Vistas de página en total

martes, 13 de septiembre de 2016

El estilo nietzscheano

...Se consagró así a la tarea de no ser demasiado entendido, de no serlo por demasiada gente.
Miguel Morey[1]

Es importante tratar el tema del estilo nietzscheano, fundamentalmente porque, gracias a ese estilo, se ha masificado Nietzsche y ha podido ser leído por innúmeras personas --fascistas y nazis incluidos--.
Nietzsche configura una revolución dentro de la filosofía, pero no dentro de los contenidos de la filosofía sino dentro de su expresión lingüística o literaria. Las tres ideas, a mi juicio, centrales de Nietzsche, la voluntad de poder (idea central sociológico-filosófica), el relativismo moral (idea central ética) y el eterno retorno (idea central cosmológica), ya se conocían desde antiguo. Nietzsche las modificó respecto de cómo las planteaban los filósofos que lo precedieron en la tarea de reivindicarlas o bien criticarlas (la escuela pitagórica, los estoicos, San Agustín en el caso del eterno retorno; el sofista Protágoras y toda la escuela sofística en general, en el caso del relativismo; el Calicles ahistórico del Gorgias de Platón o el Trasímaco de La República en el caso de la moral de la dominación y el instinto viril), pero lo interesante es que no son ideas novedosas, que no trae Nietzsche ninguna novedad de relevancia que el siglo XIX no conociera ya. Ni siquiera la idea de la muerte de Dios es novedosa. Dios ya se venía muriendo, dentro del ámbito de la intelectualidad occidental, desde mucho antes que Nietzsche naciera. Lo que hizo Nietzsche fue darle el golpe de gracia a la idea de Dios, pero no fue él quien la trajo al mundo[2]. No creo que se le haga justicia a este pensador si se lo juzga por su ideología, que tantos problemas y malentendidos ha protagonizado; la revolución de Nietzsche pasa por la forma que utilizó para graficar sus obsesiones.
Karl Jaspers nos advierte:

Mientras que, tratándose de la mayoría de los filósofos, es de temer que se lean libros sobre ellos, en lugar de leérselos a ellos mismos, en Nietzsche subsiste otro riesgo: el de leerlo mal, porque parece demasiado fácilmente accesible[3].

Parece accesible, dice Jaspers, pero no lo es, y entonces se producen los malentendidos. ¿Y por qué parece accesible? Porque escribe bien, y porque escribe retóricamente, y escribir retóricamente bien es invitar, o más bien hipnotizar, al lector, y tentarlo para que siga leyendo. He aquí la gran revolución nietzscheana. Revolución que tampoco es tan original, puesto que la retórica filosófica tiene una historia casi tan antigua como la filosofía: la historia de los diálogos platónicos. Pero la retórica, habiendo llegado a las cumbres con Platón, estaba languideciendo dentro del ámbito de la filosofía. Escribir con retórica, suponían los especialistas, es alejarse del modo propio en que deben tratarse los problemas filosóficos. Este dogma había ganado las universidades desde hacía mucho tiempo, hasta que apareció Nietzsche diciendo ¡no! Determinados problemas filosóficos cobran su real dimensión si se los trata primero, y se los divulga después, de una manera heterodoxa, muy alejada del tratamiento y la divulgación que suelen darle los “filósofos” profesionales:

Con los problemas profundos me comporto como con un baño frío –rápido hacia dentro, rápido hacia fuera. Que de esta manera no se llegue hasta la profundidad ni suficientemente profundo hacia abajo, esa es la superstición de los que tienen miedo al agua, los enemigos del agua fría; ellos hablan sin tener experiencia. […]
Y preguntado al pasar: ¿es realmente ininteligible y desconocido un asunto solo porque es tocado, avistado, hecho resplandecer al vuelo? ¿Tiene que sentarse uno primero plenamente sobre él? ¿Sobre él, así como cuando se incuba un huevo? ¿Rumiando por mucho tiempo y de noche, como dijo Newton de sí mismo? Por lo menos existen verdades de una especial timidez y quisquillosidad, de las que uno no puede apoderarse sino de repente –a las que se tiene que sorprender o abandonar. […] Somos algo diferente de los doctos: aun cuando no podemos eludir que también somos, entre otras cosas, doctos. Tenemos otras menesterosidades, otro crecimiento, otra digresión: requerimos más, también requerimos menos. No existe una fórmula acerca de cuánto le hace falta a un espíritu para su nutrición; pero si su gusto está orientado hacia la independencia, hacia un rápido ir y venir, al peregrinaje, tal vez a la aventura, para la que solo los más veloces están en condiciones, entonces él prefiere vivir libre y con alimentos ligeros antes que no libre y saciado. No es la grasa, sino la mayor flexibilidad y fuerza, lo que un buen bailarín quiere de su alimentación –y solo podría imaginar que el espíritu de un filósofo quisiera algo más que ser un buen bailarín[4].

He aquí la gran enseñanza, la enseñanza magna que Nietzsche nos ha legado y que el ambiente filosófico ha demorado unos cuantos decenios en aceptar: el pensamiento desacartornado, y luego la desacartornada escritura que es su consecuencia, abren puertas que el pensamiento rígido y congelado es incapaz no ya de abrir, sino tan siquiera de imaginar que son puertas de acceso. El ideal, claro está, es mantener este desacartornamiento sin perder de vista el rigorismo lógico y el acopio de información relevante. Pero no le exijamos esto a Nietzsche: bastante gloria tendrá por habernos hecho ver la primera de estas verdades.
Ahora bien; ¿por qué no sucede con Platón lo que sí sucede, según Jaspers, con Nietzsche, a saber, el hecho de que se lo lea mal y no se lo entienda? Cualquier persona que lea los diálogos platónicos y que posea un mínimo discernimiento los entenderá. Podrá estar de acuerdo con sus postulados o bien en contra, pero no dejará de entender lo que Platón quiso decir al exponerlos. ¿Por qué no sucede esto con los escritos nietzscheanos? Los amantes incondicionales del maestro Nietzsche dirán que no hay punto de comparación, pues la filosofía de Nietzsche es mucho más “profunda” que la de Platón, y el platonismo, por el hecho mismo de ser tan pedestre y mitológico, es que se entiende cabalmente. ¿Compartiremos esta idea? En absoluto. No nos metamos a debatir ahora sobre si la filosofía de Platón es “más verdadera” que la de Nietzsche o viceversa, simplemente analicemos por qué a Platón se lo entiende y (siempre según Jaspers) a Nietzsche no. Suponiendo que esto sea así, la clave para comprender estas diferencias estaría en los puntos de partida, en los objetivos propios de cada uno de estos escritores a la hora de plasmar su trabajo. Platón quería ser leído por todos, y justamente fue por eso que adoptó el estilo dialogado para discurrir: para que sus ideas fluyeran, así, de un modo más natural hacia las cabezas de la gente. Parece ser que también escribió Platón tratados formales como los de Aristóteles, reservados exclusivamente para maestros y estudiantes de la Academia o personas adiestradas en la discusión filosófica, pero esos tratados se perdieron, quedando tan solo sus diálogos, que dirían lo mismo, pero más “vulgarizado”. Sea o no verdadera esta hipótesis, lo que podemos palpar con la simple lectura de sus diálogos es que Platón deseaba ser leído por todos los hombres pensantes. He aquí la sustancial diferencia, porque Nietzsche aspiraba justamente a lo contrario:

Cuando se escribe, uno no quiere ser solo entendido, sino ciertamente también no ser entendido. De ninguna manera alcanza a ser una objeción contra un libro cuando alguien lo encuentra ininteligible: tal vez esto formaba parte justamente de la intención del escritor --él no quería ser entendido por "cualquiera". Todo espíritu y gusto más distinguido elige también a sus oyentes cuando quiere comunicarse; en tanto los elige, levanta a la vez sus barreras contra "los otros" (La ciencia jovial; § 381, p. 251).

Podemos comprender ahora, a la luz de estas afirmaciones, aquella negación de Nietzsche respecto de no querer que aquella devota admiradora leyera sus libros (ver nota al pie del 4/5/9). Esa señora era una "cualquiera", una no iniciada, una persona que no habría podido entenderlo bajo ningún punto de vista, y Nietzsche mismo no tenía ningún interés en que lo entendiera ese tipo de gente, la gente del rebaño. Y ¿cumplió Nietzsche su objetivo? ¿Logró no ser entendido por el rebaño? Parece que no: Nietzsche es hoy en día el escritor filosófico más leído del planeta, y no cabe duda de que entre sus lectores hay muchísimos que forman parte de lo que él consideraría el rebaño de los plebeyos, y de estos muchos hay otros muchos que lo entendieron con bastante aproximación. Y es que Nietzsche --y aquí comienzo a ponerme en contra de la opinión de Jaspers-- era demasiado claro como para pretender pasar a la historia como un filósofo esotérico. Si queremos "no ser entendidos" por la chusma, tenemos que escribir como Nostradamus, o como Karl Krause, o como Heidegger, es decir, tenemos que escribir cresposamente. Pero Nietzsche no era así. Nietzsche escribía demasiado bien, y tenía sus ideas demasiado en claro como para pretender desarrollarlas de un modo esotérico. Jaspers dice que sí, que este esoterismo nietzscheano existe, y que las verdaderas ideas de este pensador solo son accesibles a los "iniciados", que son aquellos que han sabido rumiar y rumiar su pensamiento una y otra vez, leyendo lenta y pausadamente cada frase de su producción hasta caer en una especie de paroxismo, pues la verdad nietzscheana revelada se mostraría solo así, después de días y días, semanas y semanas, meses y meses, años y años de ininterrumpida lectura e interpretación de sus textos. ¿Es descabellado plantear aquí una analogía entre esta manera de acercarse al pensamiento de Nietzsche y la forma en que algunas devotas cristianas rezan el rosario? Si repetimos un concepto tantas veces como nuestra garganta nos lo permite, es lógico que a la postre terminemos creyendo, y creyendo dogmáticamente, lo que tal concepto nos indica. A Nietzsche, se nos dice, para entenderlo cabalmente hay que leerlo no de a trocitos, sino completamente, empaparnos del total de su corpus filosófico-literario, que es extensísimo si consideramos también su correspondencia y sus fragmentos póstumos. Solo así lo entenderemos, o tendremos la posibilidad de entenderlo; de otro modo, la empresa es imposible. A lo que yo digo que no, que Nietzsche escribe tan bien y tan claramente, y tan sin metáfora cuando quiere, que en él se aplica como en pocos escritores filosóficos aquel refrán popular que dice que "para muestra basta un botón".
Pero Nietzsche deseaba ser un incomprendido, un hombre fuera de su tiempo:

¿Nos hemos quejado alguna vez de ser mal entendidos, confundidos, difamados, mal escuchados, desoídos? Ese es justamente nuestro destino. ¡Oh, y por mucho tiempo todavía! [...], es también nuestra distinción; no nos honraríamos suficientemente a nosotros mismos si lo deseásemos de otra manera[5].

Creía que su obra era demasiado vital, que estaba demasiado viva y en demasiado movimiento como para poder ser apresada sin un esfuerzo descomunal de la paciencia, la concentración y la inteligencia. "Crecemos como árboles --¡eso es difícil de entender, como toda la vida!"[6] Y desde luego que ha crecido y modificado su pensamiento Nietzsche con el correr de sus años, pero no menos que el de cualquier otro pensador, que no es él el único que fue creciendo intelectualmente a medida que fue desarrollando su literatura filosófica. Y este crecimiento, esta complejización del pensar, no es óbice para que tal pensamiento se comprenda. Gran cantidad de pensadores de renombre --me vienen ahora a la mente Karl Popper y Bertrand Russell-- han modificado sustancialmente sus puntos de vista conforme iban envejeciendo, y tales modificaciones, tales "crecimientos", no implican dificultad ninguna para comprender sus ideas; simplemente hay que estar atentos a las fechas de sus escritos. Y con Nietzsche pasa lo mismo, exactamente lo mismo, a pesar de sus deseos y de los deseos de los eruditos nietzscheanos.
He aquí el imperativo: Leer el corpus total de Nietzsche, y no leerlo como se lee cualquier otro trabajo, sino leerlo... ¿cómo decirlo? ¿De un modo religioso? No, esta palabra sería inapropiada tratándose de Nietzsche. Hay que leerlo así:

Si se aconseja hojear de modo desordenado la obra de Nietzsche; si se aconseja dejarse sugestionar y aceptar lo que produce goce, se erraría el camino que conduce hacia él: "Los peores lectores son aquellos que proceden como soldados entregados al saqueo: se apropian, propasándose, de lo que podrían usar; pero, además, ensucian y confunden lo restante y lo cubren todo de ultrajes" [...] Si, en cambio, se pensara que se debiera leer mucho y todo con rapidez, para poseer así la totalidad, volveríase a cometer error. Nietzsche es un maestro de la lectura lenta[7].  

Muy bien, leamos a Nietzsche en su totalidad y a paso de tortuga. ¿Cuánto demoraremos en esta empresa? Para quienes necesitamos ganarnos la vida de alguna forma, no menos de cinco años, siempre que abandonemos cualquier otro tipo de lectura. ¿Y qué haremos con los demás pensadores? Que esperen su turno, dirá Jaspers. Pero ¿y si se ponen celosos? ¿Y si los demás pensadores también pretenden que los leamos completos y sin prisa? Empezando por Platón y terminando, por ejemplo y según mis preferencias, en Erich Fromm, podría contabilizar no menos de 20 autores que me interesan sobremanera y que desearía leer, de ser posible, en su totalidad y pausadamente. Pero el hecho es que no se puede, no se puede leer todo de todos; el pragmatismo de la vida nos obliga, mal que nos pese, a discriminar. "Pues entonces –retrucará Jaspers-- olvídate de Nietzsche. O lo lees así como yo te lo indico, o mejor no lo leas; dedícate a los otros". Gracias por el consejo, pero yo no quiero perderme a Nietzsche, que es lo que me sucedería si no lo leo en absoluto, y tampoco quiero perderme en Nietzsche, que es lo que suele sucederles, me parece, a quienes hacen de este pensador un ídolo indiscutido a quien se debe reverenciar, volviéndose nietzscheanos monomaníacos. No es el caso de Karl Jaspers, pero sí lo es de miles de individuos de muchas menos luces que no saben sino repetir las palabras de su profeta de cabecera, lo cual se puede comprobar diariamente incursionando al azar en cualquier foro filosófico de internet. Leer a Nietzsche tal como lo recomienda Jaspers no nos induce a comprenderlo sino a fanatizarnos con su pensamiento, o mejor dicho con su figura y carisma, y el fanatismo es antitético a la sana filosofía. Yo leo a Nietzsche de a trocitos, comportándome como un soldado saqueador, que es justamente como no quería él que se lo leyera, pero no me parece que leyéndolo de este modo, y por leerlo así, tenga yo del pensamiento de Nietzsche una idea equivocada. Incompleta sí, indudablemente, pero no equivocada.
Pero el problema es este: los fanáticos nazis se han caracterizado por esta lectura fragmentaria de Nietzsche, de suerte que han tomado los fragmentos pro violentos y pro imperialistas y se han centrado en ellos, descartando lo restante. Se estigmatiza entonces esta forma de lectura debido a lo que con los nazis acaeció. Mas yo me pregunto: ¿los pensamientos nietzscheanos adoptados por los nazis, no pertenecían a su creador? ¿Habían sido desechados por Nietzsche, como tantos pensamientos que uno desecha cuando va madurando y encontrando su propia y verdadera filosofía? Y me contesto que no, que todo lo que los nazis adoptaron era de Nietzsche, y del Nietzsche intemporal, del Nietzsche que no varía desde su juventud hasta su madurez, del Nietzsche más auténtico que podamos concebir. Es verdad que Nietzsche no terminaba ahí, que es mucho más rico que lo que el nazismo podía extraer de él; pero el resto --el resto filosófico, se entiende, dejemos de lado su pensamiento político-social-- no contradice bajo ningún respecto la esencia de los "trocitos" que los nazis han digerido y metabolizado. El "lector saqueador" no es el problema, el problema es la confusión mental y los intereses preconcebidos de todo lector, tanto del que saquea como del que lee a Nietzsche lentamente, completamente y (¡he aquí el gran peligro!) exclusivamente.
La conclusión que podríamos sacar de todo esto es la siguiente: Si quieres ser un escritor críptico, escribe crípticamente --y en esto los alemanes han hecho gran escuela--; mas si escribes en estilo llano, y más aún, llano y poético, no aspires a ser críptico, porque posiblemente te salga el tiro por la culata y llegues a ser leído (y entendido) hasta por las ratas de alcantarilla.




[1] Morey, Miguel, “Nietzsche, el malentendido”, prólogo al libro Nietzsche, de Ivo Frenzel, Barcelona, Salvat, 1985; p. 11.
[2]  Según Ivo Frenzel, Nietzsche no fue ni el creador de esa idea ni tampoco el asesino de Dios: “Nietzsche constata la muerte de Dios, pero no se erige en autor de la misma” (op. cit.; p. 151). Y para Georg Lukács, el único costado de Dios que ha muerto en Nietzsche es el de la bondad y la maldad: “El ateísmo nietzscheano tiende manifiestamente a fundarse solo sobre la ética […]. Y este pensamiento cobra en él, a veces, una expresión clara: «La refutación de Dios: en rigor, solo se refuta el dios moral»” (El asalto a la razón, México, Grijalbo, 1983; p. 293).
[3] Jaspers, Karl: Nietzsche, Buenos Aires, Sudamericana, 1963; p. 45.
[4] Nietzsche, La ciencia jovial, Caracas, Monte Ávila, 1999 (3ª edición); § 381, pp. 252-3.
[5] Nietzsche, La ciencia jovial; § 371, p. 242.
[6] Ibíd., p. 243
[7] Jaspers, op. cit., p. 45.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Filosofía y tristeza

Gilles Deleuze, amigo de Foucault, escribe:


Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Solo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas (Nietzsche y la filosofía).


Yo no creo que la filosofía sirva para entristecer. Si la filosofía entristece es porque hay algo que no es de pura cepa. O no es de pura cepa la filosofía o no es de pura cepa el pensador que filosofa. La verdadera filosofía, en el alma del verdadero filósofo, beatifica.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Michel Foucault y el lenguaje críptico

Y si hablamos de excrecencias filosóficas que es preciso erradicar, no podemos dejar de lado a la filosofía francesa del siglo XX. El oraculismo propio de los alemanes aterrizó en Francia y se hizo fuerte en pensadores como Roland Barthes, Jacques Lacan, Michel Foucault y Jacques Derrida. ¡Justo en Francia, tierra en donde el pensamiento elevado, Ilustración mediante, venía necesariamente de la mano de una claridad conceptual a todo trance!

Ce qui n’est pas clair n’est pas français.

"Lo que no está claro no es francés", se decía en el ambiente literario y filosófico de la Francia de principios del siglo XX. Por qué razón se modificó esta manera de hacer filosofía es cosa que no se sabe a ciencia cierta. Algunos textos --nos comenta John Weightman refiriéndose a la prosa literaria y académica francesa—

podían requerir muchísima atención, pero era raro que un pensador francés se permitiera faltas de lógica o penumbras en la presentación de sus ideas; el lector no acostumbraba a tener que preguntarse qué eran esas ideas, tan solo si, después de haberlas entendido, podía estar o no de acuerdo ("No entender a Michel Foucault", ensayo incluido en los Diarios de Arcadi Espada. Disponible en Internet).

La transición se operó a través de Sartre y Camus, "quienes pueden a veces resultar difíciles, pero que nunca fueron deliberadamente arcanos". Dos o tres décadas después llegaron los auténticos ocultistas. Estos diz que pensadores

generaron un cambio en el ambiente que rápidamente alcanzó a sus numerosos discípulos. En algunos campos especulativos, la tradicional claridad francesa desapareció para ser reemplazada, en diversos grados, por la oblicuidad, el preciosismo y el hermetismo, como si estos fueran, por definición, modos de operar más válidos que lo lúcida y racionalmente establecido.

"No es mi propósito --continúa Weightman-- averiguar aquí las posibles razones de este brote de distinguida y secular glosolalia". Sin embargo nos entrega algunas pistas:

Las modas, de la ropa o de las actitudes intelectuales, son notoriamente difíciles de explicar, y [...] esta muestra obvios vestigios de una combinación de influencias del pensamiento alemán (en particular de la retórica filosófica de Nietzsche), de las doctrinas poéticas de Mallarmé, del culto del surrealismo a lo ilógico y de la promoción freudiana del inconsciente.

Estos ingredientes, aunados, generaron una ensalada mal combinada y peor aderezada que terminó rompiendo los cráneos de al menos dos generaciones de estudiantes de filosofía, muchos de los cuales tomaron a estos escritores como la quintaesencia del pensamiento elevado. Recuerdo que yo mismo, por recomendación de uno de estos adoradores de lo inefable, intenté leer Las palabras y las cosas de Michel Foucault, pero su lenguaje críptico me impidió avanzar más allá de la página 20 o 25. "Esto es mucho para mí", habré pensado en aquel entonces; hoy digo, no sin un dejo de soberbia, "no tengo tiempo para nimiedades".
Y es justamente el ensayo que acabo de citar, Las palabras y las cosas, el que queda desenmascarado, desnudo y desamparado gracias al análisis pormenorizado que de él nos ofrece John Weightman en este artículo. Se mete con este trabajo de Foucault porque generalmente se lo considera como su obra maestra. "He leído otros libros de Foucault, en la medida en que he sido capaz de hacerlo, pero prefiero concentrarme en este, ya que sigue siendo un texto esencial y aún sigue de moda". Algún día, cuando disponga de algún tiempo y mi estómago literario se haya acostumbrado a deglutir alimentos viscosos, intentaré yo también leer a Foucault o a cualesquiera de sus coterráneos anteriormente mencionados para luego criticarlos, aunque no lo prometo, porque no sé si me dará el cuero para ello y porque, como dice Weightman ya sobre el final de su artículo, "la línea divisoria entre la carga de significado y la vacuidad pseudoprofética del significado es algo difícil con lo que lidiar".

0.   0.   0

sábado, 3 de septiembre de 2016

Rudolf Carnap y la filosofía-excrecencia

“Lo más que se ha demostrado —Dice Alfred Ayer— es que los enunciados metafísicos no caen dentro de la misma categoría de las leyes de la lógica, o de las hipótesis científicas”, pero de aquí no se infiere que los enunciados metafísicos no sean ni verdaderos ni falsos ni que no tengan sentido (El positivismo lógico, introducción). ¡Por fin un lógico lógico! Y también dice, respecto de la demoledora objeción que afirma que el principio de verificación no es él mismo verificable, que “el Círculo de Viena tendió a ignorar este problema”. Tomaron este principio como una especie de convención, “como algo convencional”. Pero ¿qué diferencia puede haber entre una convención así y otra que pudiéramos adoptar respecto de cualquier problema metafísico? Por la metodología empleada en la elección de sus premisas, los grandes metafísicos y los empiristas lógicos no difieren en nada.


El anhelo de simplificación es higiénico, siempre y cuando no se aplique sobre lo irreductible. El positivismo lógico quiere "pulir" a la filosofía, quitarle sus excrecencias, y en eso (¡Hegel, Heidegger!) podemos estar de acuerdo. El problema es que para estos pensadores casi todo tema filosófico es una excrecencia. La metafísica es una excrecencia, la ética es una excrecencia[1] y también la estética; nos queda tan solo la lógica o, de manera más estricta, el análisis lógico del lenguaje --porque decir que la investigación científica es parte de la filosofía se me antoja una exageración—. Pero quitarse los problemas del camino al modo del avestruz, metiendo la cabeza bajo la tierra y decretando que no existen, no es un modo sensato de proceder ni en la vida misma ni en la filosofía, y mucho menos sensato si se trata que los más grandes y graves problemas que la humanidad viene cargando desde hace siglos. Ya lo dijo Julián Marías:

Si la filosofía decide volverse de espaldas a un problema, no por eso deja de estar ahí. Lo que pasa es que la filosofía pierde su condición fundamental: la ra­dicalidad. No es que la filosofía "deba" ser radical, sino que consiste en serlo, en ir a las raíces, y sin ello desapa­rece su carácter filosófico: es el precio que cuesta la sim­plificación de la realidad (Sobre el cristianismo, “La filosofía actual y el ateísmo”).



[1] Moritz Schlick, uno de los fundadores del Círculo de Viena, era el único integrante del grupo que excluía de esta lista de parias a la ética. Decía que la ética se ocupa de cuestiones de hecho y que por tanto debe tratarse como una ciencia.