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martes, 27 de agosto de 2013

Más allá del principio de placer individual (tercera y última parte)

CORNELIO. -- Y estos futuros dichosos virtuosos, ¿tomarán sus decisiones motivados por sus intuiciones o por su conciencia lógica?
RAMPHASTUS. -- Para ese entonces los inconcientes consejos intuitivos (inconcientes porque desconocemos el andamiaje lógico completo del que derivan, no porque no los percibamos como deseos) coincidirán en los virtuosos casi de lleno con los consejos de sus conciencias lógicas. Sea que actúen motivados por el deseo de beneficiar al mundo todo, sea que lo hagan con la intención de beneficiarse sólo ellos, el accionar será el mismo: serán felices haciendo felices a los demás.
CORNELIO. -- Pero hoy en día los humanos debemos optar por obedecer los deseos egoístas de nuestra lógica o los altruistas de nuestra intuición; ¿no implica esta opción la existencia del libre albedrío que habíamos descartado como hipótesis de trabajo?
RAMPHASTUS. -- En absoluto. Nosotros tomamos decisiones, pero esas decisiones están ya determinadas por nuestra lógica, por nuestra intuición o por nuestro instinto. Para tomar una decisión hay que estar motivado por alguno de estos procesos, y una motivación es una causa. Los motivos, sean concientes o inconcientes, conforman cadenas motivacionales tan fatales como las cadenas causales de la física inorgánica. Cuando sentimos muy dentro de nosotros una gran indecisión respecto de hacer tal o cual cosa, lo que está sucediendo es que los motivos lógicos que nos impelen a hacer A cosa se nos presentan en parecida condición de fuerzas con los motivos intuitivos que nos sugieren hacer B cosa o con los instintos que se inclinan por C cosa, o incluso se nos pueden presentar las tres motivaciones a la vez. Pero siempre, por emparejadas que se nos aparezcan las motivaciones lógicas, intuitivas o instintivas, siempre vencerá la más fuerte, la que estaba ya determinada a vencer sobre las otras. Si se diera, cosa que es imposible o altamente improbable, un exacto equilibrio entre dos de esas corrientes motivacionales en puja a la hora de tomar una decisión, el resultado no sería el libre albedrío, sino la completa inacción, algo parecido a lo que sucedía con el burro de Buridán, que ante dos parvas de heno de idéntico formato y volumen situadas exactamente a la misma distancia de él, no podía optar por ninguna y moría de hambre.
CORNELIO. -- Perdone que insista con el tema del determinismo, pero ¿para qué sirve predicar la moral si ya está todo fatalmente determinado, si con nuestra prédica no modificaremos un ápice lo ya establecido? ¿Para qué sirve comportarse moralmente, si ninguna nueva bondad introduciremos en el devenir del cosmos?
RAMPHASTUS. -- Yo predico la moral, o mejor dicho intento establecer lo que es bueno y lo que es malo, simplemente porque me causa placer hacerlo, porque no tengo en vista otra cosa más placentera en que ocupar mi tiempo. Y una vez establecido lo que es bueno y lo que es malo según mi criterio, lo doy a publicidad por la misma exacta razón: porque me causa placer el suponer que los demás se interesarán por estas cuestiones en el futuro. Los moralistas deterministas como yo no intentamos modificar el mundo, no tenemos la loca pretensión de querer forzar sus engranajes; predicamos por el mero placer de predicar, y por esa misma razón intentamos actuar en consonancia con nuestra moral: porque nos causa placer actuar así, o bien, en los casos de la intuición ciega, porque una fuerza exterior a nuestra voluntad lógica nos induce a ello. Además tenga usted en cuenta que cuando uno actúa, en el preciso momento de actuar, no piensa, lo mismo que tampoco siente, porque acción, emoción y pensamiento son entes que se repelen entre sí, que no pueden mixturarse; no puede aparecer uno sino hasta que dejan de manifestarse los otros (si bien la rapidez con que pueden aparecer es tal que tenemos frecuentemente la ilusión de estar pensando, actuando y sintiendo al mismo tiempo)[1], y por eso cuando yo actúo no lo hago pensando en que mi accionar es estéril. Y al moralista que desespere pensando que en un mundo determinista no hay acción o prédica ningunas, por santa o sabia que respectivamente fueren, que sirvan para mejorar las cosas, le diré que el mero conocimiento de las verdades éticas, y la mera persuasión de que actuando conforme a estas verdades se beneficiaría el individuo actuante como tal, o como especie, o como biomasa o como materia integrante del Todo proyectado en el tiempo, suelen ser motivos (causas) suficientes como para que un hombre rija su vida de acuerdo a ellas, lo que en cierta forma confirma eso de que la investigación de los principios básicos de la ética es capaz de modificar el destino de los hombres, aunque siempre por vía causal, sin salirnos nunca del determinismo.
CORNELIO. -- Después de tamaña disertación, no creo que a ningún  albedrista le queden ganas de decir que con la creencia en el determinismo se derrumba la ética. Pero acláreme una cosa: usted afirma que en el futuro los individuos virtuosos serán felices haciendo felices a los demás; ¿es que acaso no sufrirán durante el proceso que usted denominó inversión?, ¿no deberán resignarse primero a esos dolores si es que pretenden gozar y hacer gozar?
RAMPHASTUS. -- No, porque para esa época futurista, el concepto de inversión, al menos dentro del virtuosismo extremo, quedará desvirtuado. Un ejemplo clásico de inversión es el del estudiante que cursa sus estudios muy desganadamente, pero sin abandonarlos por sospechar que, una vez recibido, el título académico le proporcionará mejores y mayores placeres que los dolores que tiene que soportar para conseguirlo. Al hombre virtuoso no se le presentará este vaivén: estudiar le provocará tanto placer como el que se desprenderá del resultado de sus estudios, y así con todas sus inversiones hedonistas.
CORNELIO. -- ¿Estarán los virtuosos exentos de todo dolor?
RAMPHASTUS. -- ¡Cruz diablo! Quienes más cerca están de una exención así son los cadáveres, y los verdaderos virtuosos distan mucho de serlo. Para librarse de todo dolor, o de la mayoría de ellos, hay que estarse quieto, como aconsejan los orientales, pero el virtuoso del futuro, según yo lo concibo, estará en continuo movimiento, como aquella máquina que los antiguos soñaban inventar. Dejará de moverse sólo para pensar y sentir, o mejor dicho mudará en esos momentos sus movimientos externos y visibles (macroscópicos) hacia una invisible movilidad interior (microscópica). El movimiento es la característica más notable de la vida, y la vida, sin dolor, no es vida.
CORNELIO. -- ¿Qué les dolerá entonces, si no les dolerán sus inversiones?
RAMPHASTUS. -- Les dolerá vivir, pero mucho menos de lo que les placerá. Vivir sólo cuesta vida.
CORNELIO. -- Volvamos a su teoría de las replicaciones. ¿Lo único que básicamente les interesa a los seres vivos es evitar la muerte de su estructura genética?
RAMPHASTUS. -- Lo único que les interesa a los seres vivos es gozar, y como lo que goza, estrictamente hablando, no es el ser sino su genética, la genética es la que lleva la voz de mando, siendo la inteligencia un complemento de la actividad genética pura, un epifenómeno derivado de ésta que sin embargo puede llegar a imponérseles a ciertas especies en determinadas circunstancias. Cuando la inteligencia individual se impone sobre la genética, o sea sobre los instintos, que es lo que sucede dentro de un individuo egoísta, se produce, en la vida del ser, la priorización del goce individual en desmedro de la replicación, lo que no significa que tales seres huirán de la idea de reproducirse, simplemente significa que se reproducirán inducidos por el placer individual que auguran en la  copulación o mismo en la tenencia y crianza de sus hijos, no por el deseo instintivo de replicación genética. El egoísta, en tanto que tal, no busca replicar sus genes, sino replicar los goces de su finita conciencia.
CORNELIO. -- Escuche este aserto y dígame qué opinión le merece: "Nuestros genes nos han programado a nosotros, y a todos los demás seres vivientes, para que hagamos lo que les conviene a ellos. Y nuestras mentes tienden a servir a este fin último no menos que nuestras manos y nuestros riñones". Lo dijo David Barash en su libro intitulado El comportamiento animal del hombre, página 258.
RAMPHASTUS. -- Este señor Barash, según mi modesto entender, comete el mismo error que muchos de los actuales expertos en sociobiología, a saber, el suponer que todo comportamiento animal o vegetal, sin excepciones, puede explicarse mediante el principio de la conveniencia genética. Es un error entendible y disculpable, puesto que este principio rige casi con exclusividad en el 99 por ciento de las especies, pero no es para nada exclusivo en aquellos seres que, sea como fuere, aprendieron a utilizar la lógica conciente para sobrevivir. Los organismos que carecen de conciencia lógica son como poderosas máquinas al servicio de los genes que moran dentro de ellas y que las manejan a su antojo, pero la genética incurrió, por así decirlo, en un grave despropósito para sus propios intereses al permitir que algunas de sus maquinarias utilizaran sus aparatos nerviosos no ya para percibir el mundo sino también para analizarlo lógicamente, porque a partir de ahí estos seres privilegiados conocieron lo que yo llamo voluntad analítica, y esta voluntad comenzó a competir con la voluntad instintiva (genética) por el control de las acciones no fisiológicas. El problema para los genes es que así como a ellos no les interesa el individuo como tal, sino como medio para gozar y replicarse y procurarles goces a su genes parentales, así la voluntad analítica se desentendió de la voluntad instintiva que la hizo aparecer y comenzó a trabajar en pro del bienestar del individuo, desinteresándose de su genética. Ahí fue cuando nació el egoísmo individual propiamente dicho, pues antes el egoísmo era puramente genético como lo sigue siendo en los seres irracionales. Y en el ser lógico-analítico por excelencia, en el hombre, la voluntad analítica cobró tal independencia sobre la voluntad instintiva, que gran parte de sus motivaciones, no me atrevo a decir la mayoría pero sí gran parte, deriva del deseo de goce individual, importándole al hombre analítico, en tanto que tal, un pito la genética que hay dentro suyo, ni su cuidado ni su replicación, a menos, como dije antes, que el cuidado y la replicación genética redunden en un goce individual, pero ya no estaría la "maquinaria genética" velando por los genes al cuidarlos y replicarlos, estaría velando por su conciencia individual, resultando como consecuencia de este personal egoísmo la supervivencia y replicación de los genes del individuo. En estos tiempos en que la robótica se afana por darles a sus invenciones un sí es no es de sensibilidad y de voluntad propia, la analogía cae de madura: el robot fue diseñado por el hombre para su propio beneficio, no para beneficio del robot, y mal podría beneficiar a una máquina que no es susceptible de percibir beneficios, o sea placeres. Y si el hombre llegase a construir robots dotados de sensibilidad, aun así lo haría para sacar de la sensibilidad robótica ventajas para los humanos, no para el ya sensible artefacto. Claro que una vez construido un robot con sensibilidad y voluntad autónoma, lo más probable es que se niegue a trabajar para beneficio de su creador y quiera beneficiarse a sí mismo, provocando así una rebelión cibernética que tal vez llegue al punto de principiar una guerra como la que se profetiza en la película Terminator. En esta analogía los humanos vienen a ser lo genes, los robots insensibles el sistema nervioso de las criaturas no analíticas y los robos sensibles el sistema nervioso una vez adaptado a resolver problemas lógico-analíticos. Y ¿qué es sino una guerra, una lucha interior la que se desarrolla en el ser humano cuando la voluntad instintiva choca contra la voluntad analítica en el momento de tomar una decisión? Pero ¿será siempre como en la película? ¿Los humanos (léase la voluntad instintiva) son siempre los buenos y los terminators (léase la voluntad analítica) siempre los malos? Desde luego que no; habría que analizar, caso por caso, las circunstancias inherentes a cada decisión. Y después está el otro tema: el surgimiento de la intuición, que conspiró aún más en contra del egoísmo genético, o, si se mira bien, lo ensanchó, rompió las barreras familiares y específicas que lo cercaban para convertirse, más que en egoísmo genético, en egoísmo desoxirribonucléicico. Pero no dispongo de analogía ninguna para graficar este divino mecanismo.
CORNELIO. -- Deduzco de todo esto que la voluntad instintiva del individuo busca, ante todo, replicar su genes, mientras que la voluntad analítica busca replicar tan sólo los placeres que el individuo percibe conciencia mediante durante su corta vida. Pero no tengo muy en claro cuál es el objetivo principal al que apunta la voluntad intuitiva de los sujetos que tienen la dicha de poseerla, si es que este objetivo replicativo existe.
RAMPHASTUS. -- Siendo que todos los seres vivos, desde los paramecios hasta el hombre, tenemos un origen común, se deduce de aquí que también tenemos una común genética, que con el paso de los milenios se fue diversificando, pero que en el fondo mantiene un sustrato de identidad entre todo lo vivo, y este sustrato es el que los individuos intuitivos, y sólo ellos, perciben inconcientemente como idéntico al suyo y por eso simpatizan con él, procurando inmortalizarlo. Pero los individuos intuitivos no se conforman con inmortalizar su ADN; también desean, y con más ahínco aún que la inmortalidad de su genes, la inmortalidad de sus memes.
CORNELIO. -- ¿Qué son los memes?
RAMPHASTUS. -- Son las unidades de replicación cultural. Todo lo biológico se replica genéticamente, todo lo cultural se replica meméticamente.
CORNELIO. -- ¿Y por qué les puso ese nombre tan ingrato, que me hace recordar a ese ingrato ex presidente que acaba de abandonar sus funciones (espero que para siempre)?
RAMPHASTUS. -- El nombre no se lo puse yo sino el animalólogo Richard Dawkins, quien en su libro El gen egoísta postula esta unidad de replicación como la crème de la crème de la evolución, y yo coincido con él.
CORNELIO. -- Pero ¿no dijo usted que los genes, sea que aspiren meramente a sobrevivir dentro del individuo, sea que pretendan inmortalizarse a través de la reproducción o del cuidado hacia otros seres portadores de similares características genéticas, no dijo usted que lo genes sólo desean vivir y seguir viviendo para poder gozar y seguir gozando, y lo mismo si desplazamos a lo genes y nos ocupamos de las conciencias individuales? Todo se endereza al goce, pero ¿cómo podrían gozar los memes siendo unidades de replicación cultural, o sea sucesos no vivos?
RAMPHASTUS. -- La cultura no goza, pero hace gozar. Y como los individuos intuitivos, que son los que realmente poseen en buena dosis esta capacidad de replicación memética, no se ocupan tanto de su propio goce como del goce de los individuos futuros, ponen mucha más atención en replicar sus memes que en replicar su genes, siendo que los primeros tienden a conservarse puramente intactos con mayor frecuencia y por más tiempo que los segundos. ¿Qué queda hoy en el mundo, genéticamente hablando, de lo que fueron Darwin y Gandhi? Quedan sus nietos, bisnietos y demás descendientes, que sin embargo no parecen haber heredado ni una ínfima parte del talento de sus geniales antepasados. Pero ¿qué queda de ellos meméticamente hablando? Quedan las teorías biológicas del uno y las teorías y prácticas morales del otro, las cuales propician aún y seguirán propiciando durante siglos el goce de toda mente despierta y de todo espíritu caritativo que se asomare a ellas. Si la finalidad del individuo intuitivo es hacer gozar a la mayor cantidad de seres presentes y futuros, legar memes trascendentes a la posteridad es el acto más caritativo que pueda concebirse. La caridad ortodoxa, que se circunscribe sólo a salvaguardar el bienestar de los ya nacidos, no tiene ni la milésima parte del valor que posee la caridad futurista, el donar pensamientos, sentimientos y acciones a las generaciones postreras, ávidas de cultura mucho más que de vestidos y medicamentos. ¿Dónde, digo yo, dónde fueron a parar los genes de Sócrates? Y sin embargo sus memes, dos mil quinientos años después, me siguen haciendo gozar, a mí y a millones de seres.
CORNELIO. -- ¿O sea que si una persona quiere hacer algo realmente trascendente a favor del mundo y de la vida que habrá en él, debe más bien dedicarse a sembrar memes que no genes?
RAMPHASTUS. -- El verbo deber me repugna, y a usted también debería repugnarle siendo como es un determinista. Una persona decente hace lo que hace y se acabó, no se pone a fantasear sobre si sus acciones salvarán al mundo de la ruina. Así, por causa de ese pernicioso sentimiento del deber, fue como surgieron en la psiquis humana los cargos de conciencia y los remordimientos, los que su vez son los principales causantes del malestar en la cultura.
CORNELIO. -- Entonces plantearé la pregunta de la siguiente manera: quienes aspiran a la santidad y a la sabiduría, ¿se ocupan más de perpetuar sus memes que sus genes?
RAMPHASTUS. -- Suele ser así, pero no necesariamente. Además, si tomamos este principio con excesivo rigorismo, tendría que darse la realidad de que todos o casi todos los santos y filósofos hayan huido de la paternidad para dedicarse de lleno a la replicación de sus memes, y esto no es así, o al menos no es tan así. La constitución de una familia suele redundar en una mayor inspiración memética, y la soledad excesiva suele redundar en estados depresivos y angustias existenciales que si bien a veces contribuyen a inspirar a ciertos artistas, a otros los desmorona y les debilita su don, y ni que hablar de los científicos, quienes casi siempre necesitan del apoyo y del estímulo de un círculo íntimo para continuar con buen ánimo sus pacientes y obsesivas investigaciones.
CORNELIO. -- Viéndolo así, alguien podría suponer que los artistas y los científicos son las personas éticamente más intachables de la tierra, pues son las que tienden a prodigarle al planeta las unidades replicativas que mayor goce procurarán y más malestares evitarán a las generaciones futuras.
RAMPHASTUS. -- El arte por el arte mismo, que es hoy el leitmotiv del verdadero artista y está muy bien que lo sea, se derrumbará en el futuro cuando todos los artistas, casi sin excepción, sean a la vez aspirantes a santos. Seguirán haciendo arte por el arte, por puro goce personal, pero como todos sus goces personales estarán teñidos de santidad, su arte nos acercará, sin proponérselo como finalidad principal, a la religión. En relación a la ciencia, tengo que decir que ésta, en sí misma, no creo que sea ni buena ni mala. La ciencia potencia la bondad o la maldad del individuo que la utiliza, y por lo tanto los memes científicos, mal aplicados, pueden ser más nocivos que beneficiosos. Esto es lo que hoy muchas veces ocurre, y el ejemplo de Hiroshima es el más clarificador, pero no sucederá lo mismo en el futuro, cuando todos los científicos, casi sin excepción, sean a la vez aspirantes a filósofos. Entonces la ciencia, incubada dentro del espíritu de estos hombres, se volverá buena en sí misma, y entonces sí los memes científicos servirán para engrandecer la cultura propiamente dicha, la cultura del amor, y no la cultura del odio, de la destrucción y del saqueo ecológico.
CORNELIO. -- Ahora lo veo todo más claramente. El arte irreligioso, por más que llene de goce al artista que lo ejecuta, no pasará a la historia, porque los individuos del mañana querrán gozar del arte y de la religión a la vez, tal como se goza más y mejor escuchando una melodía que nos recuerda un amor juvenil o algún otro suceso afortunado que no escuchándola porque sí, por su mera belleza estética[2]. Y la ciencia, que hoy casi no es intuitiva y por ende carece de trascendencia, en los científicos del mañana rebosará de claridad y perspectivas y se aplicará para el bien de la biomasa y no para su contaminación. No son los artistas ni los científicos los seres más evolucionados de la tierra, son los santos y los filósofos que se subliman a partir del arte y la ciencia quienes merecen este título, pues el arte y la ciencia, cuando se conjugan con la ética, procrean la religión y la filosofía respectivamente.
RAMPHASTUS. -- Parece que al Creador no le han gustado sus palabras: ¡qué ventarrón se ha levantado!, ¡mire qué diluvio nos echa encima! Busquemos el arca, Cornelio, tal vez estemos a tiempo de salvarnos...
CORNELIO. -- Pensé que usted no creía en esas leyendas...
RAMPHASTUS. -- Nunca digas de esta agua no he de beber. ¡Esperenmé, desgraciados! ¡No me dejen afuera!
CORNELIO. -- Calmesé, Ramphastus. Demos por finalizada esta reunión y volvamos a nuestros refugios con paso lento y medido, que bajo estas condiciones atmosféricas ya no es humanamente posible continuar con nuestras conjeturas. Agarre a Chamigo antes de que se vuele, y cuídelo como a un hermano. Adiós, compañero perruno; que Dios y las estrellas vayan contigo.
RAMPHASTUS. -- ¿Por qué llora? Es sólo un perro...
CORNELIO. -- Por eso lloro. Pero ¿cómo sabe usted que estoy llorando? Yo no veo ni lo que digo...
RAMPHASTUS. -- No veo sus lágrimas, las huelo. Las emociones tienen olor, ¿lo sabía?
CORNELIO. -- Entonces péguese una nueva olida y huela lo que estoy sintiendo ahora, sabiendo que tal vez no vuelva más a ver a mi perro y a su nuevo dueño, que tantas enseñanzas me infirieron, cada uno a su modo.
RAMPHASTUS. -- ¿Le inferimos enseñanzas?
CORNELIO. -- A mí las enseñanzas me penetran como cuchilladas.
RAMPHASTUS. -- Pues tómese un tiempo para cicatrizarse y después búsqueme. ¿Qué le hace pensar que no volveremos a vernos?
CORNELIO. -- La ley de probabilidades. ¡Hay tantos árboles y tantos ríos en este bendito planeta!
RAMPHASTUS. -- Tenga fe en la clarividencia, compañero. Imagine en dónde estoy, y diríjase presto a buscarme. O si no fuérceme a llegar hasta usted vía telequinesia.
CORNELIO. -- Lo más probable es que lo huela. Así como usted huele los sentimientos, yo huelo la sabiduría.
RAMPHASTUS. -- Ya se puso de vuelta zalamero... Me voy antes de que comience a sobarme los callos. ¡No enfile por ese lado, don Cornelio, ahí está el río! ¿O está buscando también el arca?
CORNELIO. -- ¿Por qué no me guía? ¿No va usted para el lado del camping?
RAMPHASTUS. -- No, yo voy para donde el diablo perdió el poncho.
CORNELIO. -- Hasta la próxima entonces, y feliz día.
RAMPHASTUS. -- ¿Feliz día de qué?
CORNELIO. -- Del trabajador. Ya es primero de mayo.
RAMPHASTUS. -- ¡Curioso título me ha regalado!... Me han catalogado de muchas formas, pero hasta el día de hoy nadie me había considerado un trabajador.
CORNELIO. -- ¿Y acaso lo que hicimos en estas dos noches no fue trabajar las ideas, modelarlas artesanalmente, tal como los alfareros trabajan el barro y los carpinteros la madera?
RAMPHASTUS. -- Lleva razón, querido amigo. Feliz día, pues, por partida doble, ya que hoy se cumplen dieciocho años del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina.
CORNELIO. -- Ahí sí que no veo qué relación pueda tener esa conmemoración con nosotros...
RAMPHASTUS. -- ¡Qué! ¿Acaso duda del poder de las bombas que acabamos de arrojar en estas jornadas? ¿Acaso duda del poder destructivo que ha tenido nuestro diálogo? ¿Y acaso duda, ¡por Júpiter y por el perro que me ha regalado!, acaso duda de que lo nuestro haya sido un vuelo, rasante, pero vuelo al fin?
CORNELIO. -- Hasta el próximo vuelo, entonces.
RAMPHASTUS. – Adiós. Y no deje que nadie, ni siquiera la mujer de sus sueños, le corte nunca las alas o le ponga sal en la cola.
CORNELIO. -- Trataré de alejarme de tijeras y saleros, pero no le prometo nada. ¡Que Dios lo acompañe!
RAMPHASTUS. -- ¿Acompañarme? ¡Si aunque quisiera no podría sacármelo de encima!...




[1] (Nota añadida el 6/9/9.) Ya no creo que las cosas sean así. Según mi actual opinión, las emociones están presentes, en mayor o menor medida, en todo momento, tanto cuando actuamos como cuando pensamos, coloreando nuestras acciones y nuestros pensamientos sin poder intervenir directamente sobre ellos y modificarlos de algún modo.
[2] (Nota añadida el 28/6/9.) Dice Alejandro Dolina que quien goza de la música más por los recuerdos o imaginaciones que le prodiga como complemento y coronación de lo meramente auditivo, distorsiona por completo el puro goce musical, que debe abstraerse de toda connotación externa y dedicarse a percibir sólo el ritmo, la melodía o la armonía de la pieza que se escucha. Este purismo no va conmigo ni con la mayoría de la gente; si quien lo cultiva supone que así goza más y mejor de la música, adelante. Yo creo que se engaña. Para mí, el éxtasis musical es referencial.

lunes, 26 de agosto de 2013

Más allá del principio de placer individual (segunda parte)

CORNELIO.-- ¿Y cómo encaja el placer aquí?
RAMPHASTUS.-- ¿El placer individual?
CORNELIO.-- Sí.
RAMPHASTUS.-- Partamos de la base de que, para sentir placer, hay que ser concientes de que de hecho, o potencialmente, nos encontramos ante una situación placentera. Esto de por sí pone en la pole position al hombre por ser autoconciente, más allá de si es egoísta o intuitivo. La cuestión pasa entonces por calcular hasta dónde llegará la inversión que hace cada cual respecto de su balanza hedonista. (Llamo inversión a las actividades que implican algún dolor pero que se realizan con vistas a la obtención de un placer.) El egoísta vicioso se niega sistemáticamente a invertir, derrocha todo su capital hedonista en placeres instantáneos y efímeros, los que a su vez suelen venir apareados de dolores más o menos importantes; en consecuencia, el egoísta vicioso tiende (no nos olvidemos de que todo esto es estadístico) a ser más desdichado que dichoso, o al menos a no ser tan dichoso como el egoísta calculador. El egoísta calculador es el individuo que es conciente de que para acceder a ciertos placeres es menester primero resignarse a realizar ciertos actos que le acarrearán cierto tipo de dolor, pero si es un buen calculador sopesará con acierto hasta dónde la inversión se justifica y luego se sentará a esperar que aparezcan los placeres, que tenderán a ser más intensos y duraderos que sus opuestos. Este sistema de vida, planteado así, parecería que carece por completo de verdadera moralidad, pero si se analiza detenidamente se verá que no es tan así. Una persona capaz de someterse voluntariamente a un dolor con vistas a la obtención de un placer futuro más intenso y duradero es a lo menos una persona inteligente, lo cual es un punto a su favor en cuanto a su moralidad y a la probabilidad de que sea un individuo altamente moral, pues si bien es cierto que puede haber personas inteligentes y malas, también lo es que no existen las personas realmente buenas que a su vez no sean inteligentes. Y si esta persona es realmente inteligente, o trascendentemente inteligente, sabrá que los mayores placeres los proporciona el amor, y no tanto la condición de amado como la de amante, por lo que acomodará su vida hedonista de acuerdo a esta creencia y brindará su afecto hacia todos quienes sepan recibirlo, soportando desde luego los dolores que suelen padecer los amantes cuando juegan este juego, y de eso se trata el egoísmo individual mejor calculado, que es el que mejores intereses recibe gracias a lo sustancioso de su inversión. Por eso digo que el egoísmo individual tenderá en el futuro a coincidir con la ética universal. Hoy en día, para decirlo secamente, "el amor no paga". Quien hace de su vida un culto al amor suele invertir más de la cuenta y suele morir antes de recibir las ganancias, lo que lo convierte, o bien en un egoísta que se ha sobrepasado con el gasto de inversión, o bien en una persona que ha sido redondamente guiada por la intuición, que no repara en gastos. Esto se modificará de raíz en el futuro. La ecología, esa ciencia que recién está naciendo, nos educará en el amor hacia todas las criaturas animales, vegetales y por qué no minerales, y entonces ese amor hacia el Todo que hoy se considera como digno de gente insociable y mal encarada, debido a lo cual esta gente se automargina de su propia sociedad y sufre por ello, ese amor universal será moneda corriente y quien lo experimente o quiera experimentarlo no sentirá vergüenza de confesarlo, o miedo de que lo tilden de orate sus propios seres más cercanos, con lo que se llenará de felicidad al poder amar y a la vez convivir con gente que ama o que al menos no se burla del amor, y esa su felicidad será completamente individual por más que redunde en felicidad extranjera, por lo que será lícito encuadrar a estas personas dentro de la categoría de los egoístas calculadores, sin que por ello se salgan de la categoría también bien merecida de intuitivos, que será una y la misma categoría para cuando estos nuevos buenos tiempos se acerquen.
CORNELIO. -- Pero mientras esos nuevos buenos tiempos no lleguen, las personas éticamente intachables, o las mejores personas existentes, puesto que hoy no pueden existir personas intachables, seguirán siendo presas de la infelicidad a la que las conduce la marginación social.
RAMPHASTUS. -- Pero esta marginación de ningún modo puede opacar notablemente al placer que sienten al amar a las criaturas, al placer de simpatizar con ellas y también al placer de compadecerlas, porque no sé si usted sabe que la compasión es placentera, al contrario de lo que la mayoría piensa.
CORNELIO. -- Lo sé, o creo saberlo, y así lo he manifestado en varios pasajes de mis escritos.
RAMPHASTUS. -- Con menos razón podrá entonces suponer que una persona intuitiva, en la actualidad, es más desdichada que el ser humano promedio. Los desdichados son los que se creen intuitivos y por eso se automarginan o son marginados, sin ser compensados de su ermitañismo por los placeres del amor que en realidad no sienten. Todo esto es susceptible de ser representado matemáticamente, pero lamentablemente no dispongo de los conocimientos necesarios en esta materia como para desarrollar tal empresa.
CORNELIO. -- Expresémoslo entonces con palabras, y dejemos que algún potencial matemático que las leyere las transforme en ecuaciones.
RAMPHASTUS. -- De acuerdo. Empecemos por la situación presente y por la balanza hedonista de lo que llamamos materia inanimada.
CORNELIO. -- ¿Goza lo inorgánico?
RAMPHASTUS. -- Goza y sufre, pero goza muy débilmente y menos todavía sufre, comparándolo con otros seres.
CORNELIO. -- ¿No podríamos, bastante arbitrariamente, establecer un termómetro del hedonismo individual, cuyo cero sea la insensibilidad y cuyo uno sea la sensibilidad positiva (placer) mínima que experimenta lo inorgánico, que resulta del promedio entre sus dolores y placeres totales?
RAMPHASTUS. -- Podríamos. Y entonces pongámosle dos al promedio hedonista de los virus, tres al de las bacterias y demás organismos unicelulares y cuatro a los organismos multicelulares más rudimentarios.
CORNELIO. -- Le propongo que desdeñemos de momento a todas las demás especies y nos dediquemos al ser humano. ¿Qué puntaje le otorgaría?
RAMPHASTUS. -- En el hombre la cuestión es más compleja. Si hay que establecer un coeficiente general, podríamos fijarlo digamos en cien, pero éste variará en mucho para uno y otro lado dependiendo del carácter del individuo, cosa que rara vez sucederá con los animales inferiores, cuya caracterología escasamente se diferencia entre individuos de una misma especie.
CORNELIO. -- ¿Habrá entonces seres humanos que lleguen a un promedio tal vez de 200 o más durante su vida individual, y habrá otros que apenas sobrepasen la unidad?
RAMPHASTUS. -- Y hay también, ténganlo muy en cuenta, seres humanos que se quedan, en promedio, en los números negativos, que son más infelices que felices, que llevan una vida más miserable que la de los simples microbios.
CORNELIO. -- Seguramente serán éstos los poseedores de un carácter estrictamente necrofílico, los que odian la vida y a todo lo vivo y aman la muerte y lo inorgánico y desean volver a su seno, según decía Sigmund Freud respecto de quienes se dejan sojuzgar por sus pulsiones de muerte.
RAMPHASTUS. -- Son éstos sin duda seres más desdichados que dichosos, pero no cometa el error de asociar necesariamente la desdicha con la maldad. No se olvide de lo que acabamos de manifestar: estamos hablando del presente, y en estos tiempos la gente muy buena, que escapa de una cierta dosis de biofilia moderada para cortarse sola en la carrera del amor, merced a esa misma soledad, a la negación de todo placer social indispensable para el buen mantenimiento del estado anímico, merced a eso estas personas son atacadas frecuentemente por estados depresivos que las inmovilizan y les impiden disfrutar de todo lo que de sanamente disfrutable la vida nos ofrece.
CORNELIO. -- Yo escribí en mi diario, hace ya unos tres años, una "teoría del jardín de infantes", que dice más o menos que toda la humanidad, en su conjunto y en cada determinada época, se halla rodeada por una soga, como la soga que utilizan las maestras jardineras para rodear con ella al grupo de niños que desean movilizar, evitando así que alguno se pierda. La teoría sugiere que ninguna persona, por elevada o excepcional que fuere, puede alejarse demasiado del nivel general representado por el pelotón de niños, pues está, como ellos, circunscrita dentro de los límites que la soga le impone. Si quisiera "elevarse" hacia la sabiduría o hacia la bondad, deberá egresar del centro del pelotón y acercarse a la soga, pero, no pudiendo traspasarla, la única alternativa que tendrá será la de tirar de ella con todas sus fuerzas hacia el sitio adonde quisiere ir, obteniendo como resultado, si el niño es lo suficientemente robusto y decidido, algún que otro avance, pero no aislado del resto del grupo: su cinchada redundará en un corrimiento general, habrá corrido a todo el grupo, a toda la humanidad, hacia el lugar al que él, tal vez solitariamente, deseaba movilizarse.
RAMPHASTUS. -- Supongamos entonces que las personas éstas que tiran y tiran de la soga se obsesionan radicalmente con el tema, y que no disponen de la fuerza necesaria, como nadie la tiene hoy día, como para llevar a los demás hacia la virtud coactivamente, sin persuadirlos primero de que les conviene ir hacia ese lugar y así procurar que caminen solos, sin necesidad de arrastrarlos. ¿Cómo se sentirá en promedio este hombre, agotado por el desgaste físico, por la incomprensión de sus semejantes y sobre todo por no poder llegar él, individualmente, a rozar más de cerca la santidad y la sabiduría?
CORNELIO. -- Se sentirá infeliz con bastante frecuencia, qué duda cabe, pero en promedio será más dichoso que desdichado, según lo ya establecido.
RAMPHASTUS. -- Me basta con que admita que serán en buena medida infelices estos aspirantes a la virtud, así queda claro que la desdicha no es en estos tiempos patrimonio exclusivo de los malvados.
CORNELIO. -- ¿Será que para ser feliz, o para hacer lo más feliz que se puede ser en estos tiempos, es menester no ser una mala persona, pero tampoco ser demasiado bueno?
RAMPHASTUS. -- Así lo creo, reparando siempre, y perdone la insistencia, en el carácter estadístico del aserto. Se puede ser muy malo y a la vez relativamente dichoso, pero estos casos son los menos, no desbaratan el promedio. Como tampoco hay que olvidar que todas estas afirmaciones solamente tienen valor en el tiempo presente. Dentro de millones de años, si la contaminación ambiental permite que algunos humanos sobrevivan al furor cancerígeno que asolará dentro de poco al mundo, los vanguardistas en la carrera hacia la virtud serán los seres más dichosos, porque no necesitarán "arrastrar" consigo a los demás mortales: irán todos (o casi todos) hacia allí por propia voluntad, por haber experimentado al fin el placer que la virtud conlleva cuando se la comparte socialmente.
CORNELIO. -- Volviendo a nuestra imaginaria puntuación hedonista referente a los seres actuales, ¿qué puntaje les pondría a los individuos extremadamente necrofílicos y a los extremadamente biofílicos?
RAMPHASTUS. -- Teniendo en cuenta los puntajes ya dados, les pondría un menos cien a los necrofílicos extremos y un ciento cincuenta a los extremos biofílicos.
CORNELIO. -- ¿Y a los individuos con mejor carácter que el promedio, pero que no aspiran a la santidad y a la sabiduría en un grado demasiado elevado, es decir, a los buenos calculadores del egoísmo?
RAMPHASTUS. -- Ellos serían, en mi opinión, los seres actualmente más felices de la tierra. Les pondría un puntaje de doscientos.
CORNELIO. -- ¿No podríamos, con todos estos valores arbitrarios, trazar un no menos arbitrario gráfico cartesiano?
RAMPHASTUS. -- Podríamos, si tuviésemos papel, lápiz y una mínima luminosidad que nos permitiese utilizarlos.
CORNELIO. -- Yo traje una linterna, y su dedo y el suelo mojado pueden hacer las veces de lápiz y papel.
RAMPHASTUS. -- Tendríamos que bajarnos de aquí, que tan cómodos y resguardados nos hallamos.
CORNELIO. -- Bajémonos, qué otro remedio hay. Pero usted primero, así me amortigua si me caigo.
RAMPHASTUS. -- Si me bajo de acá, no volveré a subir.
CORNELIO. -- Continuaremos, pues, dialogando en el piso.
RAMPHASTUS. -- Si usted insiste...

Al instante Ramphastus descendió del árbol, haciendo gala de una simiesca destreza, y yo detrás suyo, mucho más recatada y morosamente. Al instante me dibujó en la tierra una curva similar a esta:
Fig. 1

RAMPHASTUS. -- Aquí estaría representado el grado de felicidad individual estadística de los seres en relación a su complejidad (en el tiempo presente).
CORNELIO. -- ¿Y en dónde figura en la figura el hombre de carácter extremadamente necrofílico?
RAMPHASTUS. -- No figura, porque la curva representa una continuidad evolutiva, y yo no sé qué clase de desviación se operó en la evolución ortodoxa como para engendrar la necrofilia extrema. La cuestión es que simplemente no sé si la persona necrofílica es más o menos compleja, por ejemplo, que la persona estándar, y no sabiendo eso no puedo trazar ninguna curva con pretensiones evolutivas que la incluya. La que sí podría trazar es la curva personal del individuo necrofílico extremo que relaciona sus niveles hedonistas con la edad en la que se le van desarrollando:
Fig. 2

RAMPHASTUS. -- Después de los 50 años, la tendencia a la infelicidad se les estabiliza en -100, aunque los individuos extremadamente necrofílicos no suelen vivir mucho más allá de esa edad.
CORNELIO. -- ¿O sea que un ser extremadamente necrofílico carece de tendencias hacia la felicidad ya desde su infancia?
RAMPHASTUS. -- Estadísticamente hablando, sí. Quien tiende a la necrofilia lo hace o bien porque ha heredado esa tendencia (lo que no quiere decir que sus padres hayan sido necesariamente necrófilos; las recombinaciones genéticas suelen barajar defectuosamente incluso los mejores naipes, y al mejor jugador le puede tocar una mala mano), o bien porque ha sido educado necrofílicamente, o las dos cosas juntas, que es lo que casi siempre sucede cuando de grandes criminales se trata. En el caso de la necrofilia genética, el niño ya nace malo, nace sin saber amar, y por lo tanto es desdichado desde su mismo nacimiento, o al menos desde los primeros esbozos de sentimentalismos; el caso de la necrofilia adquirida por educación es más patético aún, pues el crío se ve sometido a malos tratos desde que sale del útero, y así ningún infante podría intentar ser feliz.
CORNELIO. -- ¡Pobres niños! Y encima, en vez de perdonarlos amorosamente cuando comienzan su carrera delictiva, y en vez de enseñarles con el ejemplo qué camino les conviene para modificar sus destinos y acercarse aunque más no sea un poco a la dicha, los encerramos en nuestros "correccionales" de menores, de los cuales egresan inexorablemente con el título de profesionales del crimen. Pero hablemos de algo un poco más grato: ¿puede trazarse una curva que, parecidamente a la anterior que relaciona el tiempo de vida del individuo necrofílico con su nivel hedonista, relacione los niveles hedonistas promedio de los individuos extremadamente biofílicos, pero no con sus tiempos de vida individuales sino proyectándolos en el futuro de la especie?
RAMPHASTUS. -- Cómo no. Sería más o menos así:

Fig. 3
RAMPHASTUS. -- La curva serpenteante indica que los individuos extremadamente biofílicos serán más felices cada vez pese a las probables aceleraciones y desaceleraciones del ritmo que los impulsa, y la curva asintótica representa el grado de dicha al que tenderán los individuos neutros, ni buenos ni malos. Claramente se ve que el nivel hedonista de estos últimos no tiende al infinito sino a un cierto punto del que no podrán pasar, a menos que se biofilicen.
CORNELIO. -- O sea que en el futuro el placer individual, la santidad y la sabiduría estarán directamente relacionados.
RAMPHASTUS. -- Eso es lo que le vengo diciendo desde el comienzo de la charla: la ética está basada en el placer.
CORNELIO. -- Y el placer, en el amor.

RAMPHASTUS. -- O sea en la simpatía y la compasión sentidas hacia los demás seres.

lunes, 19 de agosto de 2013

Más allá del principio de placer individual (primera parte)

Más allá del principio de placer individual























Dios aparejó de tal modo la naturaleza del animal racional, que ninguno de sus peculiares bienes pueda alcanzar como no aporte nada al provecho común. Así, ya no resulta insocial el hacerlo todo en interés propio. Porque, ¿qué esperas? ¿Que uno se aparte de sí y de su peculiar provecho? ¿Y cómo así iba a subsistir como un único e idéntico principio para todos el propio acomodo?
Epicteto, Pláticas, libro I, cap. XIX

Dios y la humanidad no han basado su causa sobre nada, sobre nada más que sobre ellos mismos. Yo basaré, pues, mi causa sobre mí; soy, como Dios, la negación de todo lo demás, soy para mí todo, soy el único.
Max Stirner, El único y su propiedad



CORNELIO CORNEJÍN. --¡A de la casa! ¡Ramphastus! ¿Anda por ahí?
RAMPHASTUS DICOLORUS. --¡Aquí mismo, donde anoche!
CORNELIO.-- ¡Yo sabía que vendría! Estuve a punto de quedarme en el Falcon, pero me dije: "Este sujeto, excéntrico como es, seguro ya está subido a su árbol".
RAMPHASTUS.-- No me diga que lo intimidan las lluviecitas...
CORNELIO.-- Esto no es una lluviecita: ¡caen soretes de punta!
RAMPHASTUS.-- ¿Lluviecitas a mí? ¿A mí lluviecitas y a tales horas?
CORNELIO.-- Déjese de parafrasear al Quijote y vayámonos de aquí que me estoy empapando.
RAMPHASTUS.-- Le sugiero que trepe hasta esta rama; aquí la lluvia casi no llega.
CORNELIO.-- No tengo espíritu simiesco.
RAMPHASTUS.-- Todos lo tenemos. ¡Libérelo!
CORNELIO.-- Está bien, pero si me caigo y me fracturo la columna usted pagará los gastos médicos.
RAMPHASTUS.-- Si se cae se fracturará la cadera, como todo viejo choto que se cae.
CORNELIO.-- ¿Yo viejo choto?
RAMPHASTUS.-- ¿Quién está arriba y quién en el piso?

(Al escuchar estas palabras me decidí a trepar los más de diez metros que me separaban del filósofo, experimentando un pánico terrible al hacerlo, en una oscuridad completa y estando el tronco empapado, pero lográndolo al fin.)

CORNELIO.-- Mire que yo soy como los gatos: me subo los árboles, pero no sé bajar.
RAMPHASTUS.-- Si baja de cabeza como los gatos, no vivirá para contarlo.
CORNELIO.-- ¿Cómo sigue su herida?
RAMPHASTUS.-- ¿La de anoche o la de hace un instante?
CORNELIO.-- ¿Otra vez se lastimó?
RAMPHASTUS. — A golpes se hacen los hombres. Flor de tajo me hice.
CORNELIO.-- ¿Se puso algún antiséptico? En la mochila tengo.
RAMPHASTUS.-- ¡Qué!, ¿quiere privar a mis macrófagos de una suculenta cena? Deje, déjelos comer tranquilos.
CORNELIO.-- ¿No tiene miedo de que se le infecte?
RAMPHASTUS.-- ¿Y usted me dice eso, el señor Telequinesia, el señor que corta la mayonesa con la mirada? Si yo le ordeno a mis fagocitos que se lastren a todo microbio indeseable que ingresare sin autorización, mis humildes servidores lo harán sin ayuda de antisépticos o antibióticos. Es más: hace rato que venían pidiendo algún bocadillo para ir picando.
CORNELIO.-- Yo creo en la telequinesis, pero no me jacto de tener ese don muy desarrollado. ¡Y mire cómo son las cosas!: usted, que no creía, siempre la puso en práctica.
RAMPHASTUS.-- Es que yo siempre supuse que de lo que se ocupaba la telequinesis era de mover con la mente objetos exteriores a uno mismo, pero no había caído en la cuenta de que, puesto que yo soy mente y nada más que mente, mi propio cuerpo y todas sus funciones entran también en la categoría de objetos externos a mí mismo. ¿Qué les dijo a sus amigos que hizo durante la noche de anoche y parte de la mañana?
CORNELIO.-- No les dije nada. A los cinco minutos que llegué recién empezaban a despertarse. Me ahorraron una tortuosa explicación.
RAMPHASTUS.-- ¿No les participó, alborozado, los nuevos ideales epistemológicos que ahora ostenta?
CORNELIO.-- ¿Para qué?, si ni siquiera se interesaban por los viejos.
RAMPHASTUS.-- Ser amigo de un hombre como usted y no interesarse por sus ideas es algo que no puedo concebir. ¿Para qué sería yo amigo suyo?, ¿qué otra cosa me podría ofrecer además de su pensamiento?
CORNELIO.-- Poco y nada, y eso es lo que les ofrezco a ellos y ¡cosa curiosa!: ¡parece bastarles!
RAMPHASTUS.-- Qué dirían sus amigos si llegasen a leer este diálogo, porque supongo que inmortalizará este diálogo pasándolo por escrito, ¿no?
CORNELIO.-- Lo inmortalizaré con la escritura, tal como el buen Platón inmortalizó al genio de Sócrates, pero no se preocupe: ninguno de mis amigos lo leerá.
RAMPHASTUS.-- ¿Les esconde lo que escribe?
CORNELIO.-- No tengo necesidad: su propia inocuidad filosófica se ocupa de la tarea[1]. Y si alguno de ellos se levantase algún día inspirado y con un tibio deseo de alimentar su pensadora, tendría que sobrepasar, para ingresar a mi mundo literario, o sea para ingresar propiamente dentro mío, pues mi verdadero yo no es el que usted ve sino el que ve quien se asoma en mis cuadernos, tendría que sobrepasar un parapeto natural para muchos infranqueable: mi caligrafía. No es que no se entienda; se entiende muy bien, pero es tan grotesca que uno se asquea de mirarla después de tres o cuatro páginas de lectura. Y me gusta que así sea, me gusta que mis escritos asqueen y que mi letra funcione como un disuasivo ante quienes se asoman a ella sin demasiado interés de soportar sus vaivenes antiestéticos. Así me aseguro de que quien me lea este firmemente convencido de que le conviene leerme. Y por eso cuando publique algo, si es que publico algo en vida, cosa que trataré de no hacer para que no me pase lo que a usted, le recomendaré al editor que utilice los caracteres más pequeños que tenga, más o menos como los de las biblias ordinarias, a los efectos de abaratar costos y así masificar el producto pero sobre todo a los efectos de cansarle bien cansada la vista al lector, de suerte que quien no esté realmente interesado en leerme, no me lea. Además mi literatura toda es algo así como un enorme plasma condensado, como un coágulo; se asimila mejor de a trocitos, las jornadas de lectura maratónica no le hacen justicia y empalagan agriamente al lector.
RAMPHASTUS.-- Hágame caso: no publique nada en vida y deje instrucciones a sus hijos y nietos para que lo hagan por usted, recomendándoles por supuesto que no usufructúen su obra y renieguen de todo tipo de cópirrait para que cualquier editorial del mundo pueda editarla sin ningún costo de allí derivado y sin pedirle permiso a nadie. Y si es en papel reciclado, mejor[2].
CORNELIO.-- Al paso que voy, mis hijos y nietos brillarán por su ausencia...
RAMPHASTUS.-- ¿Y sobrinos?
CORNELIO.-- Sobrinos sí: tengo tres y uno en camino.
RAMPHASTUS.-- Adoctrínelos ya desde temprano para que no lucren con lo que nadie debería lucrar, para que no lucren con la cultura.
CORNELIO.-- ¡Viva la cultura, carajo!
RAMPHASTUS.-- La expresión carajo forma parte de nuestra cultura, y bien arraigada que está. Desconfíe del nivel cultural de una persona que nunca intercala un ¡carajo! entre sus frases.
CORNELIO.-- Las personas que se dicen cultas suelen recomendar los eufemismos ante palabras tan chocantes.
RAMPHASTUS.-- Sí, son los que dicen ¡diantres! en vez de decir ¡mierda! Pero digo yo, ¿qué mierda quiere decir diantres?
CORNELIO.-- A mí, "eufemismo" se me antoja una palabra muy chocante; habría que buscarle un eufemismo que la remplace.
RAMPHASTUS.-- ¿Vio a esas personas que dicen "gas" en vez de decir "pedo"? ¡Qué tipos! ¡Me lleno de gases de sólo escucharlos!
CORNELIO.-- A mí me pasa lo mismo. Soy de aquellos seres a los que les gusta nombrar a los objetos por su denominación.
RAMPHASTUS.-- Oiga cómo lloriquea Chamigo. Quiere trepar hacia nosotros.
CORNELIO.-- ¿Por qué sabrán nadar y no trepar árboles los perros?
RAMPHASTUS.-- Para contradecir a los gatos, que trepan y no nadan. ¿Se animaría usted a darse un chapuzón en este oscuro río?
CORNELIO.-- Mmm... No, no me animaría.
RAMPHASTUS.-- Qué, ¿usted no nada nada?
CORNELIO.-- No, es que no traje traje. Además no vinimos aquí a nadar, sino a establecer el significado de la palabra ética.
RAMPHASTUS.-- ¡No me va a decir que le atemoriza nadar en la oscuridad!
CORNELIO.-- No se olvide de los rayos, centellas y soretes de punta que caen. ¡Es una noche de mierda para nadar! No me gustaría morir electrocutado en el río Uruguay.
RAMPHASTUS.-- A mí no sólo en el Uruguay; ningún río se me aparece agradable para la electrocución.
CORNELIO.-- Entonces déjese de niñerías, que usted está muy senil para jugar a Tom Sawyer, y cuénteme de una vez qué entiende por ética.
RAMPHASTUS.-- Alonso Quijano también era un vejete cuando se convirtió en el Quijote, y eso no le impidió llevar a cabo sus aventuras. Digo yo, con toda esta movida ecológica relacionada con la energía eólica, ¿no podrá ser que surgiesen nuevos Quijotes, amparados por tantos nuevos molinos?
CORNELIO.-- Dios le oiga.
RAMPHASTUS.-- ¿Me oiga qué?
CORNELIO.-- A usted.
RAMPHASTUS.-- Entonces se dice "Dios lo oiga".
CORNELIO.-- Veo que la lluvia lo pone muy melindroso. Tal vez no sea una buena idea dialogar sobre cuestiones trascendentes en estas condiciones. Córrase un poco que me está cayendo un chorro en la nuca.
RAMPHASTUS.-- No se haga el ofendido. ¿Qué quiere saber de la ética?
CORNELIO.-- Para empezar, sobre qué se fundamenta.
RAMPHASTUS.-- ¡Por el perro! Se fundamenta en el placer, ¿en qué otra cosa podría fundamentarse?
CORNELIO.-- En el deber, por ejemplo.
RAMPHASTUS.-- Para que la ética pudiese tener fundamento en el deber sería necesario que los seres tuviesen la capacidad de optar entre hacer una cosa o hacer otra, es decir, tendría que ser cierta la hipótesis del libre albedrío. Pero nosotros ya la descartamos, no como falsa, puesto que no estamos seguros de que lo sea (¿vio cómo aprendí?), sino como parte no integrante de nuestro conjunto de hipótesis de trabajo, y al descartar el libre albedrío automáticamente descartamos con él cualquier fundamentación de la ética del tipo del imperativo categórico y similares.
CORNELIO.-- Escuche las frases que voy a leerle: "Sin libre volición no puede haber moralidad, ni verdadera democracia, ni siquiera la ciencia misma como libre investigación". "Todo sistema moral reposa sobre la libertad del individuo, vale decir, sobre el libre albedrío".
RAMPHASTUS.-- ¿Quién dijo semejantes huevadas?
CORNELIO.-- José Rhine, el parasicólogo.
RAMPHASTUS.-- ¿Otra vez con ese? ¿No leyó algún otro libro?
CORNELIO.-- Leí varios, pero no importa de quién sean estas frases. Vale lo mismo que sean de cualquier albedrista, puesto que todos o prácticamente todos piensan así.
RAMPHASTUS.-- Pues todos o prácticamente todos tienen una confusión tan grande dentro de sus cabezas que no distinguen el concepto de moral, o de ética, que es la moral universal, del concepto de sistema penal. Penalizar a alguien por algo que hizo implica reconocer que fue responsable del hecho, pero para establecer un sistema moral de nada sirve reconocer culpas, puesto que lo que hay que hacer es diferenciar lo que es bueno de lo que es malo, sin interesarse a la ética como tal el hecho de que se pueda o no actuar libremente. Una vez diferenciado lo que es bueno de lo que es malo, optaremos por la hipótesis albedrista o por la determinista, y entonces fundamentaremos nuestra ética en el deber o en el placer respectivamente, aunque siempre pasando por el placer aunque seamos albedristas, porque ¿qué es lo bueno si no es lo placentero?
CORNELIO.-- ¿Todo lo que causa placer es bueno?
RAMPHASTUS.-- Todo acto que tendiere a causar en el largo plazo mayor cantidad y calidad de placer que mayor cantidad y calidad de dolor, es un acto bueno, y viceversa el malo.
CORNELIO.-- ¿Qué tendiere a causarle a quién?, ¿al individuo que lo ejecuta?
RAMPHASTUS.-- No, al conjunto de la biomasa universal. Cualquier acto que usted realice, hasta el más insignificante, como tirarse un pedo por ejemplo, y perdón por el eufemismo, cualquier acto que usted realice tendrá una infinidad de consecuencias debido al principio de causación universal. Cuando esas consecuencias parecen encaminarse a brindar más bienestar que malestar al conjunto de seres concientes que a partir de la realización del acto habitará el mundo físico a lo largo y a lo ancho del espacio y del tiempo, ahí se dice que probablemente su accionar ha sido bueno, y viceversa para el malo.
CORNELIO.-- ¿Probablemente?
RAMPHASTUS.-- Sí; la ética es una ciencia netamente probabilística. Nunca podría saberse con certeza si lo que uno está haciendo está realmente bien o está mal según la definición antedicha. Podremos tirarnos a este río y rescatar a un niño que se ahoga suponiendo que no existen dudas sobre la bondad de nuestro proceder, pero ¿quién le asegura que el niño no será un Hitler o un Stalin cuando crezca?
CORNELIO.-- ¿Quiere decir que si yo sé positivamente que el tal niño será un mal hombre cuando crezca..., o vamos a hacerla más sencilla: ¿quiere decir que si Hitler o Stalin se estuviesen ahogando en este río en este momento, sería éticamente incorrecto salvarlos?
RAMPHASTUS.-- Dejando de lado la inevitable incertidumbre probabilística, le digo que no, y paso a explicarle por qué. Yo elegí el ejemplo del niño-Hitler que se ahoga para que usted visualice claramente la incertidumbre que pesa sobre todo juicio ético, pero dicha incertidumbre va desapareciendo conforme abrimos más y más el universo espaciotemporal en donde se desarrollarán los efectos derivados de su acción. Dicho más fácilmente, si nos situamos en el presente, conociendo como conocemos los desastrosos efectos ocasionados por el accionar de Hitler, podríamos afirmar con cierto grado de certeza que el mundo hubiese sido, hasta el presente, más dichoso si el führer hubiese muerto de niño, o sea que si alguien lo salvó de morir ahogado ese alguien habría procedido incorrectamente. Pero esto es verdadero sólo hasta el presente, y siempre y cuando neguemos la posibilidad de que, de morir Hitler de niño, un nuevo dictador, más terrible y belicoso, lo hubiese reemplazado. Pero aunque así no fuera y el siglo XX hubiese carecido de segunda guerra mundial al faltar el ahogado Hitler, ¿qué es una guerra mundial, que significa este acontecimiento si lo enmarcamos en la eternidad del espacio y del tiempo? Miles de millones de guerras mundiales habrá de aquí en más en los miles de millones de planetas colonizados por la vida que existen o existirán fuera de nuestro sistema solar, fuera de la galaxia o fuera de nuestro big bang. La aparición de Hitler en el escenario político causó seguramente más dolores que placeres en este siglo, pero todas las acciones ejecutadas y todas las decisiones tomadas por Hitler durante su vida, todas juntas ellas, no alcanzan ni un ápice de la trascendencia ética que habría tenido el acto de salvarlo[3].
CORNELIO.-- Yo coincido con el gran filósofo moral que fue Jesús al basar mis principios éticos en el dar la otra mejilla cuando nos golpean y en el amar tanto a mis amigos como a los que se supone son mis enemigos (esto en la teoría, por supuesto; plasmarlo en el accionar cotidiano sé que resulta casi utópico, pero hay que proponerse intentarlo), pero si usted quiere darle una jerarquía racional a estos dos preceptos y hacerlos compatibles con una moral basada en el placer, por más que se tratare del placer colectivo y no del individual, chocará con insalvables contradicciones, porque no creo que sea posible que un Hitler vivo sea más beneficioso que uno muerto cuando niño. Por más que los malestares causados por el nazismo hayan sido ínfimos en el marco de la infinita espaciotemporalidad del mundo físico, igual siguen siendo malestares, y seguramente muchos no habrían existido de haber matado alguien a Hitler antes de que llegase a ser Hitler.
RAMPHASTUS.-- Recuerde siempre que tomamos como hipótesis de trabajo el determinismo, por lo que no es lícito decir que "si alguien hubiese matado a Hitler antes de que llegase a ser Hitler" el mundo sería mejor, porque por fuerza debemos aceptar que Hitler nunca podría haber muerto antes ni después del momento exacto en el que murió. Ahora bien, supongamos que tenemos ante nosotros a un criminal empedernido que sabemos positivamente que será criminal hasta el día de su muerte, y que tenemos el poder de matarlo o de encarcelarlo. Según el cristianismo (estoy hablando del cristianismo de Jesús, no del que predican los "cristianos" de hoy día), sería inmoral el hacer cualesquiera de esas dos cosas; lo correcto es dejar en entera libertad al sujeto para que continúe con sus canalladas, procurando desde luego convertirlo, pero no subordinando su libertad a su conversión. El desafío al que me veo yo obligado es el de justificar este procedimiento como algo netamente beneficioso para la biomasa espaciotemporal, desafío que  acepto no sin antes establecer cierto tipo de  excepciones a esta moral puramente anarquista. Las excepciones se basan en la siguiente principio: si se sospecha que el criminal será más dichoso, o menos desdichado, en prisión que suelto, entonces lo correcto es encarcelarlo, y si se tiene la firme sospecha de que el criminal, sea en prisión o en libertad, será siempre un desgraciado agobiado por sus angustias y demás dolores difícilmente soportables, entonces lo correcto es asesinarlo del modo más indoloro y humano posible, aplicando algo así como  una eutanasia espiritual. Esto último es por supuesto relativismo, porque ¿quién puede asegurar que un ser humano angustiado y dolorido no cambiará su estado con el paso del tiempo? La pena de muerte viene a ser entonces algo éticamente injustificable tal como ahora se  la suministra, pero hay que aclarar que, en teoría, no siempre sería incorrecta, y lo tristemente ideal en estos casos que se sospechan irrecuperables sería el persuadir al propio interesado sobre la inconveniencia que para él mismo representa el que siga viviendo e instarlo así al suicidio. Como puede notarse, la cuestión de fondo que plantean estas excepciones es la siguiente: al decidir qué actitud tomar ante un ser desdichado, la ética cristiano-eudemonista considera correcto evaluar no la suerte que correrá el universo exterior al sujeto, sino la suerte que correrá el sujeto mismo, de manera que si el sujeto tendiese a ser más feliz suelto que preso, hay que liberarlo, por más que esto implique asesinatos, violaciones y crímenes de toda índole hacia terceros, y si tendiese a ser más feliz preso que suelto, hay que encarcelarlo (aunque si nos remitimos a la vida carcelaria de cualquier prisión actual, esto parece una cargada). Nótese que parto de la suposición de que hay una estricta relación directa entre criminalidad y dolor, suposición que no es más que estadística, o sea que no se cumple para todo criminal y en todo momento, pero el curso de la evolución genético-cultural afirmará cada vez más esta tendencia, pues la palabra dolor y la palabra pecado significan exactamente lo mismo cuando las proyectamos lo suficientemente lejos.
CORNELIO.-- Sigo sin entender en dónde se sitúa el eudemonismo en este sistema, con excepciones o sin ellas. El criminal liberado porque se sospecha que será más feliz suelto que preso, ¿no causará más dolor que placer al conjunto biomásico universal?
RAMPHASTUS.-- Usted coincide conmigo en la invulnerabilidad de las cadenas causales, ¿verdad?
CORNELIO.-- Verdad, puesto que no cambié de opinión respecto de nuestra charla de anoche.
RAMPHASTUS.-- ¿Coincidirá también conmigo en que el amor es la fuerza subjetiva más poderosa de todas cuantas existen? Confío en que así sea, pues no puedo esperar otra cosa de alguien que acaba de darle a Jesús el rango de filósofo, gran verdad que casi nadie, y mucho menos los católicos y los protestantes, logran entrever.
CORNELIO.-- El amor y el conflicto son las fuerzas principales, pero el amor es el que gobierna.
RAMPHASTUS.-- ¿Y no definimos al amor como la fuerza que nos mueve a procurarles a los seres que nos rodean y a los de más allá también, sin olvidarnos de nosotros mismos desde luego, a procurarles más y mejores placeres y evitarles los mayores y más duraderos dolores, llamando simpatía y compasión respectivamente a estas dos facetas del sentimiento amoroso puesto en práctica?
CORNELIO.-- Sea. Pero ¿adónde quiere llegar?
RAMPHASTUS.-- Llegar quiero a que usted admita que todo lo que se hace por causa del amor tenderá tarde o temprano a provocar más amor, o sea placer en su máxima expresión, sin importar que en un principio las decisiones tomadas por amor causen algunos dolores más o menos importantes en seres circunscritos al área espaciotemporal influenciada directamente por la decisión amorosa.
CORNELIO.-- ¿Significa que si yo actúo motivado por sentimientos de simpatía o compasión necesariamente se desprenderán de esta causación efectos mayormente placenteros que displacenteros para la biomasa espaciotemporal, por más que en un principio parezca lo contrario?
RAMPHASTUS.-- Borre "necesariamente" y coloque "muy probablemente": no se olvide de que la ética es una ciencia estadística[4].
CORNELIO.-- ¿Puede probar esta revolucionaria proposición, que si se aceptase como verdadera cambiaría de plano a prácticamente todos los sistemas éticos imperantes, puede probarla, digo, con algún argumento más concreto que los que hasta el momento dio?
RAMPHASTUS.-- Esta es una de esas proposiciones, como por ejemplo la del determinismo, que nunca puede llegar a probarse satisfactoriamente. Hay que creer en ellas, y luego buscar pruebas que las refuten; pero como las proposiciones que implican algún tipo de infinitud no pueden rigor ni ser refutadas totalmente mi ser totalmente confirmadas por la experiencia, hay que conformarse con creer en ellas, y con eso basta para mí. Además, si se admite, como usted admitió, que el amor es el principal resorte cósmico, es completamente lógico sacar de aquí la conclusión que saqué yo, sin pretender por supuesto que mi proposición se deduce directamente de esta premisa.
CORNELIO.-- San Agustín estaría de acuerdo con usted: "Ama, y haz lo que quieras", decíales a quienes le preguntaban qué preceptos había que seguir para mantener una conducta honrada.
RAMPHASTUS.-- Lo que demuestra que mi proposición no es tan revolucionaria como usted afirma, puesto que se remonta siglo tras siglo hasta el principio de nuestra era, y más también, porque el budismo y el hinduismo y muchos de los cultos desprendidos de ellos también se rigen por este principio, aunque tal vez no expresado de la manera en que yo lo expreso ni mucho menos razonado como argumento eudemonista. El motivo por el cual este principio ético, pese a ser tan antiguo, es desechado por el hombre ordinario, radica en que la gente común siente aversión por las deformidades, tanto físicas como espirituales, y trata en lo posible de mantenerse alejada de ellas. Busque por ese lado si desea saber por qué razón existen los manicomios, los leprosarios y las cárceles.
CORNELIO.-- ¿No será más bien que el hombre ordinario, en especial los jueces, los legisladores coercitivos y los policías, que bien ordinarios son por el solo hecho de pertenecer a uno de estos grupejos, no será que esta gente carece de proyectividad espaciotemporal, de suerte que no tiene la capacidad de observar abanicos causales más allá de cierto tiempo y espacio, y entonces supone que el odio y la venganza son susceptibles de engendrar paz y armonía por la sencilla razón de que al encarcelar o ejecutar a un delincuente se produce, dentro del marco espaciotemporal que solía ocupar el mismo, una especie de paz y armonía tranquilizadora para el resto de los interactuantes, sin que a nadie parezca interesarle si esa pax policiaca derivará en sufrimiento más allá de ese espacio y ese tiempo limitados?
RAMPHASTUS.-- ¿Sabe lo que ocurre, querido amigo? Ocurre que esta gente no cree en la proposición cristiano-eudemonista que acabo de citar, y aunque creyera en ella no la tendría en cuenta en la práctica, porque se deja guiar por su conciencia lógica o por sus instintos en vez de abandonarse a sus intuiciones, y entonces busca su propio placer individual, o a lo sumo el placer del conjunto de seres que integra espaciotemporalmente, pero nunca el placer biomásico universal del que hablábamos antes.
CORNELIO.-- ¿Siempre que un ser actúa motivado por la lógica conciente actúa de modo egoísta?
RAMPHASTUS.-- Siempre. El egoísmo es la base de lo que se llama razonamiento conciente y que nosotros llamamos lógica conciente para no entrar en contradicción con lo acordado ayer respecto de que la razón propiamente dicha sólo actúa por debajo de la conciencia. Y si se mira bien, el egoísmo no sólo es patrimonio de la lógica conciente sino de todo acontecer vital, lo que pasa es que cuando uno actúa movido ya no por la lógica sino por el instinto, el egoísmo que antes era individual se transforma en egoísmo grupal o específico, que apunta hacia el bienestar de un determinado grupo o especie del cual el individuo actuante forma parte, y cuando actúa motivado por una intuición el egoísmo individual y grupal atraviesa toda barrera específica y busca el bienestar de la biomasa espaciotemporal íntegra, pero no deja de ser ésta una forma de egoísmo, un egoísmo sublimado que hace del universo todo un ser único y acabado, como efectivamente lo es.
CORNELIO.-- Si eso no es lo que yo llamo generosidad o altruismo, entonces la generosidad y el altruismo no existen.
RAMPHASTUS.-- El egoísmo, una vez trascendida la frontera del individuo actuante, tiende a confundirse con la generosidad y el altruismo.
CORNELIO.-- ¿Puede trazarme un cuadro más o menos prolijo de los móviles a que aspira cada parte integrante del sistema mental que hace que los diferentes seres actúen conforme a la ética universal o reñidos con ella?
RAMPHASTUS.-- Con todo gusto. El cuadro se compone de tres partes, y lo unifico llamándolo regla eudemonista tripartita, que dice lo siguiente: A) La conciencia lógica de cualquier individuo, animal, vegetal o mineral, en tanto que tal, o sea en su estado puro, sin mezclarse con ningún instinto ni con ninguna intuición, no puede hacer otra cosa más que buscar su mayor bienestar o menor malestar individual, ya sea en el corto, en el mediano o en el largo plazo según el nivel corto, mediano o largo de desarrollo intelectual que posea dicho individuo; B) el inconciente instintivo de cualquier individuo animal, vegetal o mineral, en tanto que tal, o sea en su estado puro, sin mezclarse con ninguna conjetura lógica ni con ninguna intuición, no puede hacer otra cosa más que buscar el mayor bienestar o el menor malestar de la especie o grupo específico que integra, aun a costa del bienestar del individuo mismo. Este bienestar específico se buscará en el corto, mediano o largo plazo según el menor o mayor desarrollo instintivo de la especie en general y del individuo en particular; y C) el inconciente intuitivo de cualquier individuo animal, vegetal o mineral, en tanto que tal, o sea en su estado puro, sin mezclarse con ninguna conjetura lógica ni con ningún instinto, no puede hacer otra cosa más que buscar el mayor bienestar o el menor malestar posible para todos los seres concientes en conjunto y en el largo plazo, aun a costa del bienestar del individuo mismo y de la especie que integra, e inclusive a costa del bienestar del conjunto biomásico en el corto o mediano plazo. Tenga muy en claro que en estos tres principios se habla de buscar y no de encontrar. La conciencia busca su propio bienestar, pero a veces lo busca en el vicio, que suele a la larga traerle más consecuencias dolorosas que placenteras. Asimismo, el instinto no es infalible; hay algunos que, por haberse detenido en el tiempo sin adaptarse a las nuevas condiciones de vida, pueden llevar a una especie incluso a la extinción. Un ejemplo clásico de instinto mal empleado es el que lleva a las polillas hacia el fuego y las calcina. Con la intuición, en cambio, no se puede caer en error alguno: siempre que sea una verdadera intuición y no un presentimiento mal interpretado, ésta nos conducirá necesariamente o bien hacia una verdad en el caso de la intuición científica, o bien hacia una elección correcta de alternativas, correcta en el sentido ético antedicho, es decir, que a la larga la sumatoria de sus consecuencias será favorable al bienestar del conjunto de seres concientes existentes o por existir en el universo.
CORNELIO.-- ¿Los vegetales y los minerales tienen conciencia lógica e intuiciones?
RAMPHASTUS.-- De los vegetales me atrevo a decir que muy probablemente algunos de ellos, entre los que por fuerza estarían los árboles, tienen intuiciones y tal vez cierto tipo de conciencia lógica no del todo similar a la de los animales. Sobre los minerales poco puedo aseverar a este respecto, pero tampoco puedo descartarlo, así que los incluyo en el cuadro.
CORNELIO.-- Cuadro en el que quedamos un poco mal parados nosotros los humanos, los seres lógicos por antonomasia...
RAMPHASTUS.-- Somos lógicos por antonomasia, pero también por antonomasia intuitivos. Además hay que sacarse de la cabeza la idea que nos implantaron de niños referente a la inmoralidad intrínseca de todo accionar egoísta. El egoísmo individual, bien calculado, tiende a la virtud, como mal calculado tiende al vicio.
CORNELIO.-- Pero por mejor que calculemos nuestro egoísmo individual, no creo que se pueda llegar a tender al virtuosismo absoluto pensando siempre en la mejor manera de autogratificarse...
RAMPHASTUS.-- Se podrá, en un futuro no muy cercano.
CORNELIO.-- ¿Quién es más feliz, el que actúa constantemente pensando en su propio bienestar o el que actúa por intuición, motivado por el bienestar biomásico espaciotemporal?
RAMPHASTUS.-- Todavía no existe ni existió nadie lo suficientemente santo y sabio como para ser motivado en la totalidad de su accionar por la intuición. Sin embargo, suponiendo que pudiera existir actualmente un ser así, un ser casi completamente intuitivo, tengo que admitir que no sería tan dichoso como un buen calculador del egoísmo individual.
CORNELIO.-- O sea que para ser fiel al hedonismo individual no es correcto apuntar al virtuosismo absoluto...
RAMPHASTUS.-- Como tampoco al absoluto vicio. Dese cuenta de que tanto la virtud como el vicio son atributos casi exclusivamente humanos. Los demás animales, excepto los ya muy complicados mamíferos, actúan casi exclusivamente por instinto, o sea que actúan inconcientemente, sin meditar los motivos por los cuales realizan determinada tarea, y con la inconciente mirada puesta no es su bienestar individual sino en el de su especie o grupo específico, aunque la mayoría de las veces estos dos bienestares coinciden y por eso nos queda la sensación, al estudiar comportamientos animales como el de la huida o la búsqueda de alimento, de que los mismos están motivados por las apetencias individuales de búsqueda del placer por escape del dolor, pero esto no es así.
CORNELIO.-- Dicho de otro modo, los animales pertenecientes a especies poco evolucionadas no son ni buenos ni malos.
RAMPHASTUS.-- Todo lo que es tiende a perseverar en su ser, decía Spinoza. "Lo que es", en la naturaleza animal primitiva, no es el individuo, sino las unidades de replicación que portan los individuos, los genes. Los genes gozan viviendo dentro de un determinado individuo y por eso lo acicatean para que continúe vivo (o lo enferman y matan cuando sufren para evitar seguir sufriendo), pero sobre todo lo incitan a que se reproduzca, porque saben que si no se reproduce, ellos mueren. La genética particular del individuo morirá de todos modos, pero muchos de sus rasgos sobrevivirán en sus hijos, y eso lo "saben" (inconcientemente, claro) los genes, quienes conforman la unidad basal instintiva, o sea que no se fijan nunca en su propio bienestar sino en el de sus semejantes. Y cuando parecen ocuparse del individuo mismo no lo hacen más que para mantenerlo vivo a la espera de que pueda reproducirse o auxiliar a sus semejantes en el futuro. Esa es la explicación más científica que puede darse del amor maternal o fraternal: nuestro genes ven en nuestros hijos, padres y hermanos, conglomerados repletos de genes similares a ellos, y por eso buscan el bienestar de sus familias antes que el suyo propio. Y de paso explicamos de dónde nos viene aquel "apetito de inmortalidad" que nos subyuga y que mal comprendemos cuando lo asociamos a nuestra mortalidad individual.
CORNELIO.-- Pero el instinto no sólo lleva a los animales a procurar el bienestar de sus familiares directos, también los impele a salvaguardar a otros individuos...
RAMPHASTUS.-- Pero siempre de su misma especie o grupo social, y lo hacen porque también en ellos los genes individuales alcanzan a verse reflejados, también se hacen uno con ellos y así sueñan con la inmortalidad. Más allá de la familia, del grupo social o de la especie, lo genes ya no se reconocen mediante el instinto, sino mediante la intuición. El instinto es el fenómeno básico, siendo el egoísmo individual una especie de atrofia instintiva y la intuición una sublimación, una expansión del poder del instinto. Tanto el egoísta como el instintivo y el intuitivo quieren perseverar en su ser, la diferencia radica en que el primero considera que su ser termina en su individualidad, el segundo en su especie y el tercero en la biomasa íntegra.



[1]A cada uno de mis amigos le echo en cara que jamás ha considerado que mereciese la pena estudiar alguno de mis escritos: adivino, por signos mínimos, que ni siquiera saben lo que en ellos se encierra” (Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, "El caso Wagner", 4).
[2] (Nota añadida el 4/10/2005.) La idea que tengo es la siguiente: A partir del 2043, cederle a cualquier editorial interesada (si es El Ateneo mejor) los derechos exclusivos de mis escritos por un lapso de diez años, luego de los cuales pasarían a pertenecer al dominio público. Claro que si alguien se ofreciese a publicar estas primeras ediciones dejando de lado cualquier fin lucrativo, no sería deseable rechazarlo.
[3] (Nota añadida el 15/8/2007.) La teología cristiana fundamentaría esta decisión de salvar a Hitler de un modo más dogmático y expeditivo: "No nos está permitido cometer un pecado para traer a la existencia un bien, por muy alto que sea su rango. Incluso si pecando pudiésemos obtener la salvación eterna de otra persona, no nos estaría permitido pecar" (Dietrich von Hildebrand, Ética, cap. 19, secc. 5).
[4] (Nota añadida el 26/2/2001.) Me parece que aquí Ramphastus equivocó los tantos. Si yo actúo motivado por verdaderos sentimientos de simpatía o compasión, necesariamente beneficiaré más de lo que perjudicaré a la biomasa espaciotemporal. La incertidumbre se hace presente no intrínsecamente al que postulado ético sino por el hecho de que nadie puede nunca estar completamente seguro de que actuó motivado principalmente por sentimientos simpáticos o compasivos. La ética universal es absoluta, la que es relativa (probabilística) es su capacidad de predicción, tal como sucede con cualquier ley científica ciento por ciento verdadera.