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martes, 17 de enero de 2012

Justicia social y ecología

Según Zygmunt Bauman, “la riqueza total de los primeros 358 millonarios globales, equivale a la suma de ingresos de los 2300 millones de personas más pobres, es decir, el 45% de la población mundial”. De aquí concluye que “si los 358 decidieran quedarse con cinco millones de dólares cada uno para poder mantenerse y regalaran el resto, casi duplicarían los ingresos anuales de la mitad de la población de la tierra. Y los cerdos volarían" (La globalización, cap. 3). Pero supongamos, sólo supongamos, que el milagro de los cerdos voladores acaeciese[1]; ¿sería éste un suceso éticamente deseable? Así como está planteado el paradigma sociológico actual, este suceso sería catastrófico, pues los ex indigentes se lanzarían a un desenfrenado consumo que haría del planeta, ecológicamente hablando, un nido de ratas. Lo único que mantiene a la tierra más o menos habitable hoy en día es la desigualdad social, el mantener a los pobres alejados de aquellos bienes que las clases medias y altas disfrutan. Si queremos, pues, evitar que la basura y el cáncer nos arrinconen y a la vez evitar el espectáculo siempre triste de la marginalidad extrema, no nos queda otra que modificar el paradigma de la sociedad de consumo y habituarnos a pensar en una sociedad de ascetismo y restricciones materiales, al modo, más o menos, de las comunidades rurales de la edad media. A pesar de la aparente retrogradación, el progreso entero de una cultura de avanzada que pretendiese incluir en sus filas a los elementos hoy marginales a ella depende casi exclusivamente de que se concretice, dentro del inconciente colectivo, este tipo de pensamiento a contrapelo del vulgar hedonismo que ahora nos gobierna.


[1] Hace poco más de diez años estuvimos a punto de ver a un cerdo volar. Resultó que en julio de 1999 comenzó a correr en el mundillo económico norteamericano el rumor de que Bill Gates, el hombre más rico del mundo en ese entonces, había decidido donar, cuando muriese, prácticamente la totalidad de su fortuna a instituciones científicas y centros de ayuda a los necesitados de los países tercermundistas. El rumor duró unos días tan solo, pues a principios de septiembre de aquel año el vocero del magnate lo desmintió categóricamente (ver, por ejemplo, el diario Clarín del 3/8/99, p. 37). Carreteaba el cerdo como gallina bataraza, pero lo bajaron de un hondazo.

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