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viernes, 27 de octubre de 2017

La multiprocesada

Cristina Fernández de Kirchner resultó electa senadora nacional este domingo, cargo que ya había ocupado. Era senadora en el 2001 cuando escribió una carta dirigida al presidente de la Cámara. En la misiva se lee lo siguiente:

Incorporar a un ciudadano [al Senado] con múltiples procesos [judiciales], todos ellos con motivo del ejercicio de la función pública [...] agregaría un escándalo difícil de superar y heriría de muerte las posibilidades de reconciliar a la institución con la sociedad (carta fechada el 14/12/1, citada en la edición electrónica del diario La Nación del día 19/7/17).


Ahora es ella la que en pocos días se incorporará al Senado, y es ella también la que atraviesa múltiples procesos judiciales (tres procesamientos —la causa denominada “Dólar futuro”, otro procesamiento por asociación ilícita en el manejo de los fondos públicos y un tercer procesamiento por la causa “Los Sauces”— y tres imputaciones y pedidos de indagatoria —la causa “Hotesur”, la causa denominada popularmente “La ruta del dinero K”, y una causa por traición a la Patria relacionada con el atentado a la AMIA—). El único atenuante que yo encuentro a esta contradicción entre lo que dijo y lo que hace radica en el tiempo transcurrido desde la redacción de la carta. En dieciséis años uno puede cambiar sus puntos de vista. “No voy para estatua”, decía Unamuno. O tal vez ha sucedido que ya el Senado está tan desprestigiado que no cambia nada, no le hace mella, que una multiprocesada forme parte de sus filas.

viernes, 20 de octubre de 2017

Dos años de Macri Presidente

Un buen día para escribir un par de párrafos acerca del gobierno que encabeza Mauricio Macri. Mauricio se ha enamorado, como se enamorara Carlitos, como se enamorara Cristina, del dólar barato. Si sigue así, terminará su gobierno como lo terminó Carlitos y como lo terminó Cristina. El dólar barato y controlado es una tentación, sobre todo en casos en que la inflación está desmadrada; pero es un arma de doble filo, y a la larga te sale el tiro por la culata (ver anotaciones del 21/2/16). Por otra parte, el déficit fiscal que heredó de Cristina sigue igual, si es que no ha crecido. Cristina lo financiaba emitiendo moneda; Mauricio, pidiendo préstamos a la banca mundial. Nos está endeudando a nosotros y a todos nuestros descendientes.

Pero no quiero ser demasiado duro con este gobierno, que apenas lleva un par de años de rodaje. A los Kirchner los critiqué por primera vez después de nueve años de haber comenzado sus tropelías (ver anotaciones del 31/3/12); le daré entonces a Mauricio, para ser equitativo, unos cuantos años más de gracia para que rectifique su política económica y, olvidando los préstamos y dejando que el dólar trepe hacia su nivel natural, reacomode el aparato productivo del país para que este vuelva a generar riqueza. Que después esa riqueza se distribuya equitativamente será un desafío, pero primero hay que generarla, porque actualmente no hay mucho para distribuir.

lunes, 9 de octubre de 2017

Darwinismo social

La práctica de lo que es éticamente mejor —lo que llamamos bondad o virtud— consiste en una línea de conducta que, en todos los aspectos, se opone a lo que conduce al éxito en la lucha cósmica por la existencia.
Thomas Huxley, Evolución y ética

Muchas sociedades animales, al caer enfermo alguno de sus integrantes, lo abandonan a su suerte. No se ocupan de sus necesidades y lo marginan para que no estorbe al resto. A esto algunos llaman evolución, porque descartando a los débiles, la especie, la raza o lo que sea se purifica y fortalece. Es esta la idea central de lo que se ha llamado darwinismo social, a la cabeza del cual se encontraba el pensador inglés Herbert Spencer, quien en 1884 escribía cosas como esta:

El mandamiento: comerás el pan con el sudor de tu frente es sencillamente una enunciación cristiana de una ley universal de la Naturaleza, y a la que debe la vida su progreso. Por esta ley, una criatura incapaz de bastarse a sí misma debe perecer (El hombre contra el Estado, capítulo intitulado “La esclavitud futura”).

Thomas Huxley --apodado el bulldog de Darwin-- decía que esta táctica puede funcionar en el reino puramente animal, pero en el reino humano es contraproducente. Nuestra ética no solo no se rige por este patrón, sino que debe funcionar exactamente al revés: darwinismo social invertido. Y para quienes descrean de la conveniencia de adoptar esta estrategia evolutiva, tenemos el ejemplo de los hermanos James, William y Henry. Henry quedó prematuramente incapacitado por una lesión en la espalda, y debido a esa incapacidad no se alistó como combatiente en la guerra civil norteamericana. William tampoco se alistó, pero su incapacidad era de orden psicológico: padecía recurrentes crisis nerviosas. El uno, semiinválido; el otro, semiloco. En una sociedad en donde imperara el darwinismo social, estos dos hermanos habrían sido descartados o suprimidos. No ocurrió eso, sin embargo. Fueron aceptados entre los suyos con amor y solidaridad, y sus dolencias fueron en parte reparadas. Si Norteamérica los hubiese desechado como enfermos e inservibles, se habría privado ese país de uno de sus mejores novelistas y de su más insigne pensador. Adelantaron Henry y William la evolución de su sociedad de manera notable. Thomas Huxley tenía razón: no conviene desechar a los enfermos y a los tullidos.
Como corolario agrego el dato de que los otros dos hermanos James, Garth Wilkinson y Robertson, que sí se alistaron del lado de la Unión en la guerra civil norteamericana, “volvieron gravemente afectados” de su experiencia bélica, y “el resto de sus días fueron hombres tristes e incapaces” (Jacques Barzun, Un paseo con William James, p. 18), con lo que podemos colegir que si Henry y William no hubiesen padecido estos trastornos y hubiesen combatido, habrían regresado —si es que regresaban— posiblemente en un estado tal que les habría impedido concretar sus potencialidades literarias tal como en efecto lo hicieron. Las moralejas, pues, son dos: por el bien de nuestra cultura debemos ser compasivos con los enfermos y los lisiados, y también debemos evitar que los jóvenes potencialmente valiosos tomen la iniciativa de alistarse en el ejército[1].



[1] Otro de los pensadores que, junto con Thomas Huxley, se percató rápidamente de la inconveniencia de propagar el darwinismo social como norma para el progreso de la especie humana, fue el ruso Kropotkin. Su hipótesis, avalada con innumerables ejemplos tomados de la zoología, es la siguiente:  “Aun reconociendo enteramente que la fuerza, la velocidad, la coloración protectora, la astucia y la resistencia al frío y hambre, mencionadas por Darwin y Wallace, realmente constituyen cualidades que hacen al individuo o a las especies más aptos en algunas circunstancias, nosotros, junto con esto, afirmamos que la sociabilidad es la ventaja más grande en la lucha por la existencia en todas las circunstancias naturales, sean cuales fueran. […] Aquellas comunidades que encierran la mayor cantidad de miembros que simpatizan entre sí, florecerán mejor y dejarán mayor cantidad de descendientes” (El apoyo mutuo, cap. II).

lunes, 2 de octubre de 2017

La lujuria según Miguel de Unamuno

Releo un ensayo de Unamuno titulado “Sobre la lujuria” (incluido en su libro Mi religión y otros ensayos breves), y lo releo ahora porque mi lujuria, frisando el medio siglo de existencia, no parece dar el brazo a torcer.
“El desarrollo de la sensualidad sexual y el acorchamiento de la vida del espíritu van de par” dice don Miguel y yo coincido. Las preocupaciones de índole sexual son incompatibles con las de orden espiritual. Pero aquí termina la concordancia, porque para Unamuno no es esta una cuestión de momentos, sino de temperamento y caracterología. “La obsesión sexual en un individuo —dice— delata más que una mayor vitalidad, una menor espiritualidad”. No es que en el arrebato sexual las preocupaciones espirituales queden rezagadas: el individuo fuertemente sexuado y libidinoso es, en todo momento, un individuo espiritualmente fláccido. El hombre con fuerte libido no suele guiar su conducta por valores nunca, ni siquiera cuando su libido es obturada, y además es por regla general bastante tonto: “Los hombres mujeriegos son de ordinario de una mentalidad muy baja y libres de inquietudes espirituales. Su inteligencia suele estar en el orden de la inteligencia del carnero, animal fuertemente sexualizado, pero de una estupidez notable”. La extrapolación hacia el reino animal tiene colorido pero rango científico no creo. Por de pronto se puede contraargumentar que los bonobos constituyen una de las especies más inteligentes del reino animal, incluso entre los mismos primates, y su sexualidad es desbordante. Habría que realizar estudios —o recabar información si los estudios ya se han hecho— que analicen qué tipo de sexualidad poseen los individuos con alto coeficiente intelectual, pero me atrevo a decir que no encontraremos una relación directa tan marcada entre inteligencia y frigidez como la que Unamuno sugiere[1]. “Los lujuriosos que conozco —continúa— se distinguen por una notable vulgaridad de pensamiento y de sentimiento”. Me parece que Unamuno confunde aquí dos palabras que no son sinónimas. Habla de los “lujuriosos” cuando debería hablar, como correctamente lo hace en la cita anterior, de “mujeriegos”. Si trocara estas palabras yo estaría de acuerdo con el aserto, pues los mujeriegos que he conocido, vale decir, las personas que he conocido que tenían una natural facilidad para levantar señoras o señoritas, me han resultado en casi todos los casos bastante vulgares espiritual y en especial intelectualmente. ¿Y por qué son así? Porque entrenan para ello: “El hombre que se entrega a perseguir mujeres acaba por entontecerse. Las artes de que tiene que valerse son artes de tontería”. Pero ¿quién le dijo a Unamuno que todos los lujuriosos son mujeriegos? Los hay homosexuales, desde luego, pero también están los tímidos que tiemblan como una hoja al viento cuando se les acerca una mujer bonita y no encuentran el modo de abordarla pese a que sienten unos deseos incandescentes de poseerla. Y son estos lujuriosos reprimidos, que nada tienen de mujeriegos, los que yo niego que sean tan estúpidos como suelen serlo los discípulos de Juan Tenorio. Sin duda que cuando uno es presa de la lujuria, en ese instante, uno se torna estúpido y esquivo a los valores, pero la lujuria tiene la propiedad de apagarse muy fácilmente, y cuando esto sucede la inteligencia y la espiritualidad toda reaparecen, asoman de nuevo su cabeza y festejan el alejamiento de ese estado tan placentero como indecoroso —e indecoroso por ser carnalmente placentero—. Según Unamuno, esto es una quimera: el lujurioso es estúpido siempre, cuando es presa de su lujuria y cuando no también. Yo no puedo concordar con esto.
Más abajo afirma que “es sensible la enorme cantidad de energía espiritual que se derrocha y desperdicia en perseguir la satisfacción del deseo carnal”. Lo que se desperdicia en la persecución del deseo carnal no es energía, sino tiempo. Por eso el deseo carnal, si aparece, conviene satisfacerlo al instante para que no nos moleste. Como decía Oscar Wilde: “La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella”. Alguna energía desperdiciaremos, lo admito, pero no será energía espiritual; la conversión no es tan sencilla (ver la entrada del 26/1/10). El auténtico costado oscuro de la lujuria, amén de las violaciones, los abusos de todo tipo y las relaciones no consentidas, es el tiempo que uno le dedica. Si nos insume poco tiempo, podremos ser la mar de lujuriosos y, a la vez, o en paralelo, nobles, espirituales e inteligentes personas.



[1] William Sheldon parece contradecir a Unamuno. Dice que el coeficiente de inteligencia es por lo general más alto en los individuos predominantemente ectomórficos que en otros somatotipos, y a su vez afirma que estos individuos presentan una sexualidad "elevada" (cf. Las variedades del temperamento, pp. 346-7, tabla 15).