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lunes, 16 de abril de 2012

¡Cochino, no trabajas!

¡Ah, el trabajo! Maldición bíblica y bíblica imposición. Y ¡guarda del que no trabaje! No hay vituperio mayor, en la escala de valores de la sociedad moderna, que el de vago u holgazán. Y uno mismo, que posee una escala de valores completamente distinta, termina por aceptar el veredicto.

“¡Usted no trabaja! ¡Cochino!” –decía Langibout a Anatole. Yo también me digo: “No trabajas. ¡Eres un cochino!” Sí, está bien. Te bebes el sol, contemplas, observas, gozas de la vida, encuentras que todo cuanto hizo Dios está bien hecho. Te interesan los lagartos y las libélulas que, unidas por el cuello, vuelan de ramilla en ramilla y se posan, la una muy tiesa y la otra en línea quebrada, con su colita en el agua. Te dices: Antes de escribir es preciso ver; vagar es trabajar. Hay que aprender a verlo todo: la brizna de hierba, los gansos que graznan en los establos, la puesta de sol, la cola del sol poniente que se extiende –rosada y púrpura-- en el horizonte como un velo desplegado donde se posa el arco de la luna. Con las manos en los bolsillos, te llenas de imágenes. […] Te repugna matar un pájaro. ¿Acaso no tienen derecho a la vida? No pescas, los peces se te antojan seres animados que te cautivan como los demás animales, que tienen alas para volar en el agua, que luchan, se defienden, viven. Te vuelves elegíaco, lo comprendes todo como un panteísta, ves a Dios en todas partes y en ninguna. Sonríes con benevolencia porque tienes ideas serenas. Paladeas el tiempo. ¡Qué bien te encuentras! Pero yo te lo repito: “¡Cochino, no trabajas!” (Jules Renard, Diario íntimo, 31/7/1889).

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