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martes, 13 de septiembre de 2016

El estilo nietzscheano

...Se consagró así a la tarea de no ser demasiado entendido, de no serlo por demasiada gente.
Miguel Morey[1]

Es importante tratar el tema del estilo nietzscheano, fundamentalmente porque, gracias a ese estilo, se ha masificado Nietzsche y ha podido ser leído por innúmeras personas --fascistas y nazis incluidos--.
Nietzsche configura una revolución dentro de la filosofía, pero no dentro de los contenidos de la filosofía sino dentro de su expresión lingüística o literaria. Las tres ideas, a mi juicio, centrales de Nietzsche, la voluntad de poder (idea central sociológico-filosófica), el relativismo moral (idea central ética) y el eterno retorno (idea central cosmológica), ya se conocían desde antiguo. Nietzsche las modificó respecto de cómo las planteaban los filósofos que lo precedieron en la tarea de reivindicarlas o bien criticarlas (la escuela pitagórica, los estoicos, San Agustín en el caso del eterno retorno; el sofista Protágoras y toda la escuela sofística en general, en el caso del relativismo; el Calicles ahistórico del Gorgias de Platón o el Trasímaco de La República en el caso de la moral de la dominación y el instinto viril), pero lo interesante es que no son ideas novedosas, que no trae Nietzsche ninguna novedad de relevancia que el siglo XIX no conociera ya. Ni siquiera la idea de la muerte de Dios es novedosa. Dios ya se venía muriendo, dentro del ámbito de la intelectualidad occidental, desde mucho antes que Nietzsche naciera. Lo que hizo Nietzsche fue darle el golpe de gracia a la idea de Dios, pero no fue él quien la trajo al mundo[2]. No creo que se le haga justicia a este pensador si se lo juzga por su ideología, que tantos problemas y malentendidos ha protagonizado; la revolución de Nietzsche pasa por la forma que utilizó para graficar sus obsesiones.
Karl Jaspers nos advierte:

Mientras que, tratándose de la mayoría de los filósofos, es de temer que se lean libros sobre ellos, en lugar de leérselos a ellos mismos, en Nietzsche subsiste otro riesgo: el de leerlo mal, porque parece demasiado fácilmente accesible[3].

Parece accesible, dice Jaspers, pero no lo es, y entonces se producen los malentendidos. ¿Y por qué parece accesible? Porque escribe bien, y porque escribe retóricamente, y escribir retóricamente bien es invitar, o más bien hipnotizar, al lector, y tentarlo para que siga leyendo. He aquí la gran revolución nietzscheana. Revolución que tampoco es tan original, puesto que la retórica filosófica tiene una historia casi tan antigua como la filosofía: la historia de los diálogos platónicos. Pero la retórica, habiendo llegado a las cumbres con Platón, estaba languideciendo dentro del ámbito de la filosofía. Escribir con retórica, suponían los especialistas, es alejarse del modo propio en que deben tratarse los problemas filosóficos. Este dogma había ganado las universidades desde hacía mucho tiempo, hasta que apareció Nietzsche diciendo ¡no! Determinados problemas filosóficos cobran su real dimensión si se los trata primero, y se los divulga después, de una manera heterodoxa, muy alejada del tratamiento y la divulgación que suelen darle los “filósofos” profesionales:

Con los problemas profundos me comporto como con un baño frío –rápido hacia dentro, rápido hacia fuera. Que de esta manera no se llegue hasta la profundidad ni suficientemente profundo hacia abajo, esa es la superstición de los que tienen miedo al agua, los enemigos del agua fría; ellos hablan sin tener experiencia. […]
Y preguntado al pasar: ¿es realmente ininteligible y desconocido un asunto solo porque es tocado, avistado, hecho resplandecer al vuelo? ¿Tiene que sentarse uno primero plenamente sobre él? ¿Sobre él, así como cuando se incuba un huevo? ¿Rumiando por mucho tiempo y de noche, como dijo Newton de sí mismo? Por lo menos existen verdades de una especial timidez y quisquillosidad, de las que uno no puede apoderarse sino de repente –a las que se tiene que sorprender o abandonar. […] Somos algo diferente de los doctos: aun cuando no podemos eludir que también somos, entre otras cosas, doctos. Tenemos otras menesterosidades, otro crecimiento, otra digresión: requerimos más, también requerimos menos. No existe una fórmula acerca de cuánto le hace falta a un espíritu para su nutrición; pero si su gusto está orientado hacia la independencia, hacia un rápido ir y venir, al peregrinaje, tal vez a la aventura, para la que solo los más veloces están en condiciones, entonces él prefiere vivir libre y con alimentos ligeros antes que no libre y saciado. No es la grasa, sino la mayor flexibilidad y fuerza, lo que un buen bailarín quiere de su alimentación –y solo podría imaginar que el espíritu de un filósofo quisiera algo más que ser un buen bailarín[4].

He aquí la gran enseñanza, la enseñanza magna que Nietzsche nos ha legado y que el ambiente filosófico ha demorado unos cuantos decenios en aceptar: el pensamiento desacartornado, y luego la desacartornada escritura que es su consecuencia, abren puertas que el pensamiento rígido y congelado es incapaz no ya de abrir, sino tan siquiera de imaginar que son puertas de acceso. El ideal, claro está, es mantener este desacartornamiento sin perder de vista el rigorismo lógico y el acopio de información relevante. Pero no le exijamos esto a Nietzsche: bastante gloria tendrá por habernos hecho ver la primera de estas verdades.
Ahora bien; ¿por qué no sucede con Platón lo que sí sucede, según Jaspers, con Nietzsche, a saber, el hecho de que se lo lea mal y no se lo entienda? Cualquier persona que lea los diálogos platónicos y que posea un mínimo discernimiento los entenderá. Podrá estar de acuerdo con sus postulados o bien en contra, pero no dejará de entender lo que Platón quiso decir al exponerlos. ¿Por qué no sucede esto con los escritos nietzscheanos? Los amantes incondicionales del maestro Nietzsche dirán que no hay punto de comparación, pues la filosofía de Nietzsche es mucho más “profunda” que la de Platón, y el platonismo, por el hecho mismo de ser tan pedestre y mitológico, es que se entiende cabalmente. ¿Compartiremos esta idea? En absoluto. No nos metamos a debatir ahora sobre si la filosofía de Platón es “más verdadera” que la de Nietzsche o viceversa, simplemente analicemos por qué a Platón se lo entiende y (siempre según Jaspers) a Nietzsche no. Suponiendo que esto sea así, la clave para comprender estas diferencias estaría en los puntos de partida, en los objetivos propios de cada uno de estos escritores a la hora de plasmar su trabajo. Platón quería ser leído por todos, y justamente fue por eso que adoptó el estilo dialogado para discurrir: para que sus ideas fluyeran, así, de un modo más natural hacia las cabezas de la gente. Parece ser que también escribió Platón tratados formales como los de Aristóteles, reservados exclusivamente para maestros y estudiantes de la Academia o personas adiestradas en la discusión filosófica, pero esos tratados se perdieron, quedando tan solo sus diálogos, que dirían lo mismo, pero más “vulgarizado”. Sea o no verdadera esta hipótesis, lo que podemos palpar con la simple lectura de sus diálogos es que Platón deseaba ser leído por todos los hombres pensantes. He aquí la sustancial diferencia, porque Nietzsche aspiraba justamente a lo contrario:

Cuando se escribe, uno no quiere ser solo entendido, sino ciertamente también no ser entendido. De ninguna manera alcanza a ser una objeción contra un libro cuando alguien lo encuentra ininteligible: tal vez esto formaba parte justamente de la intención del escritor --él no quería ser entendido por "cualquiera". Todo espíritu y gusto más distinguido elige también a sus oyentes cuando quiere comunicarse; en tanto los elige, levanta a la vez sus barreras contra "los otros" (La ciencia jovial; § 381, p. 251).

Podemos comprender ahora, a la luz de estas afirmaciones, aquella negación de Nietzsche respecto de no querer que aquella devota admiradora leyera sus libros (ver nota al pie del 4/5/9). Esa señora era una "cualquiera", una no iniciada, una persona que no habría podido entenderlo bajo ningún punto de vista, y Nietzsche mismo no tenía ningún interés en que lo entendiera ese tipo de gente, la gente del rebaño. Y ¿cumplió Nietzsche su objetivo? ¿Logró no ser entendido por el rebaño? Parece que no: Nietzsche es hoy en día el escritor filosófico más leído del planeta, y no cabe duda de que entre sus lectores hay muchísimos que forman parte de lo que él consideraría el rebaño de los plebeyos, y de estos muchos hay otros muchos que lo entendieron con bastante aproximación. Y es que Nietzsche --y aquí comienzo a ponerme en contra de la opinión de Jaspers-- era demasiado claro como para pretender pasar a la historia como un filósofo esotérico. Si queremos "no ser entendidos" por la chusma, tenemos que escribir como Nostradamus, o como Karl Krause, o como Heidegger, es decir, tenemos que escribir cresposamente. Pero Nietzsche no era así. Nietzsche escribía demasiado bien, y tenía sus ideas demasiado en claro como para pretender desarrollarlas de un modo esotérico. Jaspers dice que sí, que este esoterismo nietzscheano existe, y que las verdaderas ideas de este pensador solo son accesibles a los "iniciados", que son aquellos que han sabido rumiar y rumiar su pensamiento una y otra vez, leyendo lenta y pausadamente cada frase de su producción hasta caer en una especie de paroxismo, pues la verdad nietzscheana revelada se mostraría solo así, después de días y días, semanas y semanas, meses y meses, años y años de ininterrumpida lectura e interpretación de sus textos. ¿Es descabellado plantear aquí una analogía entre esta manera de acercarse al pensamiento de Nietzsche y la forma en que algunas devotas cristianas rezan el rosario? Si repetimos un concepto tantas veces como nuestra garganta nos lo permite, es lógico que a la postre terminemos creyendo, y creyendo dogmáticamente, lo que tal concepto nos indica. A Nietzsche, se nos dice, para entenderlo cabalmente hay que leerlo no de a trocitos, sino completamente, empaparnos del total de su corpus filosófico-literario, que es extensísimo si consideramos también su correspondencia y sus fragmentos póstumos. Solo así lo entenderemos, o tendremos la posibilidad de entenderlo; de otro modo, la empresa es imposible. A lo que yo digo que no, que Nietzsche escribe tan bien y tan claramente, y tan sin metáfora cuando quiere, que en él se aplica como en pocos escritores filosóficos aquel refrán popular que dice que "para muestra basta un botón".
Pero Nietzsche deseaba ser un incomprendido, un hombre fuera de su tiempo:

¿Nos hemos quejado alguna vez de ser mal entendidos, confundidos, difamados, mal escuchados, desoídos? Ese es justamente nuestro destino. ¡Oh, y por mucho tiempo todavía! [...], es también nuestra distinción; no nos honraríamos suficientemente a nosotros mismos si lo deseásemos de otra manera[5].

Creía que su obra era demasiado vital, que estaba demasiado viva y en demasiado movimiento como para poder ser apresada sin un esfuerzo descomunal de la paciencia, la concentración y la inteligencia. "Crecemos como árboles --¡eso es difícil de entender, como toda la vida!"[6] Y desde luego que ha crecido y modificado su pensamiento Nietzsche con el correr de sus años, pero no menos que el de cualquier otro pensador, que no es él el único que fue creciendo intelectualmente a medida que fue desarrollando su literatura filosófica. Y este crecimiento, esta complejización del pensar, no es óbice para que tal pensamiento se comprenda. Gran cantidad de pensadores de renombre --me vienen ahora a la mente Karl Popper y Bertrand Russell-- han modificado sustancialmente sus puntos de vista conforme iban envejeciendo, y tales modificaciones, tales "crecimientos", no implican dificultad ninguna para comprender sus ideas; simplemente hay que estar atentos a las fechas de sus escritos. Y con Nietzsche pasa lo mismo, exactamente lo mismo, a pesar de sus deseos y de los deseos de los eruditos nietzscheanos.
He aquí el imperativo: Leer el corpus total de Nietzsche, y no leerlo como se lee cualquier otro trabajo, sino leerlo... ¿cómo decirlo? ¿De un modo religioso? No, esta palabra sería inapropiada tratándose de Nietzsche. Hay que leerlo así:

Si se aconseja hojear de modo desordenado la obra de Nietzsche; si se aconseja dejarse sugestionar y aceptar lo que produce goce, se erraría el camino que conduce hacia él: "Los peores lectores son aquellos que proceden como soldados entregados al saqueo: se apropian, propasándose, de lo que podrían usar; pero, además, ensucian y confunden lo restante y lo cubren todo de ultrajes" [...] Si, en cambio, se pensara que se debiera leer mucho y todo con rapidez, para poseer así la totalidad, volveríase a cometer error. Nietzsche es un maestro de la lectura lenta[7].  

Muy bien, leamos a Nietzsche en su totalidad y a paso de tortuga. ¿Cuánto demoraremos en esta empresa? Para quienes necesitamos ganarnos la vida de alguna forma, no menos de cinco años, siempre que abandonemos cualquier otro tipo de lectura. ¿Y qué haremos con los demás pensadores? Que esperen su turno, dirá Jaspers. Pero ¿y si se ponen celosos? ¿Y si los demás pensadores también pretenden que los leamos completos y sin prisa? Empezando por Platón y terminando, por ejemplo y según mis preferencias, en Erich Fromm, podría contabilizar no menos de 20 autores que me interesan sobremanera y que desearía leer, de ser posible, en su totalidad y pausadamente. Pero el hecho es que no se puede, no se puede leer todo de todos; el pragmatismo de la vida nos obliga, mal que nos pese, a discriminar. "Pues entonces –retrucará Jaspers-- olvídate de Nietzsche. O lo lees así como yo te lo indico, o mejor no lo leas; dedícate a los otros". Gracias por el consejo, pero yo no quiero perderme a Nietzsche, que es lo que me sucedería si no lo leo en absoluto, y tampoco quiero perderme en Nietzsche, que es lo que suele sucederles, me parece, a quienes hacen de este pensador un ídolo indiscutido a quien se debe reverenciar, volviéndose nietzscheanos monomaníacos. No es el caso de Karl Jaspers, pero sí lo es de miles de individuos de muchas menos luces que no saben sino repetir las palabras de su profeta de cabecera, lo cual se puede comprobar diariamente incursionando al azar en cualquier foro filosófico de internet. Leer a Nietzsche tal como lo recomienda Jaspers no nos induce a comprenderlo sino a fanatizarnos con su pensamiento, o mejor dicho con su figura y carisma, y el fanatismo es antitético a la sana filosofía. Yo leo a Nietzsche de a trocitos, comportándome como un soldado saqueador, que es justamente como no quería él que se lo leyera, pero no me parece que leyéndolo de este modo, y por leerlo así, tenga yo del pensamiento de Nietzsche una idea equivocada. Incompleta sí, indudablemente, pero no equivocada.
Pero el problema es este: los fanáticos nazis se han caracterizado por esta lectura fragmentaria de Nietzsche, de suerte que han tomado los fragmentos pro violentos y pro imperialistas y se han centrado en ellos, descartando lo restante. Se estigmatiza entonces esta forma de lectura debido a lo que con los nazis acaeció. Mas yo me pregunto: ¿los pensamientos nietzscheanos adoptados por los nazis, no pertenecían a su creador? ¿Habían sido desechados por Nietzsche, como tantos pensamientos que uno desecha cuando va madurando y encontrando su propia y verdadera filosofía? Y me contesto que no, que todo lo que los nazis adoptaron era de Nietzsche, y del Nietzsche intemporal, del Nietzsche que no varía desde su juventud hasta su madurez, del Nietzsche más auténtico que podamos concebir. Es verdad que Nietzsche no terminaba ahí, que es mucho más rico que lo que el nazismo podía extraer de él; pero el resto --el resto filosófico, se entiende, dejemos de lado su pensamiento político-social-- no contradice bajo ningún respecto la esencia de los "trocitos" que los nazis han digerido y metabolizado. El "lector saqueador" no es el problema, el problema es la confusión mental y los intereses preconcebidos de todo lector, tanto del que saquea como del que lee a Nietzsche lentamente, completamente y (¡he aquí el gran peligro!) exclusivamente.
La conclusión que podríamos sacar de todo esto es la siguiente: Si quieres ser un escritor críptico, escribe crípticamente --y en esto los alemanes han hecho gran escuela--; mas si escribes en estilo llano, y más aún, llano y poético, no aspires a ser críptico, porque posiblemente te salga el tiro por la culata y llegues a ser leído (y entendido) hasta por las ratas de alcantarilla.




[1] Morey, Miguel, “Nietzsche, el malentendido”, prólogo al libro Nietzsche, de Ivo Frenzel, Barcelona, Salvat, 1985; p. 11.
[2]  Según Ivo Frenzel, Nietzsche no fue ni el creador de esa idea ni tampoco el asesino de Dios: “Nietzsche constata la muerte de Dios, pero no se erige en autor de la misma” (op. cit.; p. 151). Y para Georg Lukács, el único costado de Dios que ha muerto en Nietzsche es el de la bondad y la maldad: “El ateísmo nietzscheano tiende manifiestamente a fundarse solo sobre la ética […]. Y este pensamiento cobra en él, a veces, una expresión clara: «La refutación de Dios: en rigor, solo se refuta el dios moral»” (El asalto a la razón, México, Grijalbo, 1983; p. 293).
[3] Jaspers, Karl: Nietzsche, Buenos Aires, Sudamericana, 1963; p. 45.
[4] Nietzsche, La ciencia jovial, Caracas, Monte Ávila, 1999 (3ª edición); § 381, pp. 252-3.
[5] Nietzsche, La ciencia jovial; § 371, p. 242.
[6] Ibíd., p. 243
[7] Jaspers, op. cit., p. 45.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Filosofía y tristeza

Gilles Deleuze, amigo de Foucault, escribe:


Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Solo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas (Nietzsche y la filosofía).


Yo no creo que la filosofía sirva para entristecer. Si la filosofía entristece es porque hay algo que no es de pura cepa. O no es de pura cepa la filosofía o no es de pura cepa el pensador que filosofa. La verdadera filosofía, en el alma del verdadero filósofo, beatifica.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Michel Foucault y el lenguaje críptico

Y si hablamos de excrecencias filosóficas que es preciso erradicar, no podemos dejar de lado a la filosofía francesa del siglo XX. El oraculismo propio de los alemanes aterrizó en Francia y se hizo fuerte en pensadores como Roland Barthes, Jacques Lacan, Michel Foucault y Jacques Derrida. ¡Justo en Francia, tierra en donde el pensamiento elevado, Ilustración mediante, venía necesariamente de la mano de una claridad conceptual a todo trance!

Ce qui n’est pas clair n’est pas français.

"Lo que no está claro no es francés", se decía en el ambiente literario y filosófico de la Francia de principios del siglo XX. Por qué razón se modificó esta manera de hacer filosofía es cosa que no se sabe a ciencia cierta. Algunos textos --nos comenta John Weightman refiriéndose a la prosa literaria y académica francesa—

podían requerir muchísima atención, pero era raro que un pensador francés se permitiera faltas de lógica o penumbras en la presentación de sus ideas; el lector no acostumbraba a tener que preguntarse qué eran esas ideas, tan solo si, después de haberlas entendido, podía estar o no de acuerdo ("No entender a Michel Foucault", ensayo incluido en los Diarios de Arcadi Espada. Disponible en Internet).

La transición se operó a través de Sartre y Camus, "quienes pueden a veces resultar difíciles, pero que nunca fueron deliberadamente arcanos". Dos o tres décadas después llegaron los auténticos ocultistas. Estos diz que pensadores

generaron un cambio en el ambiente que rápidamente alcanzó a sus numerosos discípulos. En algunos campos especulativos, la tradicional claridad francesa desapareció para ser reemplazada, en diversos grados, por la oblicuidad, el preciosismo y el hermetismo, como si estos fueran, por definición, modos de operar más válidos que lo lúcida y racionalmente establecido.

"No es mi propósito --continúa Weightman-- averiguar aquí las posibles razones de este brote de distinguida y secular glosolalia". Sin embargo nos entrega algunas pistas:

Las modas, de la ropa o de las actitudes intelectuales, son notoriamente difíciles de explicar, y [...] esta muestra obvios vestigios de una combinación de influencias del pensamiento alemán (en particular de la retórica filosófica de Nietzsche), de las doctrinas poéticas de Mallarmé, del culto del surrealismo a lo ilógico y de la promoción freudiana del inconsciente.

Estos ingredientes, aunados, generaron una ensalada mal combinada y peor aderezada que terminó rompiendo los cráneos de al menos dos generaciones de estudiantes de filosofía, muchos de los cuales tomaron a estos escritores como la quintaesencia del pensamiento elevado. Recuerdo que yo mismo, por recomendación de uno de estos adoradores de lo inefable, intenté leer Las palabras y las cosas de Michel Foucault, pero su lenguaje críptico me impidió avanzar más allá de la página 20 o 25. "Esto es mucho para mí", habré pensado en aquel entonces; hoy digo, no sin un dejo de soberbia, "no tengo tiempo para nimiedades".
Y es justamente el ensayo que acabo de citar, Las palabras y las cosas, el que queda desenmascarado, desnudo y desamparado gracias al análisis pormenorizado que de él nos ofrece John Weightman en este artículo. Se mete con este trabajo de Foucault porque generalmente se lo considera como su obra maestra. "He leído otros libros de Foucault, en la medida en que he sido capaz de hacerlo, pero prefiero concentrarme en este, ya que sigue siendo un texto esencial y aún sigue de moda". Algún día, cuando disponga de algún tiempo y mi estómago literario se haya acostumbrado a deglutir alimentos viscosos, intentaré yo también leer a Foucault o a cualesquiera de sus coterráneos anteriormente mencionados para luego criticarlos, aunque no lo prometo, porque no sé si me dará el cuero para ello y porque, como dice Weightman ya sobre el final de su artículo, "la línea divisoria entre la carga de significado y la vacuidad pseudoprofética del significado es algo difícil con lo que lidiar".

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sábado, 3 de septiembre de 2016

Rudolf Carnap y la filosofía-excrecencia

“Lo más que se ha demostrado —Dice Alfred Ayer— es que los enunciados metafísicos no caen dentro de la misma categoría de las leyes de la lógica, o de las hipótesis científicas”, pero de aquí no se infiere que los enunciados metafísicos no sean ni verdaderos ni falsos ni que no tengan sentido (El positivismo lógico, introducción). ¡Por fin un lógico lógico! Y también dice, respecto de la demoledora objeción que afirma que el principio de verificación no es él mismo verificable, que “el Círculo de Viena tendió a ignorar este problema”. Tomaron este principio como una especie de convención, “como algo convencional”. Pero ¿qué diferencia puede haber entre una convención así y otra que pudiéramos adoptar respecto de cualquier problema metafísico? Por la metodología empleada en la elección de sus premisas, los grandes metafísicos y los empiristas lógicos no difieren en nada.


El anhelo de simplificación es higiénico, siempre y cuando no se aplique sobre lo irreductible. El positivismo lógico quiere "pulir" a la filosofía, quitarle sus excrecencias, y en eso (¡Hegel, Heidegger!) podemos estar de acuerdo. El problema es que para estos pensadores casi todo tema filosófico es una excrecencia. La metafísica es una excrecencia, la ética es una excrecencia[1] y también la estética; nos queda tan solo la lógica o, de manera más estricta, el análisis lógico del lenguaje --porque decir que la investigación científica es parte de la filosofía se me antoja una exageración—. Pero quitarse los problemas del camino al modo del avestruz, metiendo la cabeza bajo la tierra y decretando que no existen, no es un modo sensato de proceder ni en la vida misma ni en la filosofía, y mucho menos sensato si se trata que los más grandes y graves problemas que la humanidad viene cargando desde hace siglos. Ya lo dijo Julián Marías:

Si la filosofía decide volverse de espaldas a un problema, no por eso deja de estar ahí. Lo que pasa es que la filosofía pierde su condición fundamental: la ra­dicalidad. No es que la filosofía "deba" ser radical, sino que consiste en serlo, en ir a las raíces, y sin ello desapa­rece su carácter filosófico: es el precio que cuesta la sim­plificación de la realidad (Sobre el cristianismo, “La filosofía actual y el ateísmo”).



[1] Moritz Schlick, uno de los fundadores del Círculo de Viena, era el único integrante del grupo que excluía de esta lista de parias a la ética. Decía que la ética se ocupa de cuestiones de hecho y que por tanto debe tratarse como una ciencia.

lunes, 29 de agosto de 2016

Intuición y conocimiento según Carnap

“Las intuiciones irracionales —dice Carnap— no pueden ser llamadas «conocimiento»”, a menos que tengan “la forma de proposiciones cuya verdad o falsedad se pueda decidir” (La construcción lógica del mundo, parág. 181). Las intuiciones intelectuales que yo postulo, y que son irracionales en el sentido de que no es mi razón la que me las indica, tienen forma de proposiciones y su verdad o falsedad se puede decidir. No por medio de la experiencia, pero yo puedo decidir si tal proposición metafísica es verdadera o falsa de acuerdo a otros considerandos. No estoy libre del yerro, puedo suponer que tal proposición metafísica es verdadera cuando en realidad es falsa y viceversa, pero eso no me inhabilita para considerar esta búsqueda como un intento de conocimiento. Errar es humano, y los científicos, intentando conocer (en el sentido ortodoxo del término), también yerran, a pesar de que sus proposiciones son empíricamente contrastables.

lunes, 22 de agosto de 2016

Carnap y los cuentos de hadas

Para ser un lógico, Rodolfito Carnap ha resultado bastante contradictorio. Hemos dicho ayer que, según él, los cuentos de hadas, aunque sean falsos, tienen pleno sentido; pero hete aquí que ahora, y tan solo un párrafo más abajo, sostiene que todo lo que se nos dice y que no podemos verificar, “nosotros tampoco lo podremos comprender”. Equipara lo comprobable con lo comprensible, y esto es incomprensible. Porque si se consiente, como todos hemos consentido, que las proposiciones metafísicas son incontrastables, entonces tendríamos que aceptar junto con Carnap que “no puede haber proposiciones metafísicas plenas de sentido”. Los cuentos de hadas “tienen pleno sentido” y la proposición que indica que Dios existe no. Los cuentos de hadas son falsos; la proposición de la existencia de Dios no llega ni siquiera a eso. Pero uno se pregunta, ¿a cuento de qué viene esa discriminación en favor de los cuentos de hadas siendo que las hadas, lo mismo que los dioses, no pueden verificarse? “El sentido de una proposición —sostiene— descansa en el método de su verificación. Una proposición afirma solamente todo lo que resulta verificable con respecto a ella”. Pero ¿cómo verificamos las proposiciones que aparecen dentro de un cuento de hadas? Imposible hacerlo; ¿y entonces por qué insiste en que los cuentos de hadas tienen pleno sentido? Si lo tienen, entonces también lo tienen las proposiciones metafísicas, que son tan incomprobables como la existencia de las hadas.

Se me dirá que los cuentos de hadas no tiene la pretensión de ser verdaderos mientras que los juicios metafísicos sí, y en ello radica la diferencia. Pero ¿quién dice que todos dan por sentado que los cuentos de hadas constituyen una mentira? Muchos niños los escuchan y los toman por completamente verídicos. Y ¿no estamos nosotros, los adultos escuchadores de cuentos metafísicos, en la misma situación gnoseológica que los niños que esperan la llegada de los reyes magos? Los reyes magos, supuestamente, no existen, pero no constituye un sinsentido el hecho de aguardar su llegada. Tal vez Dios tampoco exista, pero mientras no estemos seguros de ello no hay sinsentido alguno en esperarlo, en desearlo y en establecer hipótesis de trabajo que lo incluyan. Sed como los niños, decía Jesús. En la inocencia está la salvación. La salvación de las almas, pero también la salvación de nuestro aparato cognitivo. Gente como Carnap pretende, so pretextos de limpieza, cercenarlo, circuncidarlo. Nosotros preferimos conservarlo entero, por más que a veces no huela tan bien como el aparato de los positivistas.

domingo, 21 de agosto de 2016

Carnap y la impostura de algunos diz que metafísicos

En 1932, cuatro años después de su ensayo sobre La construcción lógica del mundo, escribió Carnap un artículo titulado "La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje" (incluido en El positivismo lógico, de Alfred Ayer). En dicho artículo se puede leer lo siguiente: "En el campo de la metafísica (incluyendo la filosofía de los valores y la ciencia normativa), el análisis lógico ha conducido al resultado negativo de que las pretendidas proposiciones de dicho campo son totalmente carentes de sentido". La crítica de Carnap apunta sus cañones directamente hacia la metafísica de Heidegger (su obra cumbre, El ser y el tiempo, había sido publicada en 1927) y también al sistema de Hegel. Cita, para ilustrar su tesis, un párrafo de Heidegger:

La nada es la negación de la totalidad de lo ente, lo absolutamente no-ente. Pero de este modo, ponemos a la nada bajo la determinación superior de lo negativo, esto es de lo que tiene carácter de no y, con ello, según parece, de lo negado. Ahora bien, según la doctrina dominante y nunca cuestionada de la «lógica», la negación es una acción específica del entendimiento. Entonces, al plantearnos la pregunta por la nada e incluso la pregunta por su cuestionabilidad, ¿cómo podemos pretender despedir al entendimiento? ¿Pero es tan seguro lo que estamos presuponiendo? ¿Representa el no, la negatividad, y con ella la negación, la superior determinación bajo la cual cae la nada como un modo particular de lo negado? ¿Sólo hay la nada porque hay el no, es decir, la negación? ¿O es más bien al contrario? ¿Sólo hay la negación y el no porque hay la nada? Todo esto no está decidido, ni siquiera ha alcanzado todavía la dignidad de pregunta expresa. Pero nosotros afirmamos que la nada es más originaria que el no y la negación (¿Qué es la metafísica?, 1929, pp. 4-5).

Vale también incluir aquí un aserto de Hegel: "El puro ser y la pura nada son lo mismo" (Ciencia de la lógica, libro I), que el mismo Heidegger encomia:

Esta frase de Hegel tiene toda legitimidad. Ser y nada se pertenecen mutuamente, pero no porque desde el punto de vista del concepto hegeliano del pensar coincidan los dos en su indeterminación e inmediatez, sino porque el propio ser es finito en su esencia y sólo se manifiesta en la trascendencia de ese Dasein que se mantiene fuera, que se arroja a la nada (ibíd., p. 12).

Ante semejantes dislates es lógico, es súperlogico, que Carnap rebaje a la metafísica y la considere inferior incluso a los cuentos de hadas y a los mitos:

Las proposiciones de los cuentos de hadas no entran en conflicto con la lógica sino solo con la experiencia; tienen pleno sentido aunque sean falsas. La metafísica no es tampoco una "superstición"; es perfectamente posible creer tanto en proposiciones verdaderas como en proposiciones falsas, pero no es posible creer en secuencias de palabras carentes de sentido.

¡Completamente de acuerdo! En lo que no estoy de acuerdo es en considerar a Hegel y a Heidegger como grandes metafísicos cuando no fueron sino grandes embaucadores. Todas esas frases pomposas, oscuras, abstractas, todas esas flatus vocis a que nos acostumbraron estos "pensadores" y sus acólitos han desprestigiado a la metafísica ante los ojos de quienes de metafísica nada conocen, como los positivistas lógicos por ejemplo, pero la han dejado incólume ante quienes han descubierto a tiempo la impostura.

Por un lado, los falsos metafísicos como Heidegger y Hegel; por el otro, los que reniegan de la metafísica como Carnap. Y en el medio los auténticos metafísicos, que dicen cosas claras, sin rodeos, con carne y con sustancia y a quienes las balas de los positivistas y los flatos de los charlatanes les pasan por arriba.

domingo, 14 de agosto de 2016

El problema cuerpo-mente según Carnap

Otra cuestión metafísica, sin duda muy controvertida, es la de la relación cuerpo-mente. Este no es, según Carnap, "solamente uno de los problemas tradicionales de la filosofía [...], sino que ha llegado a ser el problema principal de la metafísica actual" (La construcción lógica del mundo, cap. 22). Sin desmerecer la cuestión, yo creo que los principales problemas metafísicos actuales son los de siempre: la existencia de Dios, la existencia del libre albedrío y la inmortalidad de las conciencias individuales. El "problema psicofísico", como lo llama Carnap, es de gran relevancia metafísica, pero queda muy relegado en importancia en comparación con los otros tres.
Dicho esto, establezcamos las proposiciones en disputa en este terreno, que según Carnap son tres:

1) El interaccionismo.
2) El paralelismo.
3) La filosofía de la identidad.

El interaccionismo afirma que existe una relación de causa-efecto en ambas direcciones: los procesos cerebrales pueden causar procesos psíquicos y viceversa. El paralelismo niega esta relación de causa-efecto y admite solo una correspondencia funcional (en paralelo, sin interferencias) entre lo físico y lo psíquico. Finalmente, la filosofía de la identidad "no acepta absolutamente que haya una dualidad en el género de objetos, sino que concibe lo físico y lo psíquico como los dos «lados» de un mismo algo que es «su fondo»". A mí me parece que la tercera proposición sale sobrando y que la disputa se centra en conocer si la esencia de la relación cuerpo-mente tiene visos interaccionistas o paralelistas. Y es esta "esencia" del problema lo que fastidia a Carnap, porque no existe, según él, ningún indicio empírico que nos ayude a resolver la cuestión hacia un lado o hacia otro. "No se puede imaginar --concluye-- una situación más desalentadora". Desalentadora, concluyo yo, para quien forma sus juicios más íntimos en base a verificaciones detectivescas, pero no para quien admite la existencia de las intuiciones intelectuales puras. Y que no me venga a decir Carnap que las intuiciones intelectuales puras, es decir, los juicios que nos sugieren un estado de cosas y que no se apoyan ni en la lógica ni en la experiencia, no existen, porque ¿cómo sabe que no existen? Carnap solo afirma lo que puede ser, potencialmente, verificado o refutado por la experiencia, y este juicio que niega la existencia de los problemas metafísicos no tiene nada de experimental y por ende no es carnapiano. Carnap puede muy bien manejarse por la vida sin echar mano de estos juicios, pero no puede afirmar que no existen (ni que existen), sin que todo su edificio lógico-empírico se desmorone[1].
Por lo demás, yo creo que es perfectamente lógico, lógico en un sentido metafísico, plantearse la existencia del "problema psicofísico" y decantarse por una de las posibles opciones. Y mi opinión a este respecto no ha variado: afirmo la existencia del paralelismo psicofísico, no creo que las vivencias tengan relación con los procesos neurales y viceversa (véase la entrada del 16/5/3). ¿Y en qué me baso, me preguntará Carnap, para decidirme por esta solución y no por la otra? Pues me baso en mi sistema metafísico, que consta de muchas ruedas y engranajes, uno de los cuales, fundamental como pocos, es el hilozoísmo, y el hilozoísmo pide, para ser lógico (¡sí, metafísicamente lógico, la metafísica también necesita de la lógica!), la compañía y el auxilio de la hipótesis del paralelismo psicofísico. Y que no se me indague ahora sobre los orígenes y los fundamentos de mi adhesión al hilozoísmo, porque no podría precisarlos. Cuando uno decide creer en la metafísica y adoptar una metafísica en particular, las proposiciones metafísicas le van surgiendo una tras otra, van cayendo como fichas de dominó en nuestra mesa espiritual, y nos ponemos en la tarea de armar el dominó de tal manera que las fichas todas queden encadenadas y que el círculo se cierre. La ciencia, en el sentido verificacionista, falsacionista o predictivo del término, no tiene nada que hacer en este juego, y eso es lo que les molesta a quienes tienen a la ciencia en un pedestal, cual si fuera la piedra de toque para la solución de todos los problemas. La metafísica de cada quien se arma con proposiciones que deben presentar una relación lógica entre sí. Una relación lógica, no una relación empírica. Justamente por eso, por no tener una relación directa con la empiria y sí con la lógica, tienen los sistemas metafísicos mucho mayor interés que los paradigmas de la ciencia. Demostrar, lo que se dice demostrar, no pueden demostrarse los sistemas metafísicos; lo que sí se puede hacer es investigar su consistencia, y la consistencia de mi sistema metafísico me pide aceptar como cierta la hipótesis del paralelismo psicofísico. Pruebas no tengo, pero tengo razones para hacerlo, y las razones siempre me han parecido mucho más interesantes que las demostraciones.



[1] Ya Julián Marías había realizado una crítica similar de la impostura intelectual del Círculo de Viena: “La tesis de que no tiene sentido más que lo empíricamente controlable, ¿es empíricamente controlable? Porque al filósofo que suscribe esa tesis se me ocurre preguntarle: ¿cómo lo sabe usted? Ah, lo sabe por fuentes que en rigor para él no son válidas. Hay un paso o salto a otro género. El filósofo que niega sentido a todo enunciado no empíricamente controlable, está haciendo un enunciado no empíricamente controlable. Si un filósofo se limitara a enunciar sólo tesis empíricamente controlables, estaríamos encantados con él y no habría nada que objetar. Pero si se atreve a dar un paso más y decir que sólo tienen sentido esas tesis, me pregunto cómo lo sabe. Y entonces resultaría que podemos tener respeto por la práctica del que elimina de su filosofía toda referencia al problema de Dios, pero no me sentiría igualmente respetuoso frente al que en nombre de la controlabilidad empírica me lo prohíbe. Si es en nombre de otras cosas, y con buenas razones, está bien; pero si es en nombre de ese criterio, no lo acepto, porque su principio no es empíricamente controlable” (Julián Marías, Sobre el cristianismo, ensayo titulado “La filosofía actual y el ateísmo”).

lunes, 8 de agosto de 2016

La cruzada antimetafísica de Carnap

Las grandes ruedas metafísicas y las más pequeñas epistemológicas tal vez giren mucho más lentamente que las pequeñas ruedas científicas, pero todas ellas son partes orgánicas de nuestro enorme sistema de conocimiento.
Imre Lakatos, Matemáticas, ciencia y epistemología [pp. 169-70]

Según Carnap, cualquier proposición tiene sentido si y solo si tiene contenido fáctico. Y si hablamos de proposiciones científicas, además de contenido fáctico tienen que ser comprobables. La proposición "hay un color rojo que despierta horror al verlo" no es comprobable, ya que, en palabras de Carnap, "no sabemos de qué manera se podría tener una vivencia en que se fundamente dicha proposición" (Pseudoproblemas en la filosofía, p. 27), pero tiene contenido fáctico, pues "podemos imaginar una vivencia semejante y describir sus características". La proposición "en el cuarto contiguo hay una mesa de tres patas", además de tener contenido fáctico, es comprobable, "dado que se puede indicar en qué condiciones [...] ocurrirá una vivencia perceptiva de cierta clase en que se fundamente dicha proposición". Es entonces una proposición de índole científica, más allá de si resulta, luego de la constatación, verdadera o falsa. Por último están las proposiciones del tipo "esta piedra está triste", que ni son comprobables ni tienen contenido fáctico, y por lo tanto carecen de sentido. Pues bien: Carnap afirma que la totalidad de las proposiciones metafísicas pertenecen a este último grupo. Toma como ejemplos las tesis del realismo y del idealismo: A) los objetos que percibo existen en sí mismos (realismo), y B) los objetos que percibo solo existen en mi conciencia (idealismo). Según Carnap, no interesa saber cuál de estas proposiciones es verdadera y cuál falsa; no son ni lo uno ni lo otro, porque "no podemos reconocer que tengan sentido para la ciencia" (ibíd., p. 34). Concuerdo con Carnap en que dichas proposiciones no tienen contenido fáctico y que por lo tanto no tienen sentido para la ciencia, pero eso no significa que no tengan sentido y que no puedan ser o verdaderas o falsas. No puedo demostrar estas tesis ni describir, al modo científico, sus características, pero esos impedimentos no son suficientes, en un sentido lógico, para negar la posibilidad de que una de estas dos proposiciones se verifique en la realidad. Carencia de sentido e indemostrabilidad fáctica no tienen por qué ir de la mano. Incluso el mismo ejemplo que da Carnap, "esta piedra está triste", para mí es claro que constituye un aserto con pleno sentido y que será o bien verdadero, o bien falso, dependiendo de la posibilidad de que las piedras puedan o no entristecerse e independientemente de los medios empíricos con que contemos para determinar la existencia o inexistencia de estos pétreos sentimientos. Porque si no podemos afirmar o negar que tal o cual piedra esté triste, tampoco podemos hacerlo respecto de tal o cual señor que tenemos enfrente y que llora a moco suelto, pues esas lágrimas y esos mocos que percibo no son más que signos de la tristeza que yo, positivamente, no percibo, ni percibe nadie que no sea el señor en cuestión, y entonces su tristeza es incomprobable por medios empíricos. Es incomprobable, dirá Carnap, pero es una proposición con contenido fáctico esta que le atribuye tristeza a este hombre. Ciertamente, y en esto admito que se distingue de la proposición referente a la piedra, porque el hombre manifiesta signos que nos hacen suponer que se emociona, mientras que la piedra no nos los ofrece. Pero estos signos, o la inexistencia de los mismos, no nos inhabilitan para calificar de verdadera o de falsa la proposición, es decir, para afirmar que tiene sentido. La proposición "aquel hombre está triste" puede ser verdadera o falsa. Puede simular que llora y estar de lo más contento. Y la piedra podrá no manifestar signo ninguno de su tristeza y sin embargo estar triste, en cuyo caso la proposición es verdadera, o estar impedida, de acuerdo al concurso de las leyes naturales, de manifestar emoción alguna, por lo que la proposición resultaría falsa. Se puede decir que estas proposiciones no son científicas, que no tienen injerencia en el ámbito de la ciencia, pero no se puede decir que no tengan sentido alguno ni que no merezcan relevancia dentro del vivenciar humano.
"Los objetos que percibo existen en sí mismos" es una proposición metafísica que puede ser verdadera o falsa. Las proposiciones metafísicas son sintéticas y a priori. Sintéticas, porque el predicado no se deduce conceptualmente del sujeto de la oración (en este caso, la existencia en sí de los objetos no se deduce del hecho de que pueda percibirlos), y a priori, porque nada me dice la experiencia que pueda justificar esta sentencia. Pero, a diferencia de lo que opinaba Kant, yo creo que los juicios sintéticos a priori pueden ser falsos, de modo que no estoy cierto de que los objetos existan en sí mismos o no. Todo lo que se puede hacer respecto de las proposiciones metafísicas, puesto que no podemos apoyarlas o refutarlas de manera contundente a través de la experiencia, es considerarlas, arbitrariamente, o bien verdaderas o bien falsas. También puede uno desinteresarse de ellas como se desinteresaba Carnap, pero no puede uno considerarlas como carentes de sentido. Y subrayo arbitrariamente porque nuestra inclinación hacia una u otra proposición metafísica parece una inclinación arbitraria puesto que no podemos fundamentarla con argumentos científicos, pero en muchos casos no lo es. Es arbitraria cuando nuestra inclinación obedece a un deseo mundano, pero en otras ocasiones la que nos sugiere la certeza de una proposición de este tipo es nuestra intuición intelectual. En estos casos, la arbitrariedad desaparece.

Habiendo quedado claro, me parece, que las proposiciones metafísicas tienen sentido, digo ahora también que tienen mucho mayor importancia que las proposiciones científicas, porque es a través de las proposiciones metafísicas que se desenvuelven la cultura y la ética de los pueblos y no a través de las proposiciones científicas, que tan solo circulan por sus periferias. Tomemos el ejemplo de la siguiente proposición metafísica: "Los animales han sido creados para usufructo del hombre". Esta tesis la tomó por verdadera el mundo occidental desde el comienzo del judaísmo hasta nuestros días (aunque en los últimos años ha comenzado a cuestionarse) y ha causado mucho más daño (en el ámbito de la ecología, de la nutrición, de la empatía, del ejercicio físico, etc.) que la invención de la bomba atómica, del gas mostaza, de la picana eléctrica y del glifosato. ¡Mire usted, estimado Rodolfo, si no tienen sentido e injerencia dentro de nuestra cultura las proposiciones metafísicas! Claro está que prefiero, ante esta metafísica perversa, la posición carnapiana de desligarse del problema y mirar para otro lado; pero si se pudiera, en lugar de eliminar la metafísica, purificarla, impidiendo que la gente avale proposiciones falsas para dar paso solo a las verdaderas, las relaciones humanas mejorarían a pasos agigantados. Les guste o no a Carnap y a la mayoría de los actuales epistemólogos, que van queriendo limpiar la teoría del conocimiento de todo vestigio metafísico, les guste o no, las proposiciones metafísicas continúan conformando, para bien o para mal, el corazón y el cerebro de los pueblos, mientras que las proposiciones científicas y sus derivados tecnológicos constituyen, a lo sumo, sus brazos y sus piernas. Los pueblos caminan y operan gracias a la ciencia, pero viven, piensan y sienten a través de la metafísica.

martes, 2 de agosto de 2016

Causalidad y necesidad de según Carnap

Paso ahora al capítulo 20 de la Fundamentación lógica de la física de Carnap. Aquí el autor niega, siguiendo a Hume, que el concepto de causalidad lleve implícito el concepto de necesidad. Que un efecto se produzca a partir de una causa y que esta causa se explicite a través de una o más leyes científicas descubiertas por el hombre no implica que ese efecto deba producirse necesariamente, pues las leyes científicas, dice Carnap, pueden fallar en sus predicciones. Y es claro que las leyes científicas pueden errar en sus predicciones, pero yerran porque son falsas, no porque la causalidad deje de operar en tal o cual momento. Cuando un meteorólogo anuncia lluvias y estas no se producen, no es que la ley de causa y efecto haya quedado en suspenso, sino que los datos empíricos (las condiciones iniciales) y las leyes de la meteorología con que contaba eran falsos o insuficientes. Ya lo he dicho: todas las leyes científicas son falsas y por lo tanto no se puede predecir nada con total seguridad, pero esto no rompe el vínculo indisoluble existente entre los conceptos de causalidad y necesidad. Son falsas las leyes científicas porque siempre admiten excepciones, y admiten excepciones porque sus enunciados, ya sean gramaticales o matemáticos, son finitos. Lo que hay que considerar a la hora de hablar, en sentido filosófico, de la causalidad, no son las leyes científicas que el hombre ha descubierto, sino las leyes naturales, que son las que rigen el mundo, hayan sido o no descubiertas. Estas leyes no admiten excepciones y sus predicciones son totalmente confiables, pero existe un problema: los enunciados que las describen tienen una longitud infinita. Nunca podremos conocer las leyes naturales en su total completitud, no porque no existan, sino porque sus enunciados jamás podrán entrar ni dentro de nuestras cabezas ni dentro de nuestros pizarrones. Son esos enunciados los que implican necesidad, y necesidad lógica, necesidad pura y cristalina. Los enunciados de nuestras imperfectas leyes de la ciencia podrán provocar algún fallido pronóstico e incentivar así la posición humeana según la cual lo único que relaciona las causas con los efectos es la costumbre de observarlos regularmente unidos; manejémonos mejor con leyes naturales cuando hablemos de filosofía y dejemos las leyes de la ciencia a los científicos, que mucho mejor provecho les sacan que el que pueden extraerle los epistemólogos. La ciencia aplicada es imperfecta en su finitud, es barrosa, cenagosa, y la necesidad no se sigue de sus principios con la regularidad que sería de desear; pero esto no invalida la relación causalidad-necesidad, la cual impera sin fisuras no en el ámbito de la ciencia experimental sino en la ciencia a secas, en la Ciencia. Todo es falsedad en los postulados científicos que conocemos; solo hay verdad en la Ciencia. Verdad, causalidad y necesidad. Pero como esta Ciencia es infinita, jamás la conoceremos, a menos que nosotros mismos seamos infinitos.

lunes, 1 de agosto de 2016

El empirismo según Carnap

"El empirismo --dice Carnap-- puede ser definido como el punto de vista según el cual lo sintético a priori no existe" (Fundamentación lógica de la física, cap. 18). Entonces yo paso a engrosar las filas de los empiristas dentro del ámbito de la epistemología, de la fundamentación del conocimiento científico, pero me aparto del empirismo en cuanto ingreso al ámbito de la gnoseología, de la teoría del conocimiento en general, científico y no científico, porque yo creo, a diferencia de Carnap, que la metafísica no es una ilusión y que utiliza en sus aserciones juicios sintéticos a priori.

lunes, 11 de julio de 2016

Immanuel Kant y el imperio del dogma

Y sin volar tan alto, descendiendo de la metafísica y apropincuándonos a la mera física, a la epistemología, aquí también Emanuel derrapa:

Por lo que toca a la certeza, he fallado sobre mí mismo el juicio siguiente: que en esta clase de consideraciones no es de ningún modo permitido opinar y que todo lo que se parezca a una hipótesis, es mercancía prohibida que a ningún precio debe estar a la venta, sino ser confiscada tan pronto como sea descubierta (prólogo a la primera edición de la Crítica de la razón pura).


Dice esto porque supone que la ciencia debe basarse, exclusivamente, en juicios sintéticos a priori, cuya certeza es necesaria y apodíctica. Ya he dicho en otra parte lo que opino sobre estos juicios (ver las entradas de los días 4 y 5/8/8), solo diré ahora que me alegra soberanamente que las disciplinas científicas de hoy día sean mucho menos dogmáticas y mucho más modestas que como las imaginaba el gran pensador de Königsberg.

domingo, 10 de julio de 2016

Un exabrupto kantiano

Palabras de Kant en el prólogo a la primera edición de la Crítica de la razón pura:

En este trabajo, ha sido mi designio el hacer una exposición detalladísima y me atrevo a afirmar que no ha de haber un solo problema metafísico que no esté resuelto aquí o al menos de cuya solución no se dé aquí la clave.


¿Por qué, cuando Schopenhauer dice cosas como esta --y las dice bastante a menudo--, me cae simpático y sonrío, pero cuando las dice Kant hago fuerza para no indignarme? Pues porque Schopenhauer las dice con estilo, mientras que a Kant se le caen en seco. Y porque los problemas metafísicos continúan tan o más irresolutos que como estaban cuando Kant vivía.

sábado, 9 de julio de 2016

Immanuel Kant y la filosofía popular

Habla Kant, desde el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, de ciertos pensadores alemanes, contemporáneos suyos, "que unen felizmente a la profundidad del conocimiento el talento de una exposición luminosa", asegurando enseguida que él carece de ese talento. Se jacta de ser un pensador profundo, pero no se jacta de exponer sus ideas con luminosidad. A esto sumémosle lo que afirma en el prólogo a la primera edición: "Por lo que toca a la claridad, tiene el lector derecho a exigir primero la claridad discursiva (lógica) por conceptos, pero luego también una claridad intuitiva (estética) por intuiciones, esto es, por ejemplos u otras aclaraciones en concreto". Dice que se cuidó de ser claro en el primer sentido, mas no tanto en el segundo:

En el curso de mi trabajo he estado casi siempre indeciso sobre lo que en esto debía de hacer. Los ejemplos y aclaraciones parecíanme siempre necesarios y acudían por tanto realmente, en el primer bosquejo, colocándose en sus lugares adecuados. Vi empero bien pronto la magnitud de mi problema y la multitud de objetos que habrían de ocuparme, y como me apercibí de que estos solos, en discurso seco y meramente escolástico, iban ya a hacer la obra bastante extensa, parecióme improcedente engrosarla más aún con ejemplos y aclaraciones que sólo con una intención de popularidad son necesarios.

Tenemos entonces el siguiente cuadro: un pensador filosófico brillante, pero que ni utiliza ese brillo en la exposición literaria de su pensamiento ni tiene en gran estima los ejemplos, aclaraciones y demás instrumentos que facilitan la comprensión del texto a los lectores profanos. No le interesa en absoluto la popularidad, no quiere que la masa lo lea, sino solo los "conocedores de las ciencias". Su obra cumbre "no podía en modo alguno acomodarse al uso popular", y entonces ¿para qué intentar amenizarla? Está claro que la Crítica de la razón pura no se acomodó en su tiempo, ni se acomoda ahora, al uso popular, pero no se acomoda justamente porque Kant, con su sequedad expresiva, quiso que no se acomodase, y no porque los temas de que trata sean intrínsecamente imposibles de digerir para una mente promedio, ni erudita ni estúpida, que sienta curiosidad por la filosofía. Este espíritu elitista, que piensa que la filosofía es demasiado abstrusa como para que la comprenda un "no iniciado" y que, partiendo de esa premisa, hace todo lo posible para que los no iniciados se alejen de ella, es, según mi criterio, el responsable de haber cavado la fosa en la que ahora descansa en paz esta disciplina. Existen temas, ciertamente, de complicada exposición, pero siempre podremos arreglárnosla para desarrollarlos de manera tal que sean entendidos por cualquier lector que posea una mínima curiosidad, unos ojos bien abiertos y una cabeza liberada de dogmas. Los temas que trató Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación son tan complejos como los que trata Kant, y sin embargo a Schopenhauer lo entendemos y a Kant, muchas veces, no. Esto es porque Schopenhauer quiso que lo entendieran todos, o a lo menos muchos, mientras que a Kant solo le interesaba que lo entendieran los de su cofradía. Y lo peor de todo es que este espíritu de cofradía continuó, después de Kant, con Hegel y compañía, quienes hicieron de la oscuridad expositiva su leitmotiv. Y entonces ya no hubo, como en Kant, interesantísimas ideas muy difíciles de descubrir y asimilar, sino galimatías faltos de sentido que encubrían la infecundidad del pensamiento. Ya nos había privado Kant de la claridad estética, ahora nos privaban también de la claridad lógica. Y así llegamos, con esta receta, a la culminación del sinsentido filosófico: el posmodernismo. Quien quiera oír que oiga, y quien quiera filosofar que filosofe, pero que no se olvide, al filosofar, que existe un lector que desea entender lo que está leyendo y que por tanto hay que decir cosas que tengan sentido y decirlas, además, de tal modo que no solo tengan sentido para quien las expone.

Un mal pensado dirá: si Kant hubiese sido más "luminoso" en la exposición de su filosofía, los errores de que adolece hubieran saltado a la vista con mayor prontitud; su oscuridad obedece a un móvil encubridor, como el delincuente que prefiere las sombras de la noche a la hora de salir a robar billeteras. Yo no creo que este sea el caso en cuanto a la Crítica de la razón pura. En cuanto a Hegel y los posmodernos, no me cabe sino una mínima duda razonable de que se mueven en la oscuridad con el único fin de robarles no la billetera, sino la sesera, a los estudiantes que por moda o vaya a saberse por qué razón se embarcan en esas lecturas.

domingo, 3 de julio de 2016

La política y la pereza mental

Y perdón, nuevamente, por el vuelo gallináceo que implican estas reflexiones de orden político en comparación con las de orden filosófico. Mi presente aún me impide reflexionar con profundidad (ya llevo cinco años cargando esta impedimenta, desde la muerte de mi padre) y entonces reflexiono sobre política, para lo cual no se necesita gran profundidad ni gran cabeza. No por nada la reflexión política está a la orden del día en los programas televisivos y la reflexión filosófica o científica brillan por su ausencia.

sábado, 2 de julio de 2016

El peronismo, o la política pensada para el corto plazo

Ocultamos el desempleo y el no crecimiento de la Argentina generando casi un millón y medio de empleados públicos más en estos doce o trece años. Esto es una locura. La mayoría no son ñoquis, van a su trabajo pero miran el reloj para que pase el día porque no tienen nada que hacer. Esa persona sirve, tiene muchísimo para aportar. Y lo que yo les propongo es un camino de reconversión, que tal vez va a llevar más de diez años en los cuales se ocasionó todo este daño.
Mauricio Macri, entrevista radial, marzo del 2016


Hace tres años, desde la entrada del 25/5/13, comentaba que por causa de los desaguisados económicos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, "ahora, o el año que viene, o el otro, vendrá, inexorable, la crisis". Se hizo esperar, pero ya la tenemos golpeando la puerta. Y como el que ahora gobierna el país es Mauricio Macri, muchos le achacan la responsabilidad a él, sin reparar en el axioma que dice que en política económica, las decisiones que se toman hoy generan sus mejores o peores consecuencias en el mediano o en el largo plazo. Está cometiendo Macri el mismo error que Cristina: aferrarse al dólar barato. Si así continúa, vamos derecho al cataclismo; pero no responsabilicemos a este presidente por los errores de los dos anteriores. Argentina, nuevamente, camina por la cuerda floja por causa del peronismo, o mejor dicho, por causa de los peronistas deshonestos, aunque esto de "peronista deshonesto", cuando se habla de las altas esferas de la política y no de las bases, se me antoja cada vez más un pleonasmo.

sábado, 25 de junio de 2016

¡Levántate y anda!

¡Qué agradable debe ser para un buen patriota el ver que cuanto más se sacrifica por la patria más dinero ingresa en su cuenta corriente! El periodismo y la política nos ofrecen numerosos ejemplos de hombres cuya fortuna ha ido aumentando a medida que aumentaba su patriotismo y que, al final, cuando hablaban de la patria, pensaban en el talonario, y cuando pensaban en el talonario, hablaban de la patria.
Julio Camba, "Los buenos patriotas obtienen siempre su recompensa"

Ahora les descubrieron, a los cuatro hijos de Lázaro Báez, sendas cuentas en Suiza por un total de veinticinco millones de dólares. Los nueve de José Francisco López resultaron ser una minucia...

Sin dudas Lázaro, que antes de hacerse amigo de Néstor Kirchner era un insignificante cadete del Banco de la Provincia de Santa Cruz y que ahora es uno de los hombres más ricos de la Argentina, sin dudas es Lázaro un piojo resucitado.

miércoles, 22 de junio de 2016

El papa Francisco y la política

Y hablando de asuntos del César y asuntos de Dios, ¿por qué, che Papa, te has decantado por los primeros en detrimento de los últimos? Te has metido en política hasta la verija, y has mostrado un particular interés por la marcha de la economía de nuestro país. Claro, para eso sos Papa, no voy a suponer ahora que los papas se eligen con el propósito de no influir en los acontecimientos políticos del siglo que les toca en suerte; pero como vos te has hecho llamar Francisco pensé que la tendencia cambiaría. Me equivoqué.
Existe una teoría que afirma que Jesús ha sido un guerrillero zelote, o que simpatizaba con este movimiento. ¿Tiene visos de certeza esta teoría? Creo que no, y el propio Jesús la desmiente:

...Esa interpretación de mis actos, esa manipulación de mi doctrina, esa tergiversación de mi mensaje, esa brutal deformación de mi identidad y personalidad, me espanta, hijo mío, me espanta... Ya me veo --¡maldición!-- en pasquines, carteles, camisetas y banderolas tremolantes blandidas por los cachorros, hijos de papá, becarios y gamberretes reaccionarios de las jaurías del movimiento contra la globalización en las augustas narices de los señores del capital, del Banco Mundial, de las Naciones Unidas al servicio de la Casa Blanca y del Pentágono, de la Unión Europea y de otros puertos o rascacielos de arrebatacapas. Lobos, Wojtila, todos ellos, aunque con distintos collares, colmillos, espumarajos, armas y grilletes [...]. E inclúyase, Papa de Roma, en la lista a los llamados «teólogos de la liberación», que no ofician, como ellos creen, en los altares de la caridad y la esperanza, sino en los de la ciega fe puesta al servicio de los asuntos del César. Tanto da que este lo sea --para la galería y el juego de las urnas-- de derechas, de centro o de izquierdas. Al alma no le importan tales naderías, que son solo ilusión, engaño, maya, aire en el aire, viento en el viento, nubecillas que llegan, pasan y se van (Jesús de Nazaret, citado por Fernando Sánchez Dragó en Carta de Jesús al Papa, p. 138).


Esta carta del mismísimo Jesús de Nazaret ha sido dirigida no al papa Francisco sino a Juan Pablo II, pero bien puede aplicarse al primero. No porque Francisco suponga que Jesús fue guerrillero sino porque me parece que supone que a Jesús lo guiaban móviles políticos. Si no lo supone así, entonces que tampoco él sea guiado por estos móviles, porque embarcándose en este juego está traicionando el espíritu evangélico. Y si lo quiere traicionar, que lo traicione con estilo, haciendo patente de una vez por todas lo que todos los que algo de cristiano tenemos esperábamos que hiciera: distribuir la riqueza material de la Iglesia en manos de quienes más la necesitan, tal como Jesús recomienda en Mateo 19:21. Hace ya más de tres años que asumió como papa y todavía sigo esperando este gesto, todavía sigo esperando que el cardenal Bergoglio se transforme, saliendo al balcón que da a la Plaza de San Pedro, en el Papa Kiril Lakota. Pero mis esperanzas languidecen. Ya sé que él no es el amo del universo, que ni siquiera es el amo del Vaticano y que por tanto, por mucha voluntad que tenga de repartir los dineros de la Iglesia, tal vez no pueda lograrlo si no lo acompañan los de su entorno. ¡Pero al menos que lo intente, que lo diga, que remueva el avispero! (o el obispero, para ser más exactos). Si tanto desea influir políticamente, he ahí la receta magistral. Pero como no la emplea, mejor que se dedique a los asuntos de Dios como se dedicaba el verdadero Francisco.

martes, 21 de junio de 2016

¡Levántate y habla!

Jesús le habló a Lázaro y, hablándole, lo desenterró. Lázaro Báez, si habla, enterrará a unos cuantos.

lunes, 20 de junio de 2016

El Evangelio para todos

Y para redondear el cuadro evangélico, una curiosidad: el pollero que delató a José López en las puertas mismas del convento... ¡se llama Jesús! (y su mujer se llama María).

domingo, 19 de junio de 2016

El dudoso catolicismo de José López

José López es un ferviente católico; las monjitas del convento en donde quiso esconder el botín lo tenían en gran estima. Es católico, pero no cristiano; deduzco esto porque ya sabemos lo que opinaba Jesús de las personas adineradas. Seguramente los párrafos de la Biblia que más disfruta López son los salmos, especialmente el 112: "¡Aleluya! Cuán bienaventurado es el hombre que teme a Jehová [...]. Bienes y riquezas hay en su casa, y su justicia permanece para siempre". El salmista dice, o sugiere, que las riquezas terrenales constituyen fiel testimonio de la devoción religiosa de un buen judío. José López es entonces admirador de David, no de Jesús. Y, de paso, digamos que Jesús, cuando dijo "no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir" (Mateo 5:17), seguramente nos estaba tomando para la chacota.

sábado, 18 de junio de 2016

La política y los idiotas

Existe una política fecunda: no hacer política; una manera eficaz de conseguir el poder: huir del poder y trabajar en casa. Un grupo de personas que no han traído a la ciencia una verdad nueva ni al arte ni a la moral una modalidad nueva de nuestras emociones, es impotente; de la nada nada se saca. Gobernar es distribuir y redistribuir lo viejo por los viejos canales. Única labor útil: componerlos, construir otros, enriquecer y purificar el líquido circulante. ¿Es posible eso desde arriba? Nunca. El tabique del oficinismo y de la adulación oficial es imperforable: la savia viene de abajo, de las raíces.
Rafael Barrett, El dolor paraguayo

La aparición en escena del ingeniero José López renueva mis votos apolíticos. Esto me convierte, a los ojos del autodenominado filósofo Fernando Savater, en un idiota:

El ciudadano favorito de las autoridades es el idiota, o sea, quien anuncia con fatuidad: “Yo no me meto en política”. ¡Como si eso fuera posible, como si uno pudiera vivir en una sociedad política desentendido de esa actividad, como si renunciar a la política no fuese también una actitud política y por cierto de las peores, porque cede a otros la capacidad de tomar decisiones sobre lo que antes o después va a afectarnos! (Fernando Savater, Diccionario del ciudadano sin miedo a saber).

Y seré un idiota nomás, como todos los idiotas que se desentienden de los asuntos del César para dedicarse los asuntos divinos. Savater, en cambio, seguirá siendo una persona muy lista, que cree saber mucho de filosofía y que se gana la vida en base a esta supuesta sabiduría. Es decir, seguirá siendo un sofista[1].



[1] Otro de los que, según el postulado de Savater, se nos une al club de los idiotas, es Nietzsche: "El que lleve dentro de sí el furor philosophicus, no tendrá siquiera tiempo para consagrarse al furor politicus y se guardará de leer todos los días periódicos y de ponerse al servicio de un partido" (Consideraciones intempestivas, “Schopenhauer, educador”, 7).