la herencia de propiedades, nada más que eso.
CAMPOAMOR. --¡Es que acaso puede lo antisocial no ser inmoral? ¿No es la definición de acto inmoral: "acto que va en contra de los intereses de la sociedad"?
CORNEJÍN. --No puede haber actos antisociales que no sean inmorales en relación a la moral social, pero puede haber actos antisociales que sean perfectamente lícitos en relación a la moral universal, o sea, en relación a la ética. Supóngase usted que hay un hombre que tiene cáncer pancreático, pero que no lo sabe ni siente ningún dolor que se derive de su ponzoñoso estado. Ahora suponga que a este señor lo ha sitiado una fiebre de 42° que lo tiene a maltraer y lo sume en toda clase de delirios y alucinaciones. No sé si usted sabe (no creo que lo sepa, porque ni siquiera los médicos actuales dan crédito a esta gran verdad); no sé si usted sabe que las altas temperaturas corporales actúan como una excelente terapia erradicadora de tumores malignos. No es una terapia infalible, pero suele mejorar la condición del paciente, y hasta es capaz de erradicar el cáncer en su totalidad en algunos casos, como supongamos que fue el caso de nuestro buen señor. Él nunca supo que tenía cáncer, ni sintió dolores por ello, pero sí padeció un terrible cuadro febril que maldijo una y mil veces hasta que desapareció, llevándose al tumor con él. Echemos las cartas en la mesa y digamos que el enfermo inconsciente de su verdadera enfermedad representa a la humanidad toda desde una escapular perspectiva espaciotemporal, y el cáncer pancreático es una representación de los dolores y la putridez que la humanidad deberá soportar en el futuro antes de morir... si es que no la salva esa bendita fiebre de 42 grados, también llamada desdén por el (no confundir con abolición del) derecho de herencia, que convertiría (hay que admitirlo) a nuestro sujeto en un calenturiento bueno para nada, postrado a veces, a veces peligrosamente agresivo, pero siempre bueno para nada, incapaz de realizar cualquier empresa, incapaz hasta de pensar en cómo realizarlas, hasta que la fiebre, y con ella el cáncer, desapareciesen sin dejar rastros de la pesadilla, habiendo nacido la humanidad a un mundo nuevo. ¿Y sabe lo que vendría a ser usted en esta fábula, usted, junto con toda la clase alta, media y media alta que admiten como intocablemente sagrado el derecho de herencia? ¡Ustedes son las aspirinas, las malditas aspirinas!



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